Una p¨¢gina inesperada del 23-F
30 a?os despu¨¦s del 23-F, el guardia civil que arranc¨® a un diputado las notas escritas durante el golpe se las devuelve. Esta es la historia
Dos hombres se abrazan frente al Congreso de los Diputados, tras encontrarse al cabo de 30 a?os de unos hechos en los que ninguno querr¨ªa haber participado. Los protagonistas de esta historia son el ex guardia civil Jos¨¦ Antonio Iglesias, que entr¨® en ese edificio con los golpistas el 23 de febrero de 1981; y Llu¨ªs Maria de Puig Oliv¨¦, diputado de Socialistas de Catalu?a en aquel tiempo, a quien le fue requisado un libro durante las 18 horas que estuvo en poder de Antonio Tejero. Al aparecer ese detalle en el acta del Congreso sobre los sucesos del 23-F, difundido hace tres semanas, el exguardia llam¨® a EL PA?S; revel¨® que ¨¦l ten¨ªa una p¨¢gina de aquel libro con anotaciones del diputado, y dijo que deseaba devolv¨¦rselas. Despu¨¦s se puso en contacto con ¨¦l. "No te estoy agradecido de lo que pas¨® aquella noche", le dijo De Puig, "pero s¨ª de que hayas conservado esa p¨¢gina y de que me llamaras. De eso s¨ª que te estoy muy agradecido".
"?C¨®mo es que la direcci¨®n del cuerpo no supo nada? ?Pero si se enteraban de cualquier nimiedad!", afirma el exguardia "Hab¨ªa compa?eros con miedo a que el golpe saliera, lo o¨ª incluso a suboficiales. ?Qu¨¦ futuro nos esperaba?"
"Me impresion¨® la pila de armas requisadas a los escoltas. No s¨¦ como no hubo enfrentamiento", comenta el exguardia
"A ver si la aparici¨®n de este papel hace que salgan otros documentos ocultos del 23-F", dice el exdiputado De Puig
Entre ambos reconstruyen la historia del objeto requisado. El encierro del 23 de febrero duraba ya cinco horas y De Puig tom¨® el libro que se hab¨ªa llevado aquel d¨ªa, sac¨® un rotulador verde y se puso a escribir en una de las p¨¢ginas que suelen publicarse en blanco. Le descubri¨® uno de los oficiales de Tejero, el teniente C¨¦sar ?lvarez, quien voce¨® que all¨ª estaba prohibido escribir y mand¨® a dos guardias al esca?o. Lo cuenta De Puig:
-Lleg¨® la pareja: que qu¨¦ estaba escribiendo. 'Est¨¢ en catal¨¢n, si quieren se lo traduzco', les dije. Se llevaron el libro y se lo ense?aron al teniente. Vino Tejero, lo tom¨® con aquella actitud prepotente que ten¨ªa siempre y dio cabezazos, como si hubiera descubierto algo importante. Luego lo dej¨® en una mesita, al pie de la tribuna de oradores.
El libro requisado no estuvo al alcance de su due?o en toda la noche, como una peque?a humillaci¨®n adicional a la que supon¨ªa la situaci¨®n de prisionero en la sede del Congreso. Cuando el secuestro consum¨ªa sus ¨²ltimas horas, el libro segu¨ªa en el mismo sitio y De Puig pens¨® en recuperarlo. De repente, un guardia civil arranc¨® la hoja escrita y se la guard¨®, dejando el volumen amputado sobre la mesa.
Exguardia. ?Sabes qui¨¦n te quit¨® esa hoja?
Exdiputado. Pues no.
Exguardia. Fui yo. S¨ª, fui yo.
