Maquiavelo y el Pueblo Elegido
Quien llega a primera potencia mundial, como EE UU ahora o hace 500 a?os los Reyes Cat¨®licos, ha hecho m¨¦ritos. Pero yerra si cree que tiene una especial relaci¨®n con Dios o una "superioridad natural"
El reverendo Fred Phelps, l¨ªder de la Iglesia Baptista de Westboro, Kansas, ha colgado en YouTube un v¨ªdeo en el que bendice el acto del pistolero que ha intentado matar a la congresista Gabrielle Giffords en Arizona. Esta representante se merec¨ªa su suerte, explica el predicador, porque hab¨ªa apoyado las leyes que permiten el aborto y las bodas gais, pecados que tienen irritado a Dios con Estados Unidos. Phelps era ya conocido por su irrupci¨®n en los funerales de los soldados muertos en las guerras de Irak y Afganist¨¢n, donde repite su tesis del enfado divino con el pueblo norteamericano.
Este predicador es un caso extremo de locura y odio. Pero su idea del destino providencial de la naci¨®n americana es bastante m¨¢s com¨²n de lo que se cree fuera de aquel pa¨ªs. Seg¨²n ella, los americanos son los continuadores del Pueblo Elegido, y por eso reciben una recompensa superior a las de otros si siguen los mandatos divinos (el dominio del mundo, nada menos) y sufren mayores castigos que los dem¨¢s si los desobedecen.
Los pensadores peninsulares segu¨ªan anclados en el providencialismo medieval
El reverendo Phelps no es Felipe IV, pero hay algo com¨²n en sus l¨®gicas
La tesis no es nueva. Hace 500 a?os finalizaba en Espa?a el reinado de los Reyes Cat¨®licos, con un balance espectacular. Hab¨ªan unido las coronas de Castilla y Arag¨®n, conquistado Granada y dado fin al dominio musulm¨¢n sobre la Pen¨ªnsula, descubierto unos territorios inmensos al otro lado del oc¨¦ano, derrotado a la invencible caballer¨ªa francesa en Italia y tomado diversas plazas en el norte de ?frica. Francesco Guicciardini, gran observador pol¨ªtico, dec¨ªa que estos sucesos hab¨ªan alterado el orden europeo de los siglos anteriores. Lo mismo hac¨ªa Maquiavelo, que por aquellos a?os intentaba ofrecer una explicaci¨®n moderna de esos y otros cambios pol¨ªticos a partir de factores como la fortuna, la virt¨´ y la necesita; por lo que le acusaban de inmoral. Pero los pensadores peninsulares, deslumbrados por los recientes triunfos, segu¨ªan anclados en el providencialismo medieval. Dios era el agente de la historia; no hab¨ªa fortuna, en el sentido de azar o casualidad, como no hab¨ªa virt¨´, en el de habilidad pol¨ªtica, porque hasta el menor acontecimiento era producto de la voluntad divina, aunque sus razones fueran con frecuencia inaccesibles a la mente humana. Los ¨¦xitos de los reyes solo pod¨ªan deberse a la protecci¨®n providencial, por su decidida defensa de la verdadera fe. Como explic¨® al rey Fernando el doctor Palacios Rubios, hablando de la conquista de Navarra: "por razones solo a ?l reservadas, ha decretado Dios quitar su reino a los reyes de Navarra y otorgarlo a Vuestra Majestad. Porque es Dios quien transfiere los reinos de gente en gente, como dice la Sagrada Escritura".
El providencialismo llevaba, l¨®gicamente, al profetismo. Si lo ocurrido en el pasado hab¨ªa sido producto de la voluntad divina, era f¨¢cil adivinar por d¨®nde avanzar¨ªa el futuro. Tanto Alonso de Cartagena como S¨¢nchez de Ar¨¦valo dedujeron de la protecci¨®n providencial sobre la monarqu¨ªa castellano-aragonesa que la grandiosa misi¨®n a la que estaba destinada a¨²n no hab¨ªa concluido. En el horizonte se ve¨ªa, para empezar, la absorci¨®n de Portugal. Diego de Valera dec¨ªa al rey Fernando que "es profetizado de muchos siglos ac¨¢ que habr¨¦is la monarqu¨ªa de todas las Espa?as".
La manifestaci¨®n del favor divino sobre los monarcas hisp¨¢nicos significaba, como poco, que hab¨ªa comenzado una nueva era hist¨®rica, que hab¨ªa nacido un nuevo imperio, comparable al persa o al romano. Pero muchos cre¨ªan que se estaba instalando la monarqu¨ªa universal, destinada a conquistar Jerusal¨¦n y entregar la corona terrenal a un Cristo esplendoroso que descender¨ªa sobre el Monte de los Olivos, con lo que terminar¨ªa la historia humana. Los imperios, observaron estos profetas con una l¨®gica aparentemente impecable, se mov¨ªan de Levante a Poniente, de acuerdo con el curso del sol: nacidos en Asiria y Persia, y encarnados sucesivamente en Grecia y Roma, culminaban ahora en Espa?a, un Finis Terrae que ser¨ªa tambi¨¦n el Finis Historiae.
