Febrero
La cadena Al Yazira pas¨® la tarde del lunes dando cr¨¦dito al rumor de que el l¨ªder libio Gadafi estaba volando camino del exilio en Venezuela. Gadafi termin¨® por hacer p¨²blicas unas im¨¢genes donde se le ve¨ªa bajo un paraguas gris en una camioneta junto a un edificio derruido. Pero la cadena insisti¨® en que esa escena pod¨ªa haber tenido lugar en cualquier parte. As¨ª que Gadafi opt¨® por el mensaje televisado de firmeza. No hay que olvidar que Mubarak sali¨® en televisi¨®n insistiendo en la normalidad en Egipto, horas antes de ser evacuado del poder. La televisi¨®n propone un campo de batalla. El desarrollo final de los acontecimientos fijar¨¢ el valor de las im¨¢genes.
Los espa?oles lo sabemos bien. Hace 30 a?os que conmemoramos el 23-F, pese a que la imagen grotesca de los guardias civiles en el Congreso no es para ir presumiendo. El guionista Pedro Beltr¨¢n ten¨ªa perge?ada una versi¨®n del golpe donde los principales protagonistas cantaban fragmentos de zarzuelas elegidas con tino. Cada a?o, aparecen exclusivas gastadas, declaraciones forzadas, interpretaciones peregrinas, pero la contundencia de la imagen se lo merienda todo.
Es una l¨¢stima que se repita la irrupci¨®n de Tejero y no los 30 minutos de tenso silencio y espera absurda camino de la nada que grabaron los c¨¢maras de TVE. Im¨¢genes que entonces se retuvieron para evitar des¨®rdenes, porque eran tiempos m¨¢s lentos que estos de hoy, donde cinco minutos son una eternidad y un tweet, los discursos completos de Churchill. Las actas parlamentarias no tan secretas dan cuenta del bar arrasado y ciertos di¨¢logos para la posteridad. Fraga se queja a Tejero: "Le hago notar que me ha puesto la mano encima". Y el otro responde: "Las dos". M¨¢s sensaci¨®n de impunidad que de estilo. Los programas conmemorativos, La Sexta se adelant¨® al domingo, oscilan entre nostalgia y turbiedad conspirativa. Tranquiliza saber que en febrero de 1981 est¨¢bamos rodeados de dem¨®cratas intachables, periodistas honestos, militares honorables y un pueblo ejemplar. ?ramos ni?os y solo acertamos a recordar los ojos cargados de miedo de aquellos que hab¨ªan vivido la Guerra Civil o el discurso fascista de don Luis, el sacerdote profesor de Historia, que nos tranquiliz¨® asegurando que pronto tendr¨ªamos otro Franco para velar por nosotros.
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