Del 23-F al norte de ?frica
Pertenezco a una generaci¨®n que ha tenido el privilegio de haber asistido en directo a cuatro grandes oleadas democratizadoras que cambiaron la vida de los pa¨ªses del sur de Europa (Grecia, Portugal y Espa?a); del este europeo, sometido a reg¨ªmenes de tipo sovi¨¦tico; de muchos pueblos latinoamericanos, despu¨¦s del largo oto?o de las dictaduras militares; y, ahora, si las cosas no se tuercen, del mundo ¨¢rabe.
Las revueltas del norte de ?frica han coincidido con el 30? aniversario del 23-F. La memoria del golpe de Estado es ¨²til para recordar que todo pod¨ªa haber ido de otra manera y que los procesos de transici¨®n son siempre imprevisibles y enormemente delicados. Espa?a deber¨ªa saber transmitir su experiencia a quienes est¨¢n embarcados en procesos de cambio pol¨ªtico que requieren un sentido muy preciso de los objetivos, los tiempos y las relaciones de fuerza. Lo triste es que Espa?a no est¨¢ haciendo nada. Choca con la m¨¢s elemental sensibilidad democr¨¢tica que un Gobierno que despliega tanta energ¨ªa en la conmemoraci¨®n de uno de los momentos m¨¢s delicados de la transici¨®n no tenga otra actitud que el silencio m¨¢s espeso y la espera m¨¢s pat¨¦tica -tenemos una ministra de Asuntos Exteriores que nunca se define porque siempre le falta alguna informaci¨®n- ante lo que est¨¢ aconteciendo en el norte de ?frica. De lo cual cabe pensar dos cosas: que 30 a?os despu¨¦s la sensibilidad democr¨¢tica est¨¢ completamente atrofiada, y que conmemoramos el 23-F con cultura de tribu, sin ser capaces de pensar ni un minuto en los que hoy luchan por la democracia.
Espa?a y Europa han perdido la capacidad de establecer empat¨ªa con los que luchan por la libertad
Ciertamente el Gobierno puede escudarse en el mal de muchos, porque la Uni¨®n Europea est¨¢ igual de perpleja. Pero que a estas alturas -tan contaminados por las pol¨ªticas anteriores de adulaci¨®n a los dictadores- nuestros gobernantes no hablen porque no saben qu¨¦ decir y qu¨¦ hacer es sencillamente indignante. ?Es posible que sus antenas democr¨¢ticas est¨¦n tan averiadas que no sean capaces de saber qui¨¦nes son los nuestros en la crisis del mundo ¨¢rabe?
Espa?a, como Europa, se est¨¢ comportando como una democracia gastada, paranoica e hipocondr¨ªaca, que ha perdido la capacidad de establecer empat¨ªa con los que luchan por la libertad y de ejercer cualquier papel de orientaci¨®n y de apoyo en los procesos. Los gobiernos y gran parte de las ¨¦lites est¨¢n atrapados por las mentiras y los mitos que ellos mismos han ido alimentando y se han acabado creyendo. El mito de la unidad del mundo ¨¢rabe e incluso del musulm¨¢n, que desaf¨ªa la evidencia de las enormes diferencias entre las culturas de estos pa¨ªses. El mito de la incompatibilidad de las civilizaciones, a partir de una categor¨ªa absurda que, como ha denunciado Amartya Sen, otorga a las religiones el privilegio de marcar nuestras identidades a sangre y fuego. El mito del poder de Al Qaeda y del fundamentalismo isl¨¢mico, que si desde siempre ha sido magnificado a favor de los intereses de la guerra contra el terror, en los ¨²ltimos a?os est¨¢ adem¨¢s en franco retroceso en todo el mundo isl¨¢mico.
Cegados por estas fantas¨ªas, bloqueados por la dependencia energ¨¦tica y otros intereses econ¨®micos, Espa?a -como sus vecinos- reacciona con esta mentalidad de fortaleza asediada que tanto da?o est¨¢ haciendo a Europa. Poco importa la suerte de los ciudadanos ¨¢rabes que han puesto a sus gobiernos contra las cuerdas. Solo importa la inmigraci¨®n, el islamismo radical y el terrorismo. Poco importa que la inmigraci¨®n fuera consecuencia de la situaci¨®n en que los d¨¦spotas ten¨ªan a sus pueblos. Poco importa que el islamismo radical y el terrorismo hayan sido la coartada para la perpetuaci¨®n de estos reg¨ªmenes criminales. Hace tiempo que el miedo se ha adue?ado de nuestros gobiernos. No se olvide que es este mismo Ejecutivo el que blind¨® las vallas de Ceuta y Melilla.
La reacci¨®n de Espa?a -y de Europa- pone de manifiesto el estado de deterioro de nuestra democracia. Estos ciudadanos -tantas veces vistos desde aqu¨ª despreciativamente como parias- nos ponen en evidencia al luchar por la democracia cuando nuestra democracia se desdibuja d¨ªa a d¨ªa. Los gobernantes no se dan cuenta del malestar profundo que recorre Espa?a y Europa. No es casualidad que en Francia un panfleto de un nonagenario que invita a los franceses a la indignaci¨®n haya vendido m¨¢s de un mill¨®n de ejemplares. Alg¨²n d¨ªa este profundo malestar despertar¨¢. Quiz¨¢ entonces los Gobiernos europeos entiendan el rid¨ªculo que est¨¢n haciendo ahora. Tengo para m¨ª que la ¨²ltima estaci¨®n de la revoluci¨®n de las redes sociales ser¨¢ Europa.
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