Calonge paga sus desmanes urban¨ªsticos
Cuatro sentencias obligan a derribar 60 pisos frente al mar
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Desde su balc¨®n, Florence Avedissian, de 40 a?os, ve el mar. Si baja a la calle, est¨¢ en la playa. La mujer vive con sus dos hijos en Calonge (Baix Empord¨¤), en la zona de Sant Antoni. Compr¨® en 1999 sobre planos los dos bajos del bloque de pisos Josep i Bonaventura, en el paseo mar¨ªtimo, popularmente conocido como El Queixal. Ella vive tranquila, a pesar de que el Tribunal Supremo ha ordenado derribar las cuatro ¨²ltimas plantas de las ocho que tiene el edificio.
Calonge, una localidad de la Costa Brava con poco m¨¢s de 10.000 habitantes, acumula cuatro sentencias de demolici¨®n por infracciones urban¨ªsticas que afectan a 60 viviendas. Adem¨¢s, el verano del a?o pasado, el Ayuntamiento ya ech¨® abajo un complejo de 43 apartamentos, el Armona Resort, porque no cumpl¨ªa con lo que dice la ley. El ¨²ltimo rev¨¦s judicial va contra El Queixal. El Supremo ratifica una decisi¨®n del Tribunal Superior de Justicia de Catalu?a (TSJC) que dice que el edificio tiene cuatro plantas m¨¢s de las permitidas.
A simple vista, no es una construcci¨®n m¨¢s escandalosa que el resto. En el paseo mar¨ªtimo, el hormig¨®n abunda. Gigantes de ocho o nueve plantas se levantan frente a la costa para servir, casi siempre, de segunda residencia. Es el urbanismo salvaje que ha deteriorado buena parte de la Costa Brava.Florence asegura que no tiene noticias del Ayuntamiento sobre el problema que amenaza su casa. "Pero les afecta a los de arriba, ?no?", se pregunta. Ciertamente, la sentencia no pide que se derribe todo el bloque. Otra cosa es que sea posible echar abajo cuatro plantas y mantener el resto.
El concejal de Urbanismo de la localidad, Mart¨ª Fonalleras (ERC), niega la responsabilidad de su gobierno. Todos los edificios afectados se hicieron durante la alcald¨ªa de Josep Rosell¨® Pijoan, explica. Rosell¨®, que fue alcalde m¨¢s de 20 a?os (por CiU hasta 2003, independiente desde entonces), defiende que no dio un solo permiso que tuviese un informe en contra.
La batalla entre los polticos en Calonge es encarnizada. La corporaci¨®n municipal, capitaneado por Jordi Soler (CiU), lleg¨® al poder despu¨¦s de una moci¨®n de censura, que acab¨® en una declaraci¨®n de transfuguismo para todo el equipo de gobierno. Por el camino ha habido querellas y una investigacin de la fiscal¨ªa.
Mientras, los propietarios ven como las casas que compraron ahora amenazan ruina. No porque est¨¦n viejas, si no porque las cosas no se hicieron como es debido. Los dos bloques del edificio bautizado como Llevant de Mar, en la avenida de Pau Casals, est¨¢n pendientes de los ¨²ltimos recursos que ha puesto el Consistorio. Incluso ya existe un presupuesto de derribo de 230.000 euros para los 28 apartamentos. Las persianas est¨¢n bajadas, los buzones pr¨¢cticamente vac¨ªos y cubiertos de polvo. Solo en uno de los apartamentos hay signos de vida, pero nadie responde al interfono.
Lo mismo ocurre con el bloque de edificios y locales comerciales Anna I, en la avenida de la Unin, junto al mar. En este caso son 16 apartamentos, la mayor¨ªa segundas residencias, y bares. A este caso se suman las ocho viviendas en Treumal de Dalt, que no llegaron ni a venderse.
Las infracciones suelen ser en muchos casos por defectos de forma. En el Anna I se hicieron unos cambios puntuales en los terrenos a trav¨¦s de un mecanismo que no era el adecuado. Para levantar el Llevant se acumul¨® la edificabilidad de dos parcelas en una. Las casas de la zona de Treumal de Dalt superan el techo m¨¢ximo de metros construidos.
El objetivo del consistorio es evitar los derribos, explica Fonalleras. Est¨¢n agotando la v¨ªa judicial para intentar retardar todo lo posible el proceso y legalizar las edificaciones a posteriori en el Plan General de Ordenaci¨®n Urbana. Aunque el temor de verdad es afrontar las indemnizaciones que pueden acarrear las demoliciones. El Armona Resort, en la zona del Collet, fue al suelo en 2010 y cost¨® 134.000 euros derribarlo. Ahora los due?os piden 9,8 millones al Ayuntamiento, que tiene un presupuesto de unos 15.
"Si nos lo echasen abajo, nos pagaran, ?no?", se pregunta Florence, desde el balc¨®n donde da el sol. "Aunque nos dar¨¢n menos de lo que nos cost¨®...", se responde ella misma. Sus hijos la interrumpen. Alguien llama a la puerta y es la hora de comer. Se excusa y se va hacia el interior del piso con la cabeza gacha. A lo lejos, se dir¨ªa que parece preocupada.
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