El espejismo de la centralizaci¨®n
La evidencia emp¨ªrica de que disponemos indica que los Estados pol¨ªticamente descentralizados suelen ser m¨¢s eficaces a la hora de hacer frente a situaciones de crisis de lo que suelen serlo los que no lo est¨¢n. La direcci¨®n pol¨ªtica de la sociedad se hace m¨¢s compleja que en los Estados unitarios, ya que son m¨¢s numerosos los actores que participan en el proceso de toma de decisiones. Pero la complejidad de su funcionamiento se adecua mejor a la complejidad de la propia sociedad de la que es expresi¨®n y, en consecuencia, el resultado final no solo suele ser m¨¢s leg¨ªtimo, sino que tambi¨¦n es m¨¢s eficaz.
En Espa?a no tenemos m¨¢s experiencia descentralizadora que la que se ha construido con base en la Constituci¨®n de 1978, ya que las dos republicanas, la del ¨²ltimo tercio del siglo XIX y la de los a?os treinta del siglo XX, no dispusieron del tiempo suficiente para asentarse. Pero s¨ª disponemos ya de 30 a?os de experiencia descentralizadora, lo cual no es poco en un pa¨ªs con tantas discontinuidades pol¨ªticas y constitucionales como Espa?a. Realmente no ha habido en nuestra historia de los dos ¨²ltimos siglos ning¨²n periodo de 30 a?os, en el que haya estado vigente una Constituci¨®n sin necesidad de recurrir al estado de excepci¨®n o incluso al estado de sitio. Nos llam¨® la atenci¨®n la declaraci¨®n del estado de alarma el pasado diciembre con motivo del abandono de sus puestos de trabajo de los controladores a¨¦reos porque es la primera vez que se hac¨ªa uso de un instituto de protecci¨®n extraordinaria del Estado con la Constituci¨®n de 1978. No el estado de alarma, sino el de excepci¨®n o incluso el de sitio ha sido la norma en nuestra historia constitucional.
Y esta experiencia descentralizadora ha sido un ¨¦xito desde todos los puntos de vista, pero muy destacadamente desde el punto de vista de la gesti¨®n econ¨®mica. El Estado de las autonom¨ªas tuvo que iniciar su andadura no en las d¨¦cadas de estabilidad que siguieron a la II Guerra Mundial, sino en las d¨¦cadas de incertidumbre que se iniciaron con la crisis del petr¨®leo de 1973-1974 y en las que todav¨ªa nos mantenemos. La democracia espa?ola no solamente tuvo que adaptar al pa¨ªs a la integraci¨®n europea primero, sino que adem¨¢s tuvo que hacer frente despu¨¦s al reto de la globalizaci¨®n tras la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn.
Lo ha hecho con un ¨¦xito reconocido de manera generalizada. Ahora, nos encontramos ante un nuevo reto. Tenemos que hacer frente a una crisis de una intensidad desconocida desde hace m¨¢s de 70 a?os y en un momento en el que se est¨¢n alterando los equilibrios no solo entre pa¨ªses sino entre continentes. Alguna de esas alteraciones de equilibrios, como la que va a resultar inexorablemente de la revoluci¨®n que est¨¢ en marcha en el norte de ?frica, nos afecta de manera directa y, con seguridad, nos va a obligar a introducir reajustes en nuestra convivencia.
La existencia de las 17 comunidades y las dos ciudades aut¨®nomas es una garant¨ªa de que los reajustes van a tener que ser pactados y no van a poder imponerse autoritariamente. El pacto no va a ser f¨¢cil de alcanzar, pero cualquier otra alternativa que se contemple es mucho peor. Los reajustes que ahora mismo se est¨¢n produciendo, se est¨¢n aceptando de una manera pac¨ªfica, porque se est¨¢n imponiendo por la Generalitat de Catalu?a, la Generalitat valenciana o la Junta de Andaluc¨ªa. Si todos hubieran tenido que ser impuestos por el Estado, estar¨ªamos en presencia de una conflictividad enorme. Pensar que con un Estado centralizado podr¨ªamos tener una mejor respuesta, es un espejismo.
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