Esplendor de las ciudades
Qu¨¦ invento asombroso, la ciudad. La ciudad grande, la ciudad viva, la ciudad en la que buscan y encuentran trabajo los emigrantes pobres y asilo los fugitivos, la ciudad en la que uno disfruta tan plenamente de la soledad como de la compa?¨ªa, a la que sue?an con irse los sometidos al tedio y a la extenuaci¨®n del trabajo campesino, los que desean aprender y ejercer oficios fantasiosos, en la que podr¨¢n escapar de la vigilancia escrutadora de sus semejantes los que mantienen oculta su diferencia; la ciudad ciudad, donde a cualquier hora del d¨ªa y a veces de la noche hay gente por la calle y locales abiertos; o en la que un sistema eficiente de transporte p¨²blico permite viajar hasta sus ¨²ltimos confines en l¨ªneas de autobuses o en redes de metro en las que nunca falta el misterio del encuentro con los desconocidos, el del viaje por laberintos de corredores y escaleras. En Nueva York o en Madrid salgo de casa e inmediatamente me sumerjo en el gran r¨ªo de la vida, que arrastra igual el esplendor que la basura, como el r¨ªo Hudson arrastra y mece con id¨¦ntica magnanimidad troncos que flotan entre dos aguas con algo de caimanes, gansos circunspectos, hojas del ¨²ltimo oto?o, latas de cerveza, condones expandidos hasta tama?os improbables despu¨¦s de una larga estancia en las aguas. La computadora, el coche, la casa confinada en una urbanizaci¨®n, a¨ªslan del mundo, o lo ofrecen con una docilidad enga?osa al capricho: compras online exactamente lo que te apetec¨ªa en este momento; muestras tu preferencia por una opci¨®n pol¨ªtica o una pel¨ªcula o una perversi¨®n; no corres el menor peligro de encontrarte con algo o con alguien que no formaran parte de tus preferencias m¨¢s espec¨ªficas.
En cualquier gran ciudad es posible un despliegue de expectativas que no parecen tan valiosas como son porque ya estamos acostumbrados a ellas
En la ciudad, nada m¨¢s pisar la calle, comienza el aprendizaje de lo inesperado. La est¨¦tica de la ciudad es el collage y la enumeraci¨®n ca¨®tica. Sal¨ª esta ma?ana de domingo a comprar hortalizas, queso, leche y fruta en el mercado de los granjeros que instalan cada semana sus tenderetes a lo largo de la acera de la Universidad de Columbia y por el camino encontr¨¦ por sorpresa, en diversos puestos callejeros, una hucha de porcelana policromada que es un jovial marinero de los a?os treinta con su petate al hombro, un disco de Lena Horne, una edici¨®n de segunda mano de las tragedias de Eur¨ªpides. Un poco m¨¢s all¨¢ de los cajones donde los granjeros venden patatas o manzanas o zanahorias y nabos y remolachas que todav¨ªa huelen a tierra olorosa brilla al sol un edificio magn¨ªfico de Rafael Moneo destinado a laboratorios, chocante en este paisaje de arquitecturas s¨®lidas y venerables y a la vez sutilmente vinculado con ellas. Casi a la puerta del club Smoke me cruc¨¦ con un contrabajista que ir¨ªa a tocar durante las horas del brunch. Un hombre llevaba de la mano a su hijo de siete u ocho a?os que aprend¨ªa a mantener el equilibrio sobre unos patines. Un emigrante mexicano tal vez ilegal atend¨ªa el puesto de flores de una fruter¨ªa coreana. En un banco a la puerta de un pub irland¨¦s unos bebedores con aire de solvente veteran¨ªa aprovechaban el sol y la calidez inesperada del aire para demorarse fumando sus cigarrillos antes de volver a la penumbra interior. El ne¨®n rosa de la Juanito's Barber Shop brillaba d¨¦bilmente en la claridad del mediod¨ªa. En un breve tramo de acera se suced¨ªan una tienda de colchones, el taller de un zapatero remend¨®n, un concesionario de tel¨¦fonos m¨®viles, una ferreter¨ªa regentada por hoscos barbudos paquistan¨ªes o afganos, una panader¨ªa que se llama Silver Moon y desde la que se expande por la acera un olor alimenticio de panes y bollos y caf¨¦s, una papeler¨ªa en la que me apeteci¨® de pronto comprar cuadernos y rotuladores. En menos de un kil¨®metro puedo atravesar las m¨¢s diversas latitudes de las cocinas populares del mundo: comida india, comida china, comida japonesa, comida italiana, comida mexicana, tailandesa, comida chinoperuana exquisita y barata. En la planta de arriba del restaurante Mam¨¢ M¨¦xico, que los domingos acoge a grandes familias charladoras y comilonas amenizadas por mariachis, hay un centro de acupuntura, yoga y taichi.
