Wittgenstein: decid a los amigos que he sido feliz
Una tragedia no es que se muera tu abuela a los 85 a?os en una mecedora, sino soportar dos guerras mundiales en tu propia casa y que durante la paz se suiciden a tu alrededor varios hermanos y a uno de ellos, pianista de gran fama, tuvieran que cortarle un brazo. Karl Wittgenstein, jud¨ªo vien¨¦s converso, rey del hierro y del acero, heredero de una dinast¨ªa de grandes financieros del imperio austroh¨²ngaro, tuvo con su mujer Leopoldine ocho v¨¢stagos, cada uno m¨¢s tronado: Kurt, Helene, Rudi, Hermine, Hans, Gretl, Paul y Ludwig. Fue una familia marcada por la locura y el dinero en una ¨¦poca en que la dulzura de los violines del Danubio comenz¨® a ser sustituida por los timbales de Wagner y estos terminaron siendo los ca?onazos, que reducir¨ªan a escombros el pastel de dioses, atlantes y ninfas de m¨¢rmol del fastuoso palacio de los Wittgenstein en Viena donde en tiempo de esplendor se daban cita Sigmund Freud, los m¨²sicos Brahms, Strauss y Mahler, el pintor Klimt, el poeta Rilke, el escritor Robert Musil y otros seres divinos atra¨ªdos por la mano dadivosa del mecenas.
El 'Evangelio Abreviado' de Tolst¨®i le caus¨® tanta impresi¨®n que lo llev¨® siempre consigo durante la contienda y en el cautiverio
Entre los ocho hermanos Wittgenstein, solo dos sobrevolaron las convulsiones de su inmensa fortuna. A Paul lo salv¨® el piano, pese a ser manco, y a Ludwig la filosof¨ªa del lenguaje, que ejerci¨® como un profeta evang¨¦lico. Los seis v¨¢stagos restantes desbarrancaron en disputas y cuchilladas dom¨¦sticas, bodas de conveniencia, pactos dementes, sanatorios psiqui¨¢tricos, quiebras y suicidios, hasta que el destino los disolvi¨® en el basurero de la historia, no sin antes obligarles a entregar gran parte de sus empresas, como chantaje, a los nazis, quienes al final dieron por bueno que esta familia de conversos ten¨ªa un antepasado que fue un pr¨ªncipe ario en el siglo XVIII y as¨ª se libr¨® del campo de exterminio.
El 1 de diciembre de 1913, a los 26 a?os, Paul debut¨® como concertista de piano en el Grosser Musikverein, en cuya Sala de Oro estrenaron sus obras Brahms, Bruckner y Mahler. Desde all¨ª se trasmiten los valses y las polcas de A?o Nuevo. El auditorio tiene 1.654 butacas. La familia compr¨® todo el aforo para llenarlo solo con los amigos dispuestos a aplaudir a toda costa. Pero Paul ten¨ªa talento. De hecho, cuando en la Gran Guerra un mortero se le llev¨® por delante el brazo derecho, Maurice Ravel le compuso el famoso Concierto para la mano izquierda. Y con una sola mano sigui¨® Paul interpretando con ¨¦xito piezas propias y las que el preceptor ciego Josef Labor compon¨ªa para ¨¦l exclusivamente.
Pero de aquella saga de reyes de la siderurgia austriaca fue Ludwig, el ¨²ltimo de los hermanos, el que salv¨® el apellido Wittgenstein y lo hizo c¨¦lebre al elevarlo a la cumbre de la filosof¨ªa herm¨¦tica. Hab¨ªa nacido en Viena en abril de 1889. Hasta los 14 a?os fue educado en su palacio con preceptores y desde este espacio insonorizado pas¨® a un centro de Linz donde tuvo a Hitler como compa?ero de pupitre. En 1908 su padre lo mand¨® a Manchester a estudiar aeron¨¢utica y all¨ª dise?¨® un ingenio de propulsi¨®n a chorro para la aviaci¨®n. A trav¨¦s de la ingenier¨ªa se adentr¨® en las matem¨¢ticas hasta desembocar en la filosof¨ªa y esta pasi¨®n le llev¨® a conocer a Bertrand Russell en Cambridge. Ambos quedaron mutuamente imantados. Russell lo adopt¨® como disc¨ªpulo y le anim¨® a escribir filosof¨ªa y despu¨¦s de asombrar a todos con el primero de sus aforismos: El mundo no es todas las cosas, sino todos los hechos, a Wittgenstein le dio un brote de misantrop¨ªa, se fue a Noruega y se estableci¨® en una caba?a para pensar en soledad.
