Poluci¨®n y restricciones
Aunque me est¨¦ mal decirlo tengo alg¨²n que otro lector, casi siempre una persona mayor, que me anima a divagar sobre los viejos tiempos, el tiempo ido, congelado en la memoria, el camino que ya no se vuelve a recorrer y que recordamos con mayor o menor fidelidad. Nada vuelve atr¨¢s. En aquel pasado est¨¢ el inmediato porvenir de los viejos cuyas vidas son m¨¢s largas y se quedan cada vez m¨¢s solos. Me contaron un chiste de humor necr¨®filo, que espero no moleste a nadie su tra¨ªda. En el hogar del veterano matrimonio, lee las esquelas en las ¨²ltimas p¨¢ginas el esposo que, de pronto, levanta la voz para exclamar dolido: "escucha, Manolita, lo que estoy leyendo. Ha muerto Federico, mi mejor amigo de toda la vida, mi compa?ero de colegio, de mili, de ministerio... Pero, espera un momento, que no es ¨¦l". Con un suspiro de alivio, pliega el diario y dice: "Es su hijo, que se llama igual".
La memoria es lo que nos conduce a tropezar en la misma piedra aunque la historia jam¨¢s se repite
Ha crecido tanto la expectativa vital que cumplir 80, 90 o m¨¢s a?os ya no es una novedad y se da, con gran frecuencia, el caso relatado como historieta macabra: los hijos mueren antes que los padres, contradiciendo el ritmo natural. Los ancianos llevan una vida m¨¢s sana, evitando tabaco, alimentos fuertes, alcohol, accidentes de tr¨¢fico. Es un dato estad¨ªstico que los conductores veteranos tienen menos accidentes que los j¨®venes, a quienes se les supone mejores reflejos, lo que no empece para que alg¨²n viejales se distraiga y conduzca por una autopista en direcci¨®n contraria.
Una de las cosas que me piden es que hable de las restricciones, la forma penosa de vida que padecimos en los a?os cuarenta. A¨²n queda gente que, como yo, apenas hab¨ªamos superado la veintena en aquella fecha, cuando el cuerpo ha dejado de ser fr¨¢gil y no ha comenzado a ser vulnerable. Dijo Dante Alighieri que no hay mayor dolor que recordar el tiempo feliz en la miseria, pero reclamo el b¨¢lsamo del olvido para borrar los d¨ªas miserables del pasado. Las dificultades se sortean bien en la edad moza y es alta la energ¨ªa para afrontar el dolor y el amor, sentir la amistad, la emulaci¨®n, acomodar la vista para mirar de frente al misterioso y deslumbrante futuro. Siempre consider¨¦ est¨²pida y bien sonante la consideraci¨®n de que los pueblos que no tienen memoria est¨¢n condenados a repetir sus errores. Es al rev¨¦s, la memoria es lo que nos conduce a tropezar en la misma piedra aunque, por fortuna, la historia jam¨¢s se repite, en lo malo ni en lo bueno.
Hoy es dif¨ªcil imaginar una vida donde faltara la luz, el agua caliente, los transportes privados, estuvieran los alimentos racionados y una moral de corrompida sacrist¨ªa. Es cierto, aunque dur¨® poco, que los guardias, en las playas, cumpl¨ªan ¨®rdenes y multaban a los hombres que no se pon¨ªan el albornoz en la playa. Un peaje est¨²pido e insignificante, al lado de las fuertes penalidades reci¨¦n sufridas. Aunque en aquellos a?os Madrid estaba lleno de casas de citas, regentadas la mayor¨ªa, por viudas de alguna de las facciones. Y los bares, restaurantes y tabernas dispon¨ªan de comedores reservados, resguardo de relaciones irregulares. De mis muchas amistades con polic¨ªas, por razones profesionales, supe que, en aquellos lugares de pecado transitorio, los objetos que con mayor frecuencia se olvidaban eran los libros de misa, velos y rosarios, pretextos para salir de casa.
Varias horas al d¨ªa se cortaba el suministro de luz y las buj¨ªas de cera y el gas¨®geno eran los sustitutos. Una gran mayor¨ªa de la poblaci¨®n civil trucaba el contador de la luz, tanto para disimular el consumo como para ahorrar. Me contaron que en cierto peque?o comercio de barrio, el propietario y ¨²nico dependiente estaba una ma?ana haciendo limpieza y lleg¨® un inspector de la compa?¨ªa, que se identific¨® como tal. "Espere un momento", le dijo, "voy a bajar la trampa". El celoso funcionario, en lugar de rodear el mostrador, se lo salt¨® a la torera, para caer en el s¨®tano, ya que la referencia era a la trampilla que separaba la tienda de la cueva, mediante una escalera, donde se almacenaba la mercanc¨ªa.
La suspensi¨®n del gas encerraba peligros evidentes de no llevar un meticuloso control, ya que cuando se reanudaba el servicio convert¨ªan el recinto en una encerrona mortal. Com¨ªamos boniatos, caballa, pan negro elaborado con misteriosas sustancias. Pero la gente quer¨ªa salir adelante. Primum vivere.
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