La decadencia de 'Occidente'
Confieso como mexicano -como occidental exc¨¦ntrico, en palabras de Octavio Paz- que cada vez me siento m¨¢s inc¨®modo frente a la palabra Occidente. Durante mi infancia, a la sombra del r¨¦gimen autoritario del PRI, este t¨¦rmino evocaba nuestras mayores aspiraciones: la democracia, los derechos humanos, el libre mercado, la pluralidad de opiniones y la libertad de expresi¨®n. La ca¨ªda del muro de Berl¨ªn pareci¨® anunciar un mundo que se dirig¨ªa hacia la expansi¨®n de estas promesas. Pero el sue?o libertario comenz¨® a resquebrajarse el 11-S: el atentado contra las Torres Gemelas -y, seg¨²n se dijo, contra "nuestros valores"- cumpli¨® en buena medida su objetivo: demoler poco a poco, como un lento virus, las convicciones que, desde la revoluciones francesa y estadounidense, hab¨ªan animado a esta parte del mundo. La decadencia de Occidente, el provocador t¨ªtulo usado por Oswald Spengler en 1918, resulta id¨®neo para describir el estado en que se encuentra en nuestros d¨ªas.
Los j¨®venes ¨¢rabes encarnan mejor los valores democr¨¢ticos que los 'preocupados' pol¨ªticos de Europa
La revuelta en el mundo ¨¢rabe, un fen¨®meno de oposici¨®n interna al autoritarismo semejante a la ocurrida en el antiguo imperio sovi¨¦tico en 1989, ha servido para poner en evidencia la profunda crisis -y la grotesca hipocres¨ªa- que prevalece en Occidente. En un supuesto alarde de altruismo, que en realidad escond¨ªa un at¨¢vico anhelo de venganza, Estados Unidos y sus aliados, con la t¨ªmida oposici¨®n de la Vieja Europa, se lanzaron a invadir Afganist¨¢n e Irak con el pretexto de extender la democracia: a la fecha, ambas empresas han demostrado su fracaso. En cambio, cuando las propias sociedades ¨¢rabes han decidido levantarse contra los tiranos que las gobiernan durante d¨¦cadas, con la complicidad o el apoyo irrestricto de Occidente, Estados Unidos y Europa se quedan pasmados, incapaces de ofrecer una respuesta generosa a los deseos libertarios de los ciudadanos de estos pa¨ªses.
La reacci¨®n timorata de Occidente es vergonzosa: las masas mayoritariamente j¨®venes que plantan cara a estos reg¨ªmenes, en ocasiones a riesgo de sus vidas -como en Libia-, representan hoy los aut¨¦nticos valores occidentales mucho mejor que esos pol¨ªticos que, en todo el espectro pol¨ªtico de Europa y Estados Unidos -izquierda y derecha apenas se diferencian-, no hacen sino mostrarse "preocupados por los acontecimientos" o pedir, casi en voz baja, sanciones contra los tiranos que hasta hace poco exhib¨ªan en sus capitales. Obsesionados con la alarma islamista -el p¨¢nico sembrado conjuntamente por Al Qaeda y la Administraci¨®n de Bush- o, peor a¨²n, con la inmigraci¨®n ilegal a sus naciones en crisis, los pol¨ªticos de Occidente no dudaron en sostener a los dictadores que promet¨ªan colaborar en la guerra contra el terrorismo (pretexto ideal para la represi¨®n) o que dilu¨ªan su apoyo a la causa palestina. ?Qu¨¦ cortedad de miras y qu¨¦ burda renuncia a su tradici¨®n democr¨¢tica!
Francia constituye, en estos d¨ªas, el peor ejemplo: las vacaciones de su primer ministro y su ministra de Asuntos Exteriores en T¨²nez y Egipto, a cuenta de los s¨¢trapas, deber¨ªa desmontar su pretensi¨®n de dar lecciones de derechos humanos a diestra y siniestra. Pero ni siquiera el r¨¦gimen dem¨®crata de Estados Unidos ha sabido hallar una estrategia adecuada. El discurso de Barack Obama en El Cairo, en junio de 2009, encuentra as¨ª cierto paralelo con el de Mija¨ªl Gorbachov en Berl¨ªn en 1989: la promesa del di¨¢logo y no intervenci¨®n despert¨® a los ciudadanos oprimidos. Pero ahora Obama permanece entrampado entre su idealismo y los intereses comerciales y pol¨ªticos de la nomenklatura que lo rodea. Acosado por doquier, como Gorbachov en su momento, modera su apoyo a las revueltas ante la posibilidad de que los nuevos reg¨ªmenes democr¨¢ticos en el mundo ¨¢rabe no apoyen con tanto entusiasmo la represi¨®n violenta contra el islamismo o no mantengan su forzada connivencia con Israel.
Con un cinismo apenas velado, los pa¨ªses europeos no dejan de se?alar que sus verdaderas preocupaciones son econ¨®micas -el petr¨®leo de Libia, el canal de Suez- o que temen verse inundados por nuevas oleadas de inmigrantes. Nadie sugiere una intervenci¨®n humanitaria en Libia y las sanciones comerciales -que con Sadam Husein o Ahmadineyad nadie pon¨ªa en duda- resultan tard¨ªas o simb¨®licas. Ni un solo l¨ªder europeo ha alzado la voz con la energ¨ªa suficiente para proclamar que el futuro de la democracia se encuentra all¨ª, en las plazas llenas de manifestantes de T¨²nez, Egipto, Libia, Bahr¨¦in, Yemen o Marruecos.
Qu¨¦ lamentable luce Occidente: paralizado por sus propios miedos -sobre todo, de nuevo, el miedo al otro- u obsesionado con su propia situaci¨®n financiera, es una caricatura de s¨ª mismo. Pero la historia es implacable y, si sus l¨ªderes contin¨²an en esta t¨®nica, habr¨¢ de costarles caro. Democracias plurales, donde tenga cabida el islamismo moderado -en efecto, como el turco- es el mejor escenario para todos.
Excepto, claro, para quienes prefieren negociar con due?os de pa¨ªses en vez de con sociedades abiertas. ?Qui¨¦n iba a decirlo? Lo mejor de Occidente est¨¢ hoy en eso que, con la misma imprecisi¨®n geogr¨¢fica, hoy llamamos Oriente Pr¨®ximo.
Jorge Volpi es escritor mexicano.
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