La p¨¢gina escrita por De Puig no conten¨ªa claves secretas. Consist¨ªa en impresiones de quien se manifestaba preocupado por lo que pudiera haberles ocurrido a los suyos, sobre todo a su hermano Jaume -en aquel tiempo, secretario del expresidente de la Generalitat Josep Tarradellas-. Es un texto de quien se siente vigilado por gente que puede reaccionar violentamente, como lo evidencian las precauciones con que redacta: una descripci¨®n somera de los disparos y esa menci¨®n al tranquilizador mensaje del general Milans, en realidad un bando de estado de excepci¨®n. No estaba la noche como para arriesgarse a que el escrito se convirtiera en una prueba acusatoria. (V¨¦ase la traducci¨®n aqu¨ª).
En los recuerdos del exguardia no ha quedado grabado qu¨¦ le llev¨® a arrancar esa hoja. "Lo hice por seguridad, ya que no entend¨ªa lo escrito", indica, como si hubiera sido un acto protector. Ignoraba a qui¨¦n pertenec¨ªa el libro original, y por tanto la p¨¢gina en su poder, hasta que ley¨® su nombre al publicarse el acta de referencia, hace tres semanas.
Decidido a colmar aquella laguna en su vida, el exguardia ha viajado a Madrid para reunirse con el exdiputado. Saca la funda de pl¨¢stico donde ten¨ªa guardada la p¨¢gina en cuesti¨®n, la extrae y se la entrega a Llu¨ªs Maria de Puig, quien esboza un gesto de satisfacci¨®n al recuperar una peque?a parte de su historia personal. "A ver si la aparici¨®n de este papel hace que salgan otros documentos del 23-F que siguen ocultos por ah¨ª", comenta, tras comprobar que la p¨¢gina, amarilleada por el tiempo, se corresponde con la que faltaba en su ejemplar de La poes¨ªa de Rafael Mas¨®, el libro con el que sali¨® del Congreso el 24 de febrero de 1981 sin la hoja simb¨®licamente recuperada tantos a?os despu¨¦s.
La conversaci¨®n se encamina ahora hacia otros derroteros. A De Puig, que ha dedicado varios a?os a investigar los misterios del golpe de Estado, le quema una pregunta:
Exdiputado. Oye, y t¨² ?c¨®mo te metiste en esto?
Exguardia. Yo estaba en el subsector de Tr¨¢fico de la Guardia Civil, que mandaba el capit¨¢n Jos¨¦ Luis Abad. Hab¨ªa trabajado hasta las seis de la ma?ana del lunes 23 de febrero. Tras dormir un rato, como me encontraba libre de servicio, me puse a preparar el comentario de un texto de P¨ªo Baroja, porque estaba haciendo el bachillerato. Me llam¨® el sargento jefe de mi destacamento y orden¨® que tomara la dotaci¨®n completa de armamento; es decir, subfusil Z-70 y seis cargadores de 30 cartuchos cada uno para el arma larga, m¨¢s la pistola y su munici¨®n.
Exdiputado. ?Con qu¨¦ instrucciones?
Exguardia. Que nos trasladar¨ªamos a Madrid, al Parque de Automovilismo, en la calle del General Mola (hoy, Pr¨ªncipe de Vergara) para hacer un servicio especial, como figuraba en la papeleta de servicio. A las tres de la tarde fuimos para all¨¢ ocho de mi acuartelamiento, un cabo y siete guardias.
Jos¨¦ Antonio Iglesias no sabe de conspiraciones pol¨ªtico-militares de altos vuelos. Su perspectiva es la de uno de los cientos de guardias rasos reclutados para la asonada. Lo que nunca ha comprendido es que la direcci¨®n general de la Guardia Civil estuviera en la inopia respecto a los preparativos del golpe:
-En el Parque de Automovilismo hab¨ªa mucho m¨¢s revuelo que cualquiera de las veces anteriores que hab¨ªa tenido que ir. Con tanto trasiego, ?c¨®mo es que los servicios de informaci¨®n no se enteraron de nada o no dijeron nada a la direcci¨®n general de lo que se coc¨ªa all¨ª? ?Pero si se enteraban de cualquier nimiedad que pasara en los acuartelamientos!
