?C¨®mo echar a Gadafi?
?C¨®mo hacer que Gadafi se vaya? Esta es la pregunta que domina la escena internacional a medida que se extienden los combates entre quienes intentan derrocarlo y las tropas fieles al dictador -o sus mercenarios, como los elementos chadianos-. M¨¢s all¨¢ de la situaci¨®n inmediata, ?c¨®mo puede y debe ayudar Europa a los pa¨ªses de la otra orilla del Mediterr¨¢neo para que se produzca una verdadera transici¨®n democr¨¢tica?
La cuesti¨®n del momento es, evidentemente, la intervenci¨®n militar. Es una de las paradojas de la situaci¨®n: volvemos al camino del derecho o el deber de injerencia. En otros t¨¦rminos, ?c¨®mo pasar, en el caso de los europeos, de una diplomacia realista a una diplomacia que, de nuevo, incorpore una parte de idealismo? Las primeras acciones contra Gadafi han sido r¨¢pidas y han consistido, especialmente por parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en sanciones financieras. Mientras la oposici¨®n contra Gadafi parec¨ªa estar en condiciones de "echar" al dictador, como ocurriera con Ben Ali y Mubarak, el consenso era relativamente f¨¢cil de conseguir. Pero ahora que Gadafi ofrece resistencia, ahora que se est¨¢ mostrando ante su propio pueblo tal cual es, alguien que no duda en masacrarlo, en disparar a ciegas, la opini¨®n p¨²blica se hace preguntas. ?Podemos quedarnos de brazos cruzados y limitarnos a las sanciones financieras? Sanciones que, dicho sea de paso, no han impedido que Laurent Gbagbo, otro aprendiz de dictador carente de escr¨²pulos, se aferre a lo que le resta de poder y control sobre la ciudad de Abiy¨¢n, y esto de una forma cada vez m¨¢s sangrienta. Pero hablar de la opci¨®n militar es hablar de obst¨¢culos considerables. El primero es que nada puede ni debe hacerse sin la ley internacional, es decir, sin la cobertura jur¨ªdica de Naciones Unidas. Y resulta dudoso que China y Rusia vayan a estar de acuerdo. Estos dos pa¨ªses est¨¢n encastillados en la defensa de su soberan¨ªa y son sobre todo reg¨ªmenes autoritarios que, manifiestamente, temen un posible contagio m¨¢s que a la peste. As¨ª que ninguna posibilidad por ese lado. El segundo obst¨¢culo tiene que ver con la reticencia de la mayor parte de los pa¨ªses europeos a plantearse el uso de las armas. Por ejemplo, en Francia, Alain Jupp¨¦, nuevo ministro de Asuntos Exteriores, se ha apresurado a explicar que la opini¨®n p¨²blica ¨¢rabe no comprender¨ªa una intervenci¨®n "occidental".
El cierre del espacio a¨¦reo fue relativamente eficaz en Irak; la cuesti¨®n es si puede aplicarse a tiempo
Salvo que la mencionada opini¨®n p¨²blica ¨¢rabe, al menos la libia, reclame esa intervenci¨®n, que privar¨ªa a Gadafi de sus medios militares. Y es en este punto donde reaparece la idea, expresada desde el principio de los acontecimientos por Estados Unidos, del establecimiento de la prohibici¨®n de sobrevolar el espacio a¨¦reo libio. Tras la guerra del Golfo, Estados Unidos, Reino Unido y Francia pusieron en marcha un dispositivo parecido en Irak; por otra parte, sin el aval expl¨ªcito de Naciones Unidas. El m¨¦todo result¨® relativamente eficaz, pese a que, como todos recordamos, m¨¢s tarde, George Bush se decidiera por una estrategia mucho m¨¢s brutal. La consecuencia inmediata del cierre del espacio a¨¦reo ser¨ªa impedir que los aviones libios despegasen y, por tanto, bombardeasen las ciudades y puertos en manos de la oposici¨®n. Ahora, son Francia y Reino Unido quienes defienden esta opci¨®n. La cuesti¨®n es saber si podr¨¢ entrar en vigor a tiempo, antes de que Gadafi consiga reconquistar el territorio que ha perdido. En efecto, acaba de empezar una carrera contra el reloj. Esperemos que, llegado el momento, seamos capaces de reaccionar.
Otra cuesti¨®n casi igual de inmediata que tienen planteada los europeos es la del futuro del proceso en marcha en T¨²nez y Egipto. En T¨²nez, ciertos grupos radicales est¨¢n obstaculizando la organizaci¨®n de un proceso controlado de transici¨®n democr¨¢tica, mientras que, en Egipto, el Ej¨¦rcito mantiene una rivalidad con los Hermanos Musulmanes que no augura necesariamente una salida democr¨¢tica ni un final feliz. Por tanto, hay que estimular y apoyar esta transici¨®n y, al mismo tiempo, considerar la organizaci¨®n futura. Hay quien ha sugerido la adhesi¨®n de T¨²nez a la Uni¨®n Europea. Este deseo parece poco realista. Turqu¨ªa, que es una democracia, vio c¨®mo Francia y Alemania le impidieron el acceso a la UE, pese a que no carec¨ªa de argumentos para entrar en ella. Parece improbable que se pueda avanzar en esta direcci¨®n. En cambio, la idea francesa de una Uni¨®n por el Mediterr¨¢neo, que fue muy criticada en sus comienzos y podemos considerar que naci¨® muerta -Nicolas Sarkozy la concibi¨® apoy¨¢ndose principalmente en Mubarak y Ben Ali- no deja de ser un concepto portador de futuro. Pues es sin duda en la organizaci¨®n de una zona de cooperaci¨®n privilegiada entre la Uni¨®n Europea y los pa¨ªses mediterr¨¢neos -tanto m¨¢s indispensable y necesaria en cuanto esos pa¨ªses ser¨ªan m¨¢s democr¨¢ticos- donde hay que esforzarse en construir el futuro.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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