Europa cobarde, Europa libre
El lado oscuro de Europa lo conocemos bien: durante cinco siglos -hasta el pasado- nuestro continente coloniz¨® y saque¨® el resto del mundo. En Am¨¦rica los europeos acabaron con poblaciones enteras y civilizaciones imponentes, y en el ?frica de hoy todav¨ªa son bien visibles las fronteras del expolio, con ese mapa geom¨¦trico trazado en las canciller¨ªas europeas para repartir el bot¨ªn y que, al no respetar las tradiciones e identidades locales, ha sido despu¨¦s, tras las independencias de esos pa¨ªses, motivo continuo de conflictos sangrientos. Tampoco Asia se libr¨®, por supuesto, de la furia depredadora e imperial europea, que durante mucho tiempo consider¨® a antiguas civilizaciones del calibre de la china o la india como productos primitivos y ex¨®ticos. Con raz¨®n, ese lado oscuro ha sido estudiado minuciosamente por los historiadores, porque durante cinco siglos la globalizaci¨®n dirigida por Europa, casi siempre con violencia, prepar¨® el escenario del mundo que ahora contemplamos. Los no europeos nos recuerdan a menudo nuestro lado oscuro, para reprocharnos el pillaje sufrido o simplemente para justificar situaciones actuales, y muchos europeos tambi¨¦n nos lo recordamos de tanto en tanto, bien por sinceridad, bien para gozar de una buena conciencia.
Debemos recuperar nuestra autoestima, el 'lado luminoso' de la autocr¨ªtica y la libertad individual
La raz¨®n del individuo es el bien ¨²nico que podemos exportar y que nos da un cierto respeto
Lo que no es nada evidente es que unos y otros nos acordemos, aunque sea levemente, del lado luminoso de Europa. Es posible que los no europeos se muestren insensibles a cualquier indicio de esta luz, sea porque la desconozcan o desprecien, sea porque la "rica" y "tecnol¨®gica Europa" interesa por otra cosa, como tierra de migraci¨®n, y no por sus supuestos valores morales y espirituales (es dif¨ªcil aceptar la moralidad y la espiritualidad de la cultura que te ha oprimido).
M¨¢s extraordinario es que los propios europeos no parezcan ya en condiciones de reconocer, con cierta convicci¨®n y consecuencia, el lado luminoso que tambi¨¦n alimenta su herencia. Dicho brutalmente: una Europa cobarde y acomodaticia se ve incapaz de defender su patrimonio espiritual, al que sistem¨¢ticamente camufla u oculta con el ¨¢nimo de preservar privilegios econ¨®micos que hagan m¨¢s llevadero el implacable declive. Como si estuviera vencida de antemano, Europa disimula su mejor legado para conservar, triste y groseramente, prebendas para las que intuye que hay una fecha de caducidad.
Durante muchos a?os he denunciado -y sigo denunciando- las tropel¨ªas hist¨®ricas de Europa, pero desde hace tiempo encuentro necesario recuperar un sentimiento de autoestima fundamentado en lo que vengo llamando, aqu¨ª, el lado luminoso. Curiosamente esta necesidad se me hizo m¨¢s patente a grandistancia de las fronteras europeas, en Benar¨¦s, durante las muy estimulantes conversaciones con el pensador indio Vidya Nivas Mishra acerca de las afinidades y distancias entre las mentalidades europea e india, que culminaron en un libro conjunto.
Aunque soy un gran admirador de la tradici¨®n hind¨² y Mishra -fallecido poco despu¨¦s en un accidente de autom¨®vil- era un hombre en extremo convincente, pronto me di cuenta de que est¨¢bamos situados en miradores radicalmente diferentes. Mientras en mis palabras alud¨ªa siempre al "yo" -un "yo" bastante desamparado, por cierto, falto de cobertura religiosa o ideol¨®gica, al menos en mi caso-, Mishra siempre se refer¨ªa a "nosotros", pero no a un "nosotros" puramente actual, sino a una entidad colectiva que se remontaba cuatro milenios atr¨¢s. (Los mismos, elocuentemente, de existencia de Benar¨¦s, junto con Damasco la ciudad m¨¢s antigua continuamente habitada). Esta circunstancia, pens¨¦ entonces, a lo largo de nuestras charlas, otorgaba una imbatible superioridad al punto de vista de Mishra sobre el m¨ªo.