Un siglo y pico m¨¢s tarde, al comenzar el reinado de Felipe IV, aquel optimismo hab¨ªa flaqueado mucho. Fernando e Isabel no hab¨ªan sido sucedidos por su hijo, el pr¨ªncipe don Juan, que muri¨® joven -qui¨¦n sabe si por designio divino o golpe de la ciega fortuna-, sino por los Habsburgo, que hab¨ªan construido, a partir de sus ¨¦xitos, un poderos¨ªsimo imperio. Pero, quiz¨¢s porque se hab¨ªan tomado en serio su destino de due?os del mundo, se hab¨ªan embarcado en tantas empresas que estaban desbordados. A la altura de 1620-30, la monarqu¨ªa espa?ola estaba en guerra con m¨¢s de media Europa. En lugar de prolongar la tregua firmada por Felipe III con los holandeses, su sucesor opt¨® por reanudar las actividades b¨¦licas; y los rebeldes no solo dominaban el norte de Flandes, sino que hab¨ªan ocupado territorios en Brasil, lo que irritaba a los portugueses, que ve¨ªan su imperio mal protegido por sus nuevos due?os, los Habsburgo espa?oles. Felipe IV participaba tambi¨¦n en la Guerra de los Treinta A?os, en apoyo de sus primos austriacos frente a los belicosos luteranos daneses y suecos. A favor de estos acabar¨ªa por entrar igualmente Francia, pese a estar regida por el cat¨®lico cardenal Richelieu. Hasta por la sucesi¨®n del ducado de Mantua se meti¨® Olivares en una guerra absurda, que perdi¨®.
Pese a que la monarqu¨ªa recib¨ªa de Am¨¦rica unas remesas de plata que le permit¨ªan mantener unos ej¨¦rcitos muy superiores a los de cualquiera de sus rivales europeos, los recursos no daban para cubrir tantos frentes. La flota de Tierra Firme, adem¨¢s, se fue a pique en 1621 con grandes mermas para el tesoro real; al a?o siguiente sufri¨® p¨¦rdidas la de Nueva Espa?a; y el desastre fue completo en 1628, cuando todo el convoy mexicano fue capturado por el holand¨¦s Piet Heyn. Subir los impuestos sobre Castilla, principal proveedor de hombres y recursos para los tercios, era ya imposible, porque la voracidad del fisco real hab¨ªa arruinado y despoblado este reino desde hac¨ªa tiempo. El conde-duque decidi¨® entonces presionar a portugueses y catalanes, que se aferraban comprensiblemente a sus privilegios para evitar que se repitiera all¨ª el desastre castellano, y provoc¨® las dos rebeliones de 1640, que acabaron en largas guerras internas y la independencia de Portugal.
En uno de los momentos de aquel catastr¨®fico proceso, los consejeros del rey idearon convocar una Junta de Reformaci¨®n para estudiar c¨®mo resolver la situaci¨®n. Y, tras mucha cavilaci¨®n, se aprob¨® un plan que mezclaba medidas econ¨®micas, destinadas a incrementar la recaudaci¨®n, con otras contra el lujo en la vestimenta y el consumo suntuario en la corte, que ten¨ªan un contenido m¨¢s moral que econ¨®mico; uno de los art¨ªculos, muy significativo, dispon¨ªa, sin m¨¢s, el cierre de burdeles. Como el propio Felipe IV confes¨®, hab¨ªa comprendido que Dios estaba enfadado con ¨¦l, y con su pueblo, por sus pecados. La mejor manera de enfrentarse con los fracasos militares y las penurias econ¨®micas era, por eso, aplacarle purificando las costumbres del reino.
No hay que exagerar el paralelismo. El reverendo Phelps no es Felipe IV, ni por su poder ni por la representatividad de su discurso. Pero hay algo com¨²n en sus l¨®gicas. Quien llega a primera potencia del mundo ha hecho, sin duda, muchos m¨¦ritos. El error est¨¢ en creerse que tiene una especial relaci¨®n con la divinidad o una "superioridad natural" sobre los otros. Porque, a la hora de los fracasos, cuando alguna operaci¨®n, por ejemplo militar, salga mal, no tendr¨¢ manera de explicarlo, salvo que piense que ha disgustado de alg¨²n modo a la Divina Providencia. Y la soluci¨®n no ser¨¢ rectificar su pol¨ªtica, mejorar sus t¨¦cnicas militares o abandonar alguna empresa por su excesivo riesgo o coste, sino, por ejemplo, cerrar prost¨ªbulos, como hizo Felipe IV; o castigar con dureza la homosexualidad, como propone Phelps.
Los discursos elaborados para consumo interno, a la ma?ana siguiente del triunfo, en plena euforia autocomplaciente, no deben tomarse en serio. Porque lleva a obcecarse en empresas imposibles y ruinosas. M¨¢s razonable ser¨ªa estudiar situaciones precedentes que pudieran ense?ar algo sobre la actual y aplicarse la lecci¨®n. Un adulto deber¨ªa ser capaz de prescindir de la idea de excepcionalidad, reconocer que su caso no es ¨²nico, compararse con otros y pensar en t¨¦rminos terrenales, pr¨¢cticos, de simple eficacia. Es lo que propon¨ªa Maquiavelo.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es catedr¨¢tico de Historia en la Universidad Complutense de Madrid.
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