Juventud, maldito tesoro
En la investigaci¨®n cient¨ªfica hay que identificar a los genios cuando a¨²n no han eclosionado. En cambio, en Espa?a exportamos personas en cuya formaci¨®n se han gastado cuantiosas sumas y puesto esperanzas
El pasado es patrimonio del recuerdo y fuente de experiencia. El presente, el fugaz hogar en el que vivimos, que se nos escapa sin que podamos retenerlo. Y el futuro es un territorio extranjero que todos queremos visitar, y para el que nos esforzamos en prepararnos aunque no estamos seguros de cu¨¢n lejos podremos adentrarnos en ¨¦l; solo sabemos que ser¨¢ el pa¨ªs en el que morar¨¢n los que vienen detr¨¢s de nosotros.
Pienso en esto mientras leo las encuestas que se?alan que Espa?a tiene la tasa de paro m¨¢s alta de la Uni¨®n Europea para menores de 25 a?os: algo m¨¢s del 40%. Y enlazo esta noticia con la recientemente acordada ampliaci¨®n de la edad de jubilaci¨®n. ?Cu¨¢ndo llegar¨¢n a tener derecho a esas jubilaciones esos j¨®venes que se adentran en la treintena sin haber podido cotizar a la Seguridad Social, o habi¨¦ndolo hecho durante muy poco tiempo? ?De qu¨¦ futuro ser¨¢n ciudadanos?
Nos hemos esforzado en "recuperar cerebros", cuando ya ha ocurrido lo mejor de su producci¨®n
Para generar riqueza a trav¨¦s de la ciencia hay que estar entre los mejores
Algunos, cada vez m¨¢s, de un futuro en otras tierras. Estoy pensando en las ofertas de trabajo que otros pa¨ªses (notablemente Alemania) est¨¢n haciendo a nuestros j¨®venes. Y ahora es diferente a otros tiempos; ahora, exportamos personas en cuya formaci¨®n Espa?a ha gastado cuantiosas sumas y puesto esperanzas: la esperanza de un futuro mejor, m¨¢s pr¨®spero.
"Prosperidad" es una palabra poli¨¦drica, enga?osa. Vivimos durante unas d¨¦cadas prosperando; una vieja naci¨®n que retomaba con energ¨ªa su camino tras casi medio siglo retrasada. Retrasada en lo pol¨ªtico, pero tambi¨¦n en aquello que m¨¢s contribuy¨® a configurar el siglo XX: la ciencia y la tecnolog¨ªa.
Aunque se ha hablado mucho de esta cuesti¨®n, querr¨ªa a?adir aqu¨ª algunos detalles relacionados con el asunto que me ocupa ahora, el de la juventud. Para ello, recordar¨¦ un episodio de la historia de un centro cient¨ªfico de excelencia: el Laboratorio Cavendish de Cambridge (Inglaterra). Fundado en 1871, este laboratorio tuvo como primer director a James Clerk Maxwell (1831-1879), una de las glorias de la ciencia universal. Cuando falleci¨®, la Universidad ofreci¨® el puesto a otro cient¨ªfico sobresaliente, lord Rayleigh (1842- 1919), pero en 1884 este dimiti¨®: quer¨ªa dedicarse a sus investigaciones y pose¨ªa medios econ¨®micos suficientes para hacerlo de forma privada. La Universidad anunci¨® entonces que aceptar¨ªa candidatos para el puesto. Se presentaron cinco candidaturas: Richard Glazebrook (1854- 1935), Joseph Larmor (1857-1942), Osborne Reynolds (1842-1912), Arthur Schuster (1851-1934) y Joseph John Thomson (1856-1940). A pesar de no ser el m¨¢s conocido ni el que contaba con m¨¢s experiencia, el elegido fue Thomson. Ten¨ªa entonces 28 a?os y dar¨ªa d¨¦cadas de gloria a su Universidad. Bajo su direcci¨®n, el Cavendish se estableci¨® como uno de los laboratorios l¨ªderes en la f¨ªsica mundial (el propio Thomson identific¨® all¨ª, en 1897, al electr¨®n como la carga el¨¦ctrica elemental, un trabajo que le report¨® el Premio Nobel de F¨ªsica en 1906).
Lo que hizo la Universidad de Cambridge es algo dif¨ªcil, pero muy importante: identificar el genio cuando este a¨²n no ha eclosionado; el genio que necesita de poder y medios para producir todo lo que lleva dentro. La historia ense?a algo que podemos comprender en bases neurofi-siol¨®gicas y culturales: que en ciencia la creaci¨®n de conocimiento realmente original suele deberse a j¨®venes. Isaac Newton (1642-1727) identific¨® en 1666 algunos de los elementos b¨¢sicos de la ciencia que luego dotar¨ªa de una base m¨¢s estructurada; ?variste Galois (1881-1832) y Hendrik Abel (1802-1829) murieron, cuando apenas se hab¨ªan abierto a la vida, dejando tras de s¨ª una obra que revolucion¨® la matem¨¢tica; el annus mirabilis de Albert Einstein (1879-1955) fue 1905, cuando ni siquiera trabajaba en una universidad; Werner Heisenberg (1901-1976) cre¨® la mec¨¢nica cu¨¢ntica, una de las grandes construcciones cient¨ªficas de la historia, con 24 a?os; y James Watson (nacido en 1928) desentra?¨®, junto a Francis Crick, la estructura del ADN en 1953. De Watson, precisamente, es la siguiente cita, que extraigo de su ¨²ltimo libro, Prohibido aburrirse (y aburrir): "Cuanto mayor sea el cient¨ªfico que elijas para dirigirte la tesis doctoral, m¨¢s probabilidad habr¨¢ de que te veas trabajando en un tema que tuvo sus mejores d¨ªas hace mucho, tal vez antes de que nacieras. Hasta los cient¨ªficos maduros que a¨²n conservan todas sus luces suelen empe?arse en poner m¨¢s ladrillos sobre una construcci¨®n que ya tiene suficientes estancias".
