Tierra quemada
Cuando hace unos d¨ªas, el secretario general de los socialistas gallegos, Pachi V¨¢zquez, acusaba sin pruebas al presidente de la Xunta de connivencia con el narcotr¨¢fico daba un salto cualitativo en el deterioro de la pol¨ªtica y de la democracia. Pocas horas antes de la arroutada de V¨¢zquez, el vicepresidente del Gobierno, Alfredo P¨¦rez Rubalcaba, afirmaba que los ciudadanos esperan del PSOE algo m¨¢s que insultos a Rajoy. Pero lo que ha hecho el secretario del PSdeG no es solo un insulto, sino la imputaci¨®n al representante de la primera magistratura de Galicia de un delito grave y especialmente repugnante. Y cuando un pol¨ªtico con la responsabilidad que ostenta Pachi V¨¢zquez hace tal cosa solo tiene dos alternativas: demostrar sus acusaciones o marcharse.
Pachi V¨¢zquez, Rajoy, Cospedal, Mayor Oreja y Pons deben demostrar sus acusaciones o marcharse
Desgraciadamente, este inaudito incidente demuestra una vez m¨¢s que en Galicia y en Espa?a, como he denunciado en muchas ocasiones, no existe un verdadero debate democr¨¢tico sino alineaci¨®n mec¨¢nica de posiciones, el simplismo sectario ha sustituido al discurso pol¨ªtico, los intereses de partido y personales prevalecen siempre sobre el inter¨¦s general, se han difuminado todos los l¨ªmites morales, otrora infranqueables, y de las viejas reglas solo subsisten las de la selva. Y en este contexto, las desafecciones de la pol¨ªtica y de la democracia crecen como plantas venenosas en un terreno abonado por defoliantes.
Ahora bien, esta indeseable situaci¨®n no ha nacido por generaci¨®n espont¨¢nea, sino que es el resultado de un largo proceso de deterioro de nuestra democracia. Es dif¨ªcil fijar una fecha inequ¨ªvocamente aceptada en la que ha comenzado esta involuci¨®n democr¨¢tica. Pero si hubiera que fijar una, yo me inclinar¨ªa por el 14 de marzo del 2004. Porque es evidente que a partir de ese momento, el PP, incapaz de asimilar su derrota en las urnas, ha desempolvado la pol¨ªtica de tierra quemada y se ha mostrado dispuesto a todo, incluido el juego sucio y la destrucci¨®n del adversario, con tal de recuperar el poder. Porque, en efecto, cuando el Gobierno es acusado de poner en peligro la unidad nacional y de claudicar ante los terroristas, incluso de colaborar con ellos; cuando todas las instituciones del Estado -Gobierno, Parlamento, judicatura, fiscal¨ªa, Guardia Civil...- son puestas sistem¨¢ticamente en entredicho; cuando a dichas instituciones se les imputa nada menos que la participaci¨®n en una conspiraci¨®n con pa¨ªses extranjeros para desestabilizar al Gobierno leg¨ªtimo y alterar las reglas del juego democr¨¢tico -los autores de los atentados del 11-M no est¨¢n ni en remotas monta?as ni en lejanos desiertos-, es obvio que el PP no solo ha puesto en cuesti¨®n al Ejecutivo sino tambi¨¦n al Estado. Por eso personas como Rajoy, Cospedal, Mayor Oreja, Arenas o Pons tienen la misma alternativa que Pachi V¨¢zquez: probar sus implicaciones o retirarse definitivamente de la vida p¨²blica. Esta deber¨ªa ser, en todos los casos, la exigencia de una sociedad democr¨¢ticamente madura.
Es bien sabido que una persona sometida a circunstancias que la estimulan de un modo diferente al habitual suele deparar sorpresas insospechadas. En sentido contrario, una persona que se dedique a satisfacer sus necesidades b¨¢sicas de un modo altamente rutinario y limite sus relaciones sociales al contacto con personas con pautas de comportamiento similares perder¨¢ parte de su potencial y su complejidad de comportamiento se ir¨¢ reduciendo hasta situarse en el nivel que requiere su supervivencia en el medio circundante. A esa situaci¨®n parecen haber llegado nuestros pol¨ªticos. Porque cuando uno piensa que la complejidad potencial de comportamiento de personas como Feij¨®o o Pachi V¨¢zquez est¨¢ m¨¢s pr¨®xima a la que despleg¨® Einstein que a la que manifiestan la generalidad de los mam¨ªferos, debe reconocerse que tiene m¨¦rito conseguir dar la impresi¨®n de lo contrario.
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