La corrosi¨®n del esp¨ªritu
Gordon Lish comenz¨® a ser conocido aqu¨ª como el editor que, a ra¨ªz de su dr¨¢stica intervenci¨®n en el editing de los cuentos de Raymond Carver, especialmente en De qu¨¦ hablamos cuando hablamos de amor (restablecido bajo el austero Principiantes), cre¨® el estilo minimalista carveriano que llevar¨ªa a la etiqueta realismo sucio, bajo la que tan a gusto, en contra de la autoridad invocada de Ch¨¦jov, se les ve¨ªa a tantos narradores. Y no deja de ser curioso que los mismos que enaltec¨ªan la sequedad de la prosa de Carver se arrojaran luego a disfrutar del original, sin advertir que, a estas alturas, el texto original ya no puede ser m¨¢s que un borrador. No obstante, pese a la apremiante necesidad de convertir en cl¨¢sicos, o al menos en perdurables, a los autores contempor¨¢neos (para evitar as¨ª tener que recurrir a la memoria literaria), el hecho apenas merecer¨ªa atenci¨®n de no ser porque revela la superstici¨®n al phatos del autor. En todo caso, ahora hay dos Carver, y, en la medida en que el Carver sucio se hace melodram¨¢tico con la restituci¨®n del prop¨®sito del escritor, el editor que lo cre¨® sufre en su propia obra la imposici¨®n de ser le¨ªdo hoy a trav¨¦s del Carver m¨¢s suciamente realista. La cuesti¨®n que se impone, por tanto, es si conviene despejar la noci¨®n de que Gordon Lish resulta de suyo un autor minimalista, o esto es un embrollo de sociopat¨ªa que le ha ca¨ªdo en desgracia a quien, en los a?os en que dirig¨ªa la prestigiosa editorial Alfred A. Knopf, era conocido como Captain Fiction, rango que no se gana sin una amplia experiencia en escaramuzas literarias. No s¨®lo promovi¨® a Carver, tambi¨¦n a Richard Ford, Cynthia Ozick o Don DeLillo.
Ep¨ªgrafe
Gordon Lish
Traducci¨®n de Juan Sebasti¨¢n C¨¢rdenas
Perif¨¦rica. C¨¢ceres, 2011
160 p¨¢ginas. 17,50 euros
La editorial Perif¨¦rica, dirigida igualmente por un editor que tambi¨¦n es escritor, se ha propuesto ofrecer la obra de Lish, y es saludable pensar que la difusi¨®n de sus libros desplazar¨¢ al fin la insidiosa leyenda de su intervenci¨®n quiz¨¢ excesivamente quir¨²rgica sobre la prosa de Carver. Ya con Per¨², editado en 2009, tuvimos ocasi¨®n de apreciar las dotes de un narrador que indagaba en el n¨²cleo de lo que deb¨ªa ser una pesadilla y, no obstante, tend¨ªa a normalizar el horror. El narrador recordaba haber matado, cuando ten¨ªa seis a?os, a otro ni?o de su misma edad, y al reconstruir ese hecho no enmendaba el clima de resentimiento que lo hab¨ªa llevado al crimen. Per¨² era una novela, como se dice, perturbadora; debido a su precisi¨®n en la sugerencia de la aversi¨®n infantil, facilitada aviesamente con el sustrato de la discrepancia de clases, produc¨ªa un efecto demoledor en la moral del lector.
Ep¨ªgrafe busca acaso un efecto parecido, pero los componentes grotescos, ret¨®ricos y autosat¨ªricos terminan imponi¨¦ndose, tal vez deliberadamente, sobre el ¨¢nimo del narrador, llamado Gordon Lish, en su aflicci¨®n por la muerte de su esposa Barbara. La obra se compone con la suma de las cartas sin fechar que el viudo escribe a congregaciones religiosas y personas que mantuvieron trato con su mujer. Pero lo que parece iniciarse como forma de gratitud a las Personas Misericordias (escribe Lish), se desv¨ªa a una suerte de delirio donde la f¨®rmula misma del agradecimiento tropieza con la impudicia del dolor, hasta provocar un estado pr¨®ximo al delirio; de ah¨ª que la imposibilidad de la comunicaci¨®n afectiva, con todo lo que subyace sin ser nombrado, resulte a la larga m¨¢s doliente que lo que se dice. Parecer¨ªa que, a costa de sortear tanto el sentimentalismo como la depresi¨®n, el viudo cayera en una zona intermedia en que el recuerdo de su mujer lo contamina de irrealidad: "Barbara se ha ido y su ausencia ha sido lamentada, escrupulosa y perfectamente lamentada, pero cada d¨ªa su fantasma parece una nimiedad dispuesta a ocupar menos espacio en el ¨¦ter del que hasta ahora habr¨ªa necesitado para amortajarme".
La prosa martirizadora que aqu¨ª exhibe el viudo no parece fruto de la obsesi¨®n de la p¨¦rdida, sino del desprecio a la vida por su ausencia. Una actitud teatral que, forjada en la excentricidad, es inevitablemente pat¨¦tica. Pero si el dolor es aut¨¦ntico, ?c¨®mo saber que su expresi¨®n tambi¨¦n lo es? Seg¨²n sea el destinatario, maneja diferentes registros; nunca se muestra explicativo, aunque s¨ª, con frecuencia, muy amoldable a la religi¨®n y al erotismo. Lo cierto es que el lector no puede estar seguro de si se trata de un alarde de autocompasi¨®n o, ?por qu¨¦ no?, de una impostaci¨®n. Ep¨ªgrafe no es una novela, sino un artefacto textual que se desmenuza al tocar los bordes de la locura. Tal vez el empe?o de Gordon Lish haya sido -el lector tendr¨¢ que decidirlo- envilecer la liturgia del dolor.
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