?Qu¨¦ podemos hacer por la joven revoluci¨®n libia?
Es la pregunta que el mundo se plantea en relaci¨®n con aquella de las revoluciones ¨¢rabes que ya ha sido objeto de una represi¨®n de lo m¨¢s salvaje, y que, por desgracia, no ha acabado.
De modo que plante¨¦ la pregunta en Tobruk, la primera ciudad de la Libia libre cuando se llega, por carretera, desde Egipto. Se la plante¨¦ a Farid Rafa, de 37 a?os, un exoficial que fraterniz¨® con el pueblo el primer d¨ªa del levantamiento y que "ocupa" con algunos otros, bajo una tienda, la antigua plaza de la Yamahiriya rebautizada con el nombre de una v¨ªctima del r¨¦gimen, Mahdi Elias. Se la plante¨¦ a Ali Fadil, un viejo profesor de f¨ªsica y qu¨ªmica que expone, en su colegio en desuso, unos dibujos de j¨®venes en los que se ve a Gadafi adornado con unos bigotes grotescos, a Gadafi caracterizado de majestad de las ratas; a Gadafi de mujer maquillada y botoxizada; a Gadafi desnudo, tap¨¢ndose el sexo con las manos, huyendo de una multitud insolente y alegre; la cabeza de Gadafi ahog¨¢ndose en un mar de sangre, etc¨¦tera, maravillas de la imaginaci¨®n divertida y de la inventiva popular; la revoluci¨®n produce talento...
Le plante¨¦ la pregunta, cerca de Derna, a Al¨ª Ramad¨¢n y a Najib Ektet, dos campesinos que recrearon, para Gilles Hertzog y para m¨ª, la batalla que libraron con 300 de sus compa?eros, el 27 de febrero, para controlar el aeropuerto de Alabrag donde el Gu¨ªa hab¨ªa hecho aterrizar ocho aviones cargados de tropas, de carros de combate y de camionetas destinadas a tomar, por la fuerza, a algunos kil¨®metros de all¨ª, la ciudad de Al Baida: el d¨ªa que pasamos, todav¨ªa se ve¨ªan los centenares de casquillos vac¨ªos, testigos del exitoso contraataque de los lugare?os; las mantas de lana abandonadas en la maleza por los mercenarios kenianos, nigerianos, argelinos y chadianos a los que sus oficiales, como tienen por costumbre, no les hab¨ªan dicho nada de su misi¨®n antes de que los grandes aviones de transporte despegaran hacia Tr¨ªpoli; y, sobre la pista, montones de piedras grandes, de rastrillos, un cami¨®n de bomberos volcado, el radar de la torre de control, unos sof¨¢s, todo lo que pudieron encontrar para, despu¨¦s de la victoria, neutralizar el aeropuerto e impedir que una operaci¨®n semejante pudiese reproducirse jam¨¢s.
Se la plante¨¦ en Bengasi, capital de la Libia libre, a los miembros del Consejo Nacional de Transici¨®n que me concedieron el honor de asistir a uno de sus consejos y de tomar la palabra en ¨¦l; se la plante¨¦ concretamente a Abdul Hafiz Gogha, abogado, expresidente del Colegio de Abogados libio y que encarna el aumento de prestigio y de importancia de los jueces en el seno de esta Administraci¨®n provisional; y digo bien provisional, mientras estos administradores de circunstancias, esas decenas de hombres y de mujeres que se designaron unos a otros, entre el 17 y el 25 de febrero, para hacer que funcionaran los servicios p¨²blicos tras la desbandada de los funcionarios del antiguo r¨¦gimen, insisten sobre el hecho de que no cabr¨ªa, a la larga, y en su opini¨®n, otra soluci¨®n m¨¢s que la unitaria para una Libia solidaria entre sus tres inmensas provincias de Cirenaica, de Tripolitania y del Sur.
Se la plante¨¦ a otros m¨¢s, all¨ª por donde pas¨¦, al azar de los encuentros. Y todos est¨¢n de acuerdo sobre una serie de peticiones sencillas, claras, que se encuentran al alcance de las grandes democracias y que no tienen nada que ver, sobre todo, con una intervenci¨®n militar sobre el terreno que al mismo tiempo ni desean (nefasto precedente de la guerra estadounidense en Irak), ni necesitan (Tr¨ªpoli est¨¢ tan lejos...; montar una ofensiva terrestre supondr¨ªa, para Gadafi, una log¨ªstica para la que ya no tiene los medios en el estado de desbandada avanzada en el que se encuentran a d¨ªa de hoy, seg¨²n nuestras informaciones, su r¨¦gimen y su ej¨¦rcito...; y la amenaza proviene, en realidad, del aire; como testigos, en todos los cruces de todas las ciudades que atravesamos, esas camionetas equipadas con bater¨ªas obsoletas y con el morro que apunta ansiosamente hacia el cielo...).