A Iglesias se le nota un punto emocionado. Pero sigue hablando con firmeza a medida que le preguntan el exdiputado y el periodista. Vuelve a la escena del Parque de Automovilismo, al momento en que los de Tr¨¢fico forman en el garaje ante su capit¨¢n, Abad, que a las 16.30 les lanza una arenga: se trataba de poner orden, ya estaba bien de "pintadas", hab¨ªa que arreglar lo que estaba "mal" en el sistema.
Exdiputado. ?Y mencion¨® al Rey?
Exguardia. Alguien habl¨® del Rey, s¨ª, pero no sabr¨ªa decir qui¨¦n.
Exdiputado. ?Sab¨ªais ad¨®nde os iban a llevar?
Exguardia. El capit¨¢n no dijo nada del Congreso, pero estaba m¨¢s o menos claro que ¨ªbamos a ir a alg¨²n sitio donde hab¨ªa pol¨ªticos. Tambi¨¦n dijo que el que no quisiera ir que diera un paso al frente. Por descontado, nadie lo dio.
Iglesias subi¨® al primero de los autobuses preparado para la operaci¨®n, un veh¨ªculo civil. Un compa?ero le coment¨® el rumor de que un comando terrorista se hab¨ªa metido en el Congreso, que los guindillas (as¨ª se alud¨ªa antiguamente a los polic¨ªas municipales en la jerga de los cuerpos de seguridad) estaban de huelga, y a lo mejor les llevaban a ellos para regular el tr¨¢fico. "Pero en el camino", sigue Iglesias, "empezamos a darnos cuenta de que sab¨ªan m¨¢s unos que otros, cuando por la radio del autob¨²s son¨® el discurso de Santiago Carrillo" (entonces l¨ªder del Partido Comunista). Alguno de los que iban en el autob¨²s dijo claramente, como se?alando hacia la voz que sal¨ªa por la radio: "Vamos a por ti". (Ignorante de todo esto, Carrillo estaba anunciando el voto negativo de su grupo a Leopoldo Calvo Sotelo como jefe del Gobierno, argumentando que no hab¨ªa prometido "democratizar la direcci¨®n de los ¨®rganos de represi¨®n en este pa¨ªs", y por considerarle como el mascar¨®n de proa de "la gran derecha").
Parece que Tejero hab¨ªa previsto entrar en el Congreso con los guardias que tra¨ªa un capit¨¢n de su confianza, Jes¨²s Mu?ecas, pero el autob¨²s de este ven¨ªa de Valdemoro (sur de Madrid) y se retras¨®. Los dos primeros autocares que llegaron fueron los de Tr¨¢fico. Jos¨¦ Antonio Iglesias, tras saludar con naturalidad a los polic¨ªas que custodiaban la cancela exterior con un "hola, compa?eros", entr¨® deprisa en el patio y lleg¨® a la puerta giratoria del edificio que alberga el hemiciclo. "Al empujar la giratoria, la mano resbal¨® y di un golpe a una de las hojas, que tropez¨® con el guardia que estaba delante. No sab¨ªa qui¨¦n era, pero ¨¦l llevaba tricornio y nosotros ¨ªbamos con la gorra de servicio. El del tricornio sac¨® la pistola que ten¨ªa escondida bajo la chaqueta y en ese momento vi los dos mantecados que llevaba en la guerrera: 'Joder, un teniente coronel', pens¨¦".
A¨²n no sab¨ªa que acababa de tropezarse con Tejero, quien, seguido de un tropel de hombres armados, entr¨® en el pasillo. Ah¨ª surgieron los primeros gritos -"?Al suelo!"- y los dos primeros disparos, que no hizo Tejero -contra lo que sostienen otras versiones del 23-F-, sino uno de los que ven¨ªan detr¨¢s. El entonces teniente coronel entr¨® despu¨¦s en el hemiciclo, subi¨® a la tribuna y lanz¨® aquel primer "?Quieto todo el mundo!" en el sal¨®n de plenos, ante el estupor de las m¨¢s de 400 personas -parlamentarios, miembros del Gobierno, invitados, periodistas- que asist¨ªan a la sesi¨®n.