Al recordar hechos hist¨®ricos como estos, pienso en Espa?a y en las promociones de cient¨ªficos e ingenieros que se han graduado en nuestras universidades en las ¨²ltimas d¨¦cadas. Pienso que esas promociones han producido los j¨®venes mejor formados de la historia de nuestro pa¨ªs. Algunos han logrado introducirse en el sistema educativo e investigador, y tambi¨¦n (menos, porque de estas existen muy pocas) en industrias relacionadas con la I+D, pero rara vez, si es que alguna, se les ha dado la autonom¨ªa, la responsabilidad y los medios necesarios para que los verdaderamente sobresalientes puedan dar rienda suelta a su potencial. Acaso por eso, porque se han desanimado con lo que sucede con los que les preceden, puede que las nuevas generaciones no sean igual de capaces. O no hemos sabido, o no hemos querido, hacer lo que hizo Cambridge con Thomson. Nos hemos esforzado, eso s¨ª, en "recuperar cerebros", tarea esta sin duda conveniente, aunque hasta cierto punto. Porque aun siendo fenomenales cient¨ªficos, sin que haya que hacer otra cosa que agradecer su esfuerzo a los que han decidido regresar (a tiempo parcial o completo), es preciso reconocer que esos retornos suelen producirse cuando lo mejor de su producci¨®n cient¨ªfica ya ha tenido lugar. Lo que hay que hacer es evitar que los Cirac, Barbacid, Izpis¨²a u otros, emigren cuando a¨²n han producido poco; recuperarlos cuando hace tiempo que se han establecido es mucho menos interesante, aunque ayude. Me acuerdo, en este sentido, de algo que Severo Ochoa repiti¨® con frecuencia cuando regres¨® definitivamente a Espa?a: "He vuelto porque en Estados Unidos no quieren a los viejos". Se refer¨ªa, claro est¨¢, al mundo de la investigaci¨®n cient¨ªfica. Y creo que entend¨ªa que ya pod¨ªa aportar poco y que ten¨ªa que dejar su lugar a otros m¨¢s j¨®venes.
En 2005 -es solo un ejemplo, pero importante por su significado institucional-, el Ministerio de Sanidad y unas pocas empresas espa?olas (Banco Santander, El Corte Ingl¨¦s, Inditex, La Caixa y PRISA) se unieron para "refundar" el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares, dependiente del Instituto de Salud Carlos III. Aun entendiendo que la naturaleza de este centro es particular (la investigaci¨®n traslacional tiene sus caracter¨ªsticas propias), no comparto algunas decisiones que se tomaron entonces, como la del importante puesto que se dio en el organigrama del nuevo centro a Valent¨ªn Fuster (al que, por supuesto, no hay sino que agradecer su disposici¨®n), ni el que se firmase un convenio -que implicaba una importante contribuci¨®n econ¨®mica por parte espa?ola- con el Hospital Monte Sina¨ª de Nueva York, en el que trabajaba desde hac¨ªa mucho Fuster. Hubiera preferido que se buscasen los j¨®venes Thomson espa?oles y que se les diese la oportunidad para mostrarse a s¨ª mismos plenamente en un centro bien dotado. Aun siendo importante disponer de buenas relaciones internacionales, m¨¢s lo es probar las propias fuerzas, aspirar a ser los mejores. Porque si de lo que se trata es de generar riqueza a trav¨¦s de la ciencia, para as¨ª ser un pa¨ªs menos dependiente, entonces no vale ¨²nicamente con mejorar, hay que estar, ya, entre los mejores.
Si todo sigue igual, muchos de nuestros j¨®venes m¨¢s capaces, los Thomson potenciales, terminar¨¢n sino en el paro, frustrados, limitados o contribuyendo permanentemente a la ciencia de otros pa¨ªses. Ya s¨¦ que as¨ª se contribuye, finalmente, al acerbo cient¨ªfico com¨²n de la humanidad, pero ego¨ªsta como soy para con mi patria, querr¨ªa que este fuese un hogar m¨¢s propicio para la ciencia y, a¨²n m¨¢s, para sus j¨®venes. Si a esta nueva emigraci¨®n -forzosa tambi¨¦n- se le llama "globalizaci¨®n", entonces: ?maldita globalizaci¨®n!
Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Ron es miembro de la Real Academia Espa?ola y catedr¨¢tico de Historia de la Ciencia en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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