Ese hombre, me dije, habla con la enorme seguridad de saberse acompa?ado por millones de compatriotas cohesionados por el flujo continuo de miles de a?os, en tanto que yo -?otra vez el solitario yo!- ten¨ªa que presentarme como representante exclusivo de m¨ª mismo y, cuando alud¨ªa al pasado, ten¨ªa que hablar de un r¨ªo, el de la civilizaci¨®n europea, constantemente interrumpido por diques y cambios abruptos de cauce. Mi posici¨®n en el di¨¢logo era claramente desfavorable pues, frente a la fortaleza de la continuidad que dibujaba mi interlocutor, yo, como europeo, no pod¨ªa dejar de mencionar nuestros constantes virajes y revoluciones, de la antig¨¹edad cl¨¢sica al medievo cristiano, del renacimiento a la ilustraci¨®n y a la modernidad. Europa se hab¨ªa negado y reinventado constantemente de manera revolucionaria hasta el punto que, en nosotros, tradici¨®n y revoluci¨®n se requer¨ªan mutuamente y eran, casi, una misma cosa.
En Benar¨¦s, tan lejos de Europa, me di cuenta de que este era, precisamente, el rasgo esencial del pensamiento europeo y que, si bien era cierto que a lo largo de la historia hab¨ªamos ejercido como invasores y expoliadores implacables, no era menos cierto que hab¨ªamos conseguido desarrollar un "instinto" para la cr¨ªtica y la autocr¨ªtica del que carec¨ªan, por lo que yo sab¨ªa -aunque, desde luego, pod¨ªa equivocarme- las otras regiones del mundo. En el ¨²ltimo d¨ªa de nuestras conversaciones trat¨¦ de explicarle esta singularidad europea a Vidya Nivas Mishra aludiendo al destino de Ant¨ªgona y al hecho de que, en la tragedia de S¨®focles, se daba carta de naturaleza a la libertad individual como el motor de la condici¨®n humana. Le a?ad¨ª que, con este presupuesto, era imposible que el pensamiento no fuera el escenario de la cr¨ªtica y la autocr¨ªtica, y que la historia no fuera sino una sucesi¨®n de revoluciones, de sacudidas ansiosas de libertad, que obligadamente me dejaban a m¨ª en soledad frente a sus milenios de comunidad espiritual. Pero no estoy seguro de que me comprendiera pese a su permanente sonrisa afable e inteligente.
Y creo, en efecto, que este es nuestro lado luminoso, el haz de libertad que brilla en medio de la oscuridad a la que, con tanto af¨¢n sangriento y codicioso, hemos contribuido. Hemos destruido mucho pero, en la estela de Ant¨ªgona, hemos apostado con frecuencia por la libertad de conciencia, incluso contra la omnipresente "raz¨®n de Estado" (confundida, en ocasiones, con la "raz¨®n de Dios") en la que encuentran cobijo tantas tradiciones del mundo que nos rodea.
Esta es la gran lecci¨®n del humanismo europeo, antiguo y moderno, lecci¨®n que los europeos actuales, sumidos en la molicie mental y refugiados en una concepci¨®n g¨¦lida y burocr¨¢tica de Europa, se empe?an en olvidar. La vergonzosa actitud de la comunidad europea ante los recientes acontecimientos en los pa¨ªses del norte de ?frica -todos ellos antiguas colonias europeas- no son sino la l¨®brega coronaci¨®n de un silencio culpable que se repite ante cada hecho que incomoda la seguridad senil y avariciosa de un continente que omite cualquier construcci¨®n moral ante la vigilancia de los "mercados". Europa calla ante cualquier atropello de los derechos individuales -proceda este de reyezuelos, como los de T¨²nez o Uzbekist¨¢n, o de emperadores, como en el caso chino-, siempre temerosa de que cualquier gesto le suponga la definitiva retirada de prebendas que -y esto aumenta el miedo- consideran ya medio perdidas bajo la espada de Damocles de la decadencia.
Y este es, sin duda, el camino peor porque, afortunadamente obsoleta su funci¨®n saqueadora, la ¨²nica aut¨¦ntica riqueza de futuro que le queda a Europa es Ant¨ªgona. Quiero decir: la reivindicaci¨®n de la libertad individual de conciencia, el derecho a la cr¨ªtica, la necesidad de la autocr¨ªtica. Esta, la raz¨®n del individuo, es el bien ¨²nico, espl¨¦ndido, que todav¨ªa podemos exportar y que a¨²n puede ganarnos un respeto en el mundo. Acobardados y sumisos ante la raz¨®n de Estado solo nos queda prepararnos para ser unos obedientes y eficaces esclavos.
Rafael Argullol es escritor.
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