Iglesias empez¨® a ver aquello bastante mal. Uno de los tiros en el pasillo le hab¨ªa pasado cerca, porque escuch¨® n¨ªtidamente el silbido de la bala. Pregunt¨® a un ujier por un ba?o y este le se?al¨® la escalera hacia la primera planta. Se fum¨® medio pitillo y se perdi¨® el tiroteo en el interior del hemiciclo. Cuando entr¨® en el sal¨®n de plenos lo hizo por una de las tribunas, justo en el momento en que un tipo ordenaba al c¨¢mara de TVE: "?Para eso, o te mato!".
Tercia Llu¨ªs Maria de Puig:
-Yo estaba sentado junto a Juli Busquets y Ernest Lluch. Cuando los guardias empezaron a gritar '?Al suelo, al suelo!', a Busquets le sali¨® el comandante del ej¨¦rcito que llevaba dentro -hab¨ªa participado en la Uni¨®n Militar Democr¨¢tica (UMD)-, se levant¨® de su esca?o y lanz¨® este grito: 'Por Espa?a se muere de pie'. Recuerdo haberle dicho algo as¨ª como: 'No hagas el imb¨¦cil, ag¨¢chate'. Y en seguida, el tiroteo. Ni se me ocurri¨® pensar que disparaban al techo, cre¨ª que tiraban a dar. Cuando empec¨¦ a incorporarme y vi otras muchas cabezas que hac¨ªan lo mismo, me di cuenta de que no hab¨ªan matado a nadie. A pesar de toda la incertidumbre y la tensi¨®n, eso me hizo pensar que a lo mejor aquello no era tan serio.
El relato avanza. Sale a relucir el anuncio del capit¨¢n Jes¨²s Mu?ecas a los diputados, cuando les dijo que "una autoridad militar" llegar¨ªa en "20 minutos, media hora".
Exdiputado. ?Sab¨ªas t¨² qui¨¦n era esa autoridad a la que se esperaba?
Exguardia. No. Lo que s¨ª recuerdo es que pasaba el tiempo, all¨ª no llegaba autoridad militar alguna y ni siquiera vi a Abad, mi capit¨¢n. No volv¨ª a verlo hasta por la ma?ana, ni nadie me dio ¨®rdenes de lo que deb¨ªa hacer all¨ª dentro. Me qued¨¦ en el hemiciclo casi toda la noche, si bien algunas veces sal¨ª fuera, incluso llam¨¦ al cuartel desde una cabina p¨²blica y pude hablar con mi mujer.
En las primeras horas, Jes¨²s Sancho Rof (ministro de Obras P¨²blicas) pregunt¨® algo a Iglesias, del estilo: "?Y a usted qu¨¦ le parece esto?". Tambi¨¦n le pidi¨® noticias de otro diputado, paisano suyo, preso esca?os arriba. El ministro del Interior, Juan Jos¨¦ Ros¨®n, sali¨® del banco azul, retrocedi¨® despacio de espaldas a la tribuna y se situ¨® cerca de donde se encontraba Iglesias. "Era gallego, como yo; un hermano suyo, el general Luis Ros¨®n, hab¨ªa intervenido en una movida personal que me afectaba. Le dije al ministro: 'Oiga, ?manda cojones, mire d¨®nde nos venimos a ver!', y ¨¦l, con aquel vozarr¨®n ronco que ten¨ªa, respondi¨®: '?Y luego?".
Iglesias empez¨® a cumplir algunos encargos de Ros¨®n. "??l era mi jefe, no?". Le pidi¨® que se enterara de d¨®nde estaba el presidente del Gobierno, Adolfo Su¨¢rez, a quien Tejero hab¨ªa sacado del hemiciclo y recluido en un cuartucho donde se guardaban los ¨²tiles para la limpieza, "mayor humillaci¨®n no pudieron hacerle al hombre". El ministro pidi¨® tambi¨¦n que pasara un recado a Fernando Abril Martorell: "Yo no le conoc¨ªa", explica Iglesias, "pero se o¨ªa de vez en cuando su transistor". Se refiere al exvicepresidente del Gobierno, que fue el primero de los secuestrados en agenciarse un aparato de radio, gracias al cual hizo circular la idea de que el golpe no estaba triunfando fuera del Congreso. (Fernando Abril se dedic¨® tambi¨¦n a minar la moral de alguno de los guardias asaltantes con comentarios como este: "?Te has despedido de tu novia? Pues ll¨¢male ya, que a lo mejor no la vuelves a ver en 30 a?os").