De aquella nota surgi¨® su famosa obra Tractatus Logico- Philosophicus, un libro de 70 p¨¢ginas, de apenas veinte mil palabras, que revolucion¨® el pensamiento anal¨ªtico del lenguaje. Lo escribi¨® entre ca?onazos en las trincheras de Italia durante la Gran Guerra en la que se hab¨ªa alistado como voluntario y logr¨® salvarlo mediante cartas que mandaba a Russell desde Monte Casino donde permaneci¨® como prisionero. Era un texto cr¨ªptico. Para unos positivista l¨®gico, para otros ¨¦tico, para otros m¨ªstico. En plena guerra Ludwig hab¨ªa comprado en una librer¨ªa de Tarnow, un pueblo a 40 kil¨®metros de Cracovia, el ¨²nico libro que hab¨ªa en los estantes. Era el Evangelio Abreviado de Tolst¨®i. Le caus¨® tanta impresi¨®n que lo llev¨® siempre consigo durante la contienda y en el cautiverio, hasta el punto que estructur¨® su Tractatus en seis partes, exactamente igual, como Tolst¨®i, en forma de pensamientos, de cuya enigm¨¢tica complejidad le sobrevino la fama.
Terminada la guerra a Ludwig Wittgenstein le dio otro brote de misantrop¨ªa y don¨® toda su fortuna a dos de sus hermanas y en 1920 se convirti¨® en maestro de escuela en peque?os pueblos de Austria. Su rigor le trajo problemas con los padres de algunos alumnos a los que azotaba de forma inmisericorde si erraban en matem¨¢ticas. Para eludir la justicia escolar, en 1926, abandon¨® la docencia y trabaj¨® de jardinero en un monasterio, pero aburrido de podar rosales, en vez de suicidarse como era tradici¨®n en su familia, volvi¨® a Cambridge donde su Tractatus era estudiado como un devocionario y all¨ª desembarc¨® en medio del grupo de Bloomsbury, una dorada pandilla de evanescentes esnobs que se mov¨ªan entre el cinismo intelectual, el escarceo con el partido comunista, la ambigua sexualidad y el placer del espionaje sovi¨¦tico. Pese a ser t¨ªmido, tenso y tartamudo, seg¨²n la descripci¨®n de su amigo homosexual John Niemeyer, a los cuarenta a?os Ludwig parec¨ªa un joven de veinte, con una belleza propia de los dioses, rasgo siempre importante en Cambridge, con los ojos azules y el pelo rubio, como un Apolo que hubiera saltado de su propia estatua. Lo rodeaba una especie de santidad filos¨®fica, un aura misteriosa que expand¨ªa tambi¨¦n cuando comenz¨® a dar lecciones de l¨®gica en la universidad. Un grupo reducido de fervorosos alumnos le segu¨ªa como a un profeta y no les preocupaba no entenderle, les bastaba con estar cerca y asistir al espect¨¢culo de su pensamiento. Daba las lecciones de l¨®gica en su propia habitaci¨®n sin usar texto ni notas; se limitaba a pensar en medio de un silencio meditativo que interrump¨ªa para interrogar a sus disc¨ªpulos. Cuando las clases le agotaban se iba al cine a ver pel¨ªculas del Oeste en primera fila o le¨ªa novelas de detectives y cuentos de hadas. Le ten¨ªan como a un Jesucristo revolucionario porque hab¨ªa comenzado a estudiar ruso y programaba para s¨ª mismo irse a vivir a la Uni¨®n Sovi¨¦tica con su amante Francis Skinner, 23 a?os menor que ¨¦l. En 1935 visitaron juntos Mosc¨² con idea de establecerse all¨ª. Pero desistieron de ello debido a la dictadura estalinista. Los alumnos de los cursos 1933-1934 y 1934-1935 hicieron circular los apuntes tomados en clase y que despu¨¦s de su muerte ver¨ªan la luz con los nombres de El Cuaderno Azul y El Cuaderno Marr¨®n.
Con la anexi¨®n de Austria por Alemania renunci¨® a su nacionalidad y adquiri¨® la brit¨¢nica. Pero la rutina formal acad¨¦mica le hastiaba. Renunci¨® a su c¨¢tedra y en 1947 abandon¨® Cambridge y se dirigi¨® a Irlanda. All¨ª residi¨® en el interior de otra caba?a en Galway junto al mar. Durante un viaje a Norteam¨¦rica comenz¨® a tener problemas de salud y, al regresar a Inglaterra se le diagnostic¨® un c¨¢ncer de pr¨®stata, que se neg¨® a tratarse.
Los dos ¨²ltimos a?os de su vida los pas¨® con sus amigos de Oxford y Cambridge trabajando en cuestiones de filosof¨ªa hasta su muerte, que sucedi¨® el 29 de abril de 1951 en Cambridge, en casa de su m¨¦dico, el doctor Bevan, donde resid¨ªa como hu¨¦sped. Antes de perder la conciencia le susurr¨®: "?D¨ªgale a los amigos que he tenido una vida maravillosa y que he sido feliz!".
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