En cualquier gran ciudad es posible una caminata equivalente, un despliegue de expectativas que no parecen tan valiosas y tan singulares como son porque ya estamos acostumbrados a ellas. La ciudad tambi¨¦n tiene atascos de tr¨¢fico, poluci¨®n, hacinamiento, pobreza, contrastes obscenos entre la marginalidad y el privilegio. Tan abundante como la literatura que retrata y celebra las ciudades es la que se dedica a denigrarlas. En la ciudad est¨¢ la corrupci¨®n de cualquier inocencia, el ruido que vuelve insoportable la vida, el aislamiento, el anonimato, el delito. El j¨²bilo indiscriminado de Walt Whitman tiene su reverso en la vindicaci¨®n pastoral de Miguel Hern¨¢ndez, o de Fray Luis de Le¨®n, o del mismo Lorca, que disfrut¨® en Nueva York mucho m¨¢s de lo que dej¨® traslucir en sus poemas sobre la ciudad. La beatitud ecologista parece exigir casas aisladas en el campo, pueblos peque?os en los que el aire est¨¢ m¨¢s limpio y los alimentos todav¨ªa saben como tienen que saber.
Junto a los ventanales del caf¨¦ del nuevo edificio de Moneo miro el tr¨¢fico de la calle y el desfile plural de la gente por la acera y leo un libro que me hace m¨¢s consciente de la complejidad y el valor de lo que estoy viviendo: Triumph of the City, de Edward Glaeser, un economista de Harvard que ha adquirido su erudici¨®n leyendo al parecer todo lo que se ha escrito sobre todas las ciudades y paseando por todas ellas, por Nueva York y Mumbai, por Par¨ªs, por Barcelona, por Kinsasha, por Detroit. Glaeser dice que la ciudad es la m¨¢s importante creaci¨®n humana: que fomenta la inventiva, el talento individual, la tolerancia, la prosperidad, la cooperaci¨®n. Las ciudades no hacen pobre a la gente: atraen a gente pobre que quiere dejar de serlo. Las grandes ciudades son m¨¢s respetuosas con el medio ambiente que las c¨¦lebres arcadias ecologistas, porque la gente tiende a moverse por ellas caminando o en transportes p¨²blicos: los habitantes de Nueva York gastan como media un 40% menos de energ¨ªa que los de las zonas residenciales o rurales del pa¨ªs. La ingenier¨ªa necesaria para suministrar agua saludable a las ciudades y retirar de ellas la basura es una proeza ¨¦pica contada por Edmund Glaeser. Vivir entre la densa poblaci¨®n de una ciudad es m¨¢s seguro que hacerlo en una casa aislada en el campo. Tambi¨¦n, estad¨ªsticamente, es m¨¢s saludable. Para no convertirse en boutiques monumentales en las que solo puedan habitar los ricos y los turistas las ciudades hist¨®ricas necesitan renovarse con inteligencia y audacia y levantar edificios altos con una oferta de vivienda suficiente para que los precios no sean abusivos. A pesar de la pobreza y la violencia la esperanza de vida es m¨¢s alta en una favela de R¨ªo de Janeiro que en los pueblos del interior del pa¨ªs. Leer a Edward Glaeser le da a uno el mismo ¨ªmpetu para caminar y fijarse en todo que las Hojas de hierba de Whitman o el Fervor de Buenos Aires de Borges.
Triumph of the City. How Our Greatest Invention Makes Us Richer, Smarter, Greener, Healthier, and Happier. Edward Glaeser. The Penguin Press, 2011. 352 p¨¢ginas. antoniomu?ozmolina.es
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