- 1. Todos piden que se instaure una zona de exclusi¨®n a¨¦rea que impedir¨ªa por tanto que los Mirage y los Mig de Tr¨ªpoli viniesen, como hicieron durante nuestra estancia, a tratar de bombardear las terminales de Brega a 100 kil¨®metros de Bengasi, con la esperanza de provocar all¨ª ese viva la muerte petrolero con el que sue?a el autor del Libro Verde, y que tambi¨¦n les impedir¨ªa, como hicieron hace 15 d¨ªas, en un crimen sin precedentes en la historia de las contrarrevoluciones contempor¨¢neas, venir a ametrallar en picado a las multitudes de civiles que se manifestaban pac¨ªficamente en las calles de Tr¨ªpoli o de otros lugares.
- 2. Piden, en su defecto, unos ataques selectivos contra el aeropuerto militar principal desde el que se pueden llevar a cabo los despegues y que es el aeropuerto de Sirte, a 500 kil¨®metros al este de la capital; otros ataques contra otro aeropuerto militar, este situado en Seba, en la parte sur del pa¨ªs, cerca de la frontera chadiana, y que sirve de cabeza de puente a la noria de mercenarios, como los de Alabrag, que contrata a precio de oro un Gadafi que nunca tuvo confianza en su ej¨¦rcito y al que, m¨¢s que nunca, no le queda otra elecci¨®n m¨¢s que la de pagar a perros de guerra; y un tercer ataque, finalmente, sobre el tristemente famoso Bab el Azizia que es, en Tr¨ªpoli, el centro de mando del Gu¨ªa al mismo tiempo que su b¨²nker y, sin duda, un centro de tortura como el que el pueblo de Bengasi siti¨® e incendi¨® -?su toma de la Bastilla!-.
- 3. Piden, en su defecto otra vez, la destrucci¨®n o, en cualquier caso, la interferencia a distancia de los sistemas de transmisi¨®n que son los ¨²nicos, como en todas las guerras modernas, que permiten al sistema militar libio, por muy desbaratado que est¨¦, funcionar. "?Qu¨¦?", me dijo Abdeljalil Mohamed Mayuf, un directivo de Arab Gulf Oil, al ver, una noche, en el hotel en el que cen¨¢bamos, a los representantes de la prensa internacional tratando, en vano, de hacer que funcionaran sus PC, sus port¨¢tiles y dem¨¢s Turayas. "?Tendr¨¢ Mohamed Gadafi, el hijo mayor del dictador, los medios, desde la miserable Autoridad General de Comunicaci¨®n que preside, para paralizar vuestros ordenadores y para impedirme, a m¨ª, llamar por tel¨¦fono a los miembros de mi familia que est¨¢n en Tr¨ªpoli? ?Y la flota estadounidense, posicionada en el golfo de Sirte, no los tendr¨ªa para estropear los instrumentos del padre y de clavar en el suelo sus aviones? ?Menuda broma!".
- 4. Todos piden adem¨¢s una acci¨®n concertada con los reg¨ªmenes africanos (pero, tambi¨¦n, serbio y ucranio) que toleran el vergonzoso tr¨¢fico que permite traer a suelo libio esos regimientos de mercenarios que forman, lo repito, la masa del ej¨¦rcito oficial y cuyos restos vi, en la frontera con Egipto, tratando de fundirse con la cohorte de refugiados banglades¨ªes que hu¨ªan del caos. Esta petici¨®n se dirige en particular a Francia. Se dirige a Gran Breta?a, que se supone que tiene influencia sobre Kenia. Pero se dirige, a¨²n m¨¢s, a Francia de la que sabemos el peso que tiene en los otros pa¨ªses de ?frica proveedores de esos profesionales de la muerte y que sigue siendo, por a?adidura, para todos los libios, la patria de los derechos humanos. "No entiendo", me dec¨ªa, con la voz temblando de emoci¨®n Abdulatif Gebril, un profesor de franc¨¦s en un pa¨ªs en el que la ense?anza de los idiomas y, en particular, del franc¨¦s, estuvo mucho tiempo prohibida, c¨®mo un "asesor de su presidente" (Henri Guaino), "acompa?ado por un embajador de Francia" (al que no pude, en cambio, identificar), todav¨ªa pudo "pasar las ¨²ltimas Navidades" en Tr¨ªpoli. "?Pero nunca es demasiado tarde para enmendarse! Valeos de vuestra francofon¨ªa para convencer a vuestros amigos de Lom¨¦ y de Yamena de que son c¨®mplices de una nueva trata de esclavos, y os absolver¨¢n".
