Un muerto al d¨ªa y no hay tut¨ªa

El teatro musical bueno es la belleza inteligente: dos facultades en una. Esta sorprendente versi¨®n de bolsillo de Ruddigore o la estirpe maldita, opereta g¨®tica de Gilbert & Sullivan, tiene una energ¨ªa coral, un nivel interpretativo homog¨¦neo y un desparpajo que ya lo quisieran la mayor¨ªa de los musicales de ¨¦xito de gran formato. La complicidad existente entre sus int¨¦rpretes no se improvisa en dos meses de ensayos: estudiaron juntos cuatro a?os en el Institut del Teatre e hicieron una primera y aclamada funci¨®n a partir de canciones de Boris Vian. Con Ruddigore han cosechado los premios de la cr¨ªtica barcelonesa y de la Fira de T?rrega al mejor musical y al mejor espect¨¢culo.

Todos cantan de miedo, sin micro, vocalizan perfectamente, act¨²an con gracia y pasan bater¨ªa de sobra. Ellos mismos han adaptado el texto y la m¨²sica, en versi¨®n para piano solo, y han hecho el vestuario. Con unos reflejos que ya quisi¨¦ramos tuvieran nuestros teatros p¨²blicos con las compa?¨ªas j¨®venes madrile?as, el Teatre Nacional de Catalunya coprodujo su siguiente montaje y lo program¨® cinco semanas en su sala grande, a llenazo diario.

Este Ruddigore conserva el nervio, la gracia y la musicalidad alada del original, con la ventaja de que, en la remozada sala chica del teatro Fern¨¢n G¨®mez, el espectador m¨¢s lejano est¨¢ a cinco pasos del escenario, situado a ras del suelo. Sin renunciar al tono de farsa bien medida que imprimen actores y director, se hubiera podido perfilar con m¨¢s precisi¨®n las motivaciones de los personajes: tambi¨¦n un vestuario menos empastado podr¨ªa haber a?adido matices de car¨¢cter a cada uno de ellos. Pocas pegas son estas para un espect¨¢culo que corre de miedo y deja un sabor de boca estupendo.