?rase una vez
El dinosaurio de Monterroso despert¨®, mostr¨® fidelidad a su rutina -caf¨¦, trabajo si la suerte, almuerzo de tupper, hora de metro y yogur en el sof¨¢-, se arrop¨® con el edred¨®n n¨®rdico, abri¨® los ojos de nuevo: de esta forma ma?ana tras noche, primero un vasito de leche caliente, luego un tronar de alarma de m¨®vil. Incluso ¨¦l, que permanec¨ªa inm¨®vil mientras nos despej¨¢bamos de lega?as, termin¨® por moverse: ya no solo nosotros inaugur¨¢bamos el d¨ªa, sino tambi¨¦n el que "todav¨ªa estaba all¨ª" cambiaba su sitio y se acomodaba a las costumbres. Nosotros madrugamos, hasta el dinosaurio se movi¨®: sin embargo, el solar de la plaza de la Cebada segu¨ªa all¨ª, sin una m¨¢quina que lo declarase en construcci¨®n, vac¨ªo.
Ilusiona ver c¨®mo se mantienen las ganas de no cruzar los brazos por una ciudad m¨¢s amable
De la plaza de la Cebada no nos interesa su ahora, la fotograf¨ªa que le tom¨® Google desde el cielo: nos interesan su pasado y su futuro, por qu¨¦ una instalaci¨®n que funciona mejor o peor detiene su marcha y se clausura y santas pascuas, y por qu¨¦ se afronta una remodelaci¨®n sin que nadie asegure que se dispondr¨¢ de presupuesto no ya para terminarla, sino para comenzarla. Alguien, en un despacho, reflexiona en torno a la modernidad. Piensa en cuerpos que sudan y en espacios di¨¢fanos: todo separado, todo junto. Piensa en familias disfrutando en un centro comercial, escalera mec¨¢nica abajo, promoci¨®n arriba. Anota en un post-it que lo pondr¨¢ todo m¨¢s bonito. Se muestra clar¨ªsimo: huele a felicidad. Redacta unas l¨ªneas. Lo eleva: ciencia infusa, archivo adjunto en un correo electr¨®nico. Mencionan a inversores privados. Las cifras no se atan: huele a felicidad y cemento. Se derrumban paredes. Y la crisis irrumpe: adi¨®s, vallas, mant¨¦ngase a la espera. Se despoja al barrio de una infraestructura necesaria, y a la vez se le impide disfrutar de un espacio que, con una inversi¨®n escasa -que no viste tanto, que no suscita ruedas de prensa ni cortes de cinta-, podr¨ªa mantener su actividad.
En eso ha ca¨ªdo un grupo de vecinos de La Latina, que al despertar comprueba c¨®mo el dinosaurio musita sus buenos d¨ªas y el solar contin¨²a ah¨ª. Se llaman El Campo de Cebada y han logrado la disposici¨®n favorable del Ayuntamiento, la implicaci¨®n de varias asociaciones de la zona, las ganas de no cruzar los brazos.
Yo les confieso que por una parte me ilusiona que las buenas ideas provengan de quienes cruzan la calle, y pasan por, y soportan, pues significa que todav¨ªa se mantienen las ganas de luchar por una ciudad m¨¢s amable, y porque a¨²n existe la posibilidad de recuperar y gestionar y protagonizar lo que es de todos, de decidir en qu¨¦ se ocupa ese solar, de devolverlo a La Latina y no permitir que duerma entre metal el sue?o m¨¢s injusto. Aunque reconozco que tambi¨¦n me cansa que siempre recaiga en los vecinos la responsabilidad de generar Madrid, por copiar la expresi¨®n de M¨®nica Rodr¨ªguez, una de las implicadas en El Campo de la Cebada: de que todos los espacios que se ceden acaban gestionados por vecinos porque ellos insisten, y piensan no en cuerpos sudados ni en espacios di¨¢fanos, sino en problemas verdaderos y nombres y apellidos, en gente que vive en el barrio, en sus necesidades e intenciones. Cuando alguien con corbata ha meditado en su despacho, ha proclamado eureka, ha contactado con una asociaci¨®n para ofrecerles insuflar vida al vac¨ªo. Bur¨®cratas, abracen el oportunismo: ?en serio nadie se plantea c¨®mo afrontar estos problemas? ?Nadie conoce el significado de empat¨ªa? ?Les importa la piel de los vecinos?
Reconforta, al menos, que el Ayuntamiento haya aceptado la propuesta; pero tambi¨¦n aterra que exista otra posibilidad, el no, y aterra que los impulsores de El Campo de Cebada hubieran tenido que tragarse su entusiasmo, y claudicar ante las vallas y el solar sin fecha de construcci¨®n. En todo caso, de El Campo de Cebada me gusta su esp¨ªritu abierto, su petici¨®n de ayuda para crecer entre todos, demostrando que se convertir¨¢ en un espacio de verdad abierto y p¨²blico. Me gusta c¨®mo ha nacido, c¨®mo crece, la direcci¨®n en la que camina y la intenci¨®n de no sustituir al polideportivo, de reivindicar ahora el solar sin que nadie olvide que ah¨ª debiera construirse lo que se prometi¨®, de instalarse conscientes de su fecha de caducidad, luchando por mantenerse y -al mismo tiempo- por acelerar las obras que significar¨¢n su marcha. Que salga todo bien, que se firme, que se act¨²e, que la historia no se torne cuento. ?rase una vez el personaje que despierta en el microcuento de Monterroso. ?rase, tambi¨¦n, ese dinosaurio que bosteza y se mueve de ac¨¢ para all¨¢, que termina por irse. ?rase el solar de la plaza de la Cebada: primero edificio con vida, demolici¨®n m¨¢s tarde, ahora qu¨¦.
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