- 5. Vimos llegar a Bengasi, el jueves por la noche, un convoy humanitario franc¨¦s procedente de Egipto. "Est¨¢ bien", me dec¨ªa otro representante del Gobierno Provisional de Transici¨®n, "y les estamos agradecidos por este gesto de amistad". Pero inmediatamente a?adi¨®, con una sonrisa cuya iron¨ªa no lograba borrar la profunda tristeza: "est¨¢ bien; pero podr¨¢ comprobar que aqu¨ª, hasta la l¨ªnea del frente, en Brega o en Ras Lanuf, no nos falta de nada, las tiendas est¨¢n bien aprovisionadas; mientras que hay otras ciudades libres, estas en el oeste, Misrata y Zauiya, que est¨¢n totalmente rodeadas y que, en el momento en que le hablo, carecen de todo; ?no es ah¨ª donde los barcos deber¨ªan entregar la ayuda?". Es su quinta petici¨®n. Quiz¨¢ sea la m¨¢s dif¨ªcil de satisfacer. No cabe duda de que tambi¨¦n nos obligar¨ªa a romper con la buena conciencia que dan las acciones humanitarias a ciegas y a la buena de Dios.
Y de todos modos, una acci¨®n humanitaria, sea cual sea, nunca acabar¨¢ con la ley de las masacres (esa noche otra vez, en la propia Bengasi, a ra¨ªz de la explosi¨®n de un dep¨®sito de municiones, la minucia de 30 muertos). Pero no pod¨ªa dejar de evocarla.
- 6. Adem¨¢s, los revolucionarios libios esperan finalmente un gesto que no costar¨ªa mucho y que consistir¨ªa en proclamar que el representante leg¨ªtimo de su pa¨ªs en la escena internacional ya no es Muamar el Gadafi sino el Consejo Nacional de Transici¨®n. "Vea ese palacio", me dec¨ªa Abeir Drakhim, un estudiante que fue amigo de Almahdi Ziou, el joven m¨¢rtir que, la noche del 17, se lanz¨®, con el coche repleto de explosivos, contra la puerta del cuartel de Bengasi y que permiti¨® al pueblo sitiarlo. "Mire la indecencia", insist¨ªa mientras nos conduc¨ªa a los restos calcinados de la residencia del dictador donde una mente rebelde y graciosa escribi¨®, en memoria de Bob Marley: "Stand up, get up, he will give up" [ponte en pie, lev¨¢ntate, ¨¦l renunciar¨¢]. Ese hombre "os contaba, cuando iba a Francia y a Italia, que solo pod¨ªa vivir bajo su tienda de beduino y que solo pod¨ªa beber leche de camella; pero, aqu¨ª, en Libia, viv¨ªa en las mismas casas que las de sus amigos Ben Ali y Mubarak. ?Piensa usted que ese hombre es digno de encarnar la dignidad de este pa¨ªs?". Hay un gesto, s¨ª, sostiene esencialmente, que podr¨ªan realizar sin m¨¢s demora y que, para los libios, lo cambiar¨ªa todo: decir, solo decir, que toda la representatividad reconocida hasta ahora a este demente se transfiere, despu¨¦s de 2.000 muertos, al Gobierno provisional.
La revoluci¨®n libia pertenece a los libios, repet¨ªan todos mis interlocutores.
Pero todos saben, al mismo tiempo, que Gadafi es mucho m¨¢s terco, temible y suicida que Mubarak y Ben Ali.
Todos saben que, aqu¨ª, no hay un verdadero ej¨¦rcito que forme la espina dorsal del r¨¦gimen y capaz, como en Egipto y en T¨²nez, de empujarlo hacia la salida.
Y todos, por tanto, est¨¢n de acuerdo sobre estos ruegos sencillos pero vitales: sin ellos, sin esas intervenciones en¨¦rgicas y que aplaudir¨¢n, sin ninguna duda, las inmensas multitudes que se relevan en la cornisa de Bengasi, la revoluci¨®n libia vivir¨¢ bajo la amenaza de un loco que ya no tiene nada que perder y que, tarde o temprano, har¨¢ lo que sea para que Libia desaparezca con ¨¦l.
Traducci¨®n de News Clips.
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