Jos¨¦ Antonio Iglesias relata ahora un encuentro entre el ministro del Interior, Juan Jos¨¦ Ros¨®n, y el de Defensa, Agust¨ªn Rodr¨ªguez Sahag¨²n, en las primeras horas del encierro, aprovechando una salida al ba?o. "Ros¨®n me pidi¨® que le ayudara a marcharse del Congreso. Yo le dije que estaba dispuesto. Pero Rodr¨ªguez Sahag¨²n le aconsej¨® esperar". Muchas horas despu¨¦s, Ros¨®n le encomend¨® que pasara un mensaje de tranquilidad a Manuel Fraga. Silencioso durante toda la tarde-noche, el l¨ªder de Alianza Popular hab¨ªa prorrumpido en protestas a la ma?ana siguiente contra los "forajidos" que les reten¨ªan, lo cual provoc¨® un siniestro ruido de cerrojos en decenas de fusiles, el momento m¨¢s peligroso de todo el encierro tras el tiroteo durante la fase inicial del asalto. Fraga fue confinado en un cuarto con ventana sobre uno de los leones del Congreso, el que est¨¢ m¨¢s cerca de Neptuno.
Aunque el general Alfonso Armada hubiera sacado algo en limpio de su visita nocturna a Tejero, el futuro que ofrec¨ªa a los autores del asalto no era otro que un avi¨®n para exiliarse. Y los afectados eran muchos: pese a no tener fuerzas a su mando, Tejero hab¨ªa movilizado a 445 personas de la Guardia Civil (17 oficiales, 28 suboficiales, 37 cabos, 363 guardias), de las cuales 305 se quedaron toda la noche. (El general Jos¨¦ Luis Aramburu, director del cuerpo, logr¨® que 140 de los reclutados no llegaran a participar en la intentona). La moral se resquebrajaba, y eso que los guardias no dispon¨ªan de televisores. "No me enter¨¦ de la intervenci¨®n del Rey por TVE hasta el d¨ªa siguiente", confirma Iglesias. El exdiputado De Puig recuerda haber visto llorar a un guardia civil en una de las veces que pudo salir del hemiciclo, en compa?¨ªa del diputado comunista Josep Sol¨¦ Barber¨¢.
"Es que muchos nos vimos metidos en aquello sin saber. Lo mismo que nos toc¨® a nosotros pod¨ªa haberles tocado a otros", afirma Iglesias. "No ¨¦ramos terroristas, ni golpistas. Yo obedec¨ª a mi capit¨¢n, Jos¨¦ Luis Abad, lo mismo que el teniente general Quintana (capit¨¢n general de Madrid) obedeci¨® al Rey y se puso contra el golpe. Eso fue lo que pas¨®: si tu jefe daba una orden, le obedec¨ªamos, as¨ª eran las cosas. Y conste que guardo un buen recuerdo del capit¨¢n Abad, porque era un mando de verdad. Lo tuve de jefe en el subsector de Tr¨¢fico de Madrid, y ¨¦l tomaba decisiones, se responsabilizaba de ellas y se preocupaba por todo, no como otros mandos, que despu¨¦s del 23-F se empe?aron en hacer la vida imposible a los que hab¨ªamos participado en aquello. Por lo menos as¨ª lo vi yo".
?Y pudo terminar el bachillerato? "S¨ª, logr¨¦ acabarlo. En mayo de 1983 dej¨¦ la Guardia Civil, y con ella, a grandes compa?eros y amigos. Creo que fui de los pocos del 23-F, si no el ¨²nico, que pidi¨® la baja voluntaria en el cuerpo". Obtuvo un trabajo en la empresa Sintel, filial de Telef¨®nica, "gracias a Juan Jos¨¦ Ros¨®n", que presidi¨® esa firma despu¨¦s de dejar el Ministerio del Interior. Fue sindicalista y particip¨® en la acampada de los trabajadores de Sintel ante el Ministerio de Econom¨ªa, en los primeros a?os de este siglo. Actualmente tiene 61 a?os y se encuentra prejubilado.
Iglesias dice haber hablado con Ros¨®n varias veces despu¨¦s de la intentona, cuando a¨²n estaba en el cuerpo. "En una ocasi¨®n me llamaron para que fuera al despacho del ministro a trav¨¦s de los radiotel¨¦fonos, as¨ª que aquello debi¨® ser p¨²blico en la Guardia Civil. El ministro me ofreci¨® cambiar de destino, pero no quise nada. Lo que yo ped¨ªa era que se modificara el r¨¦gimen interno para que no volvieran a producirse hechos como el 23-F, porque si el jefe ordenaba hacer tal cosa, los guardias estaban obligados a cumplirlo". ?Y qu¨¦ contestaba Ros¨®n? "Que fuera discreto".
"Yo no estaba por el golpe, al igual que otros muchos compa?eros", insiste. "La poca libertad que ten¨ªamos pod¨ªa perderse, as¨ª como otras cosas. Pero en el caso del Congreso, no podr¨ªa haber hecho mucho m¨¢s. Intent¨¦ ayudar a que aquello no fuese a peor, y a¨²n hoy no me explico c¨®mo no tuvo consecuencias m¨¢s graves: me impresion¨® aquella pila de armas que se les quitaron a los escoltas de los ministros y de otros cargos; es que pudo haber un enfrentamiento. Tambi¨¦n me pregunto c¨®mo fue posible que se metieran en aquello capitanes a los que yo ve¨ªa como los futuros generales; hablo de Carlos L¨¢zaro Corthay, de Enrique Bobis, que hab¨ªan sido profesores m¨ªos en la Academia de Tr¨¢fico, y de Jos¨¦ Luis Abad, el mejor jefe que tuve en la Guardia Civil".
Y vuelve a las consecuencias del 23-F para ¨¦l y sus compa?eros:
-Hab¨ªa gente con miedo a que aquello saliera adelante, lo escuch¨¦ incluso a suboficiales. ?Ad¨®nde ¨ªbamos a ir, qu¨¦ futuro nos esperaba a los guardias rasos? Tras el 23-F estuve ocho d¨ªas arrestado en Valdemoro (todos los participantes fueron expedientados) y cuando volv¨ª al servicio los nuevos mandos intentaron congraciarse con los pol¨ªticos acentuando el reglamentismo hasta el extremo, pero no se les ocurri¨® darnos una Constituci¨®n para que la ley¨¦ramos. Habr¨ªa sido mejor que nos juzgaran, en vez de dejarnos bien claro que ¨¦ramos unos simples mandados.
La conversaci¨®n se ha prolongado mucho. Llu¨ªs Maria de Puig recoge su libro y la p¨¢gina amputada. De 65 a?os en la actualidad, diputado durante 25 y senador hasta hace pocas semanas, De Puig se ha interesado siempre por los aspectos m¨¢s oscuros del golpe que le toc¨® vivir, pero la mayor parte de su actividad ha sido internacional -ha presidido la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa y la Uni¨®n Europea Occidental (UEO)-, adem¨¢s de ser profesor y escritor. Su encuentro con el ex guardia civil termina en un abrazo. "Perd¨®n por aquel 23-F. Porque han pasado 30 a?os, pero a m¨ª me parece que fue ayer", le dice Iglesias.
Aunque solo sea por esto, las celebraciones del 30? aniversario del golpe fallido ya han servido para algo: mostrar un gesto simb¨®lico de reconciliaci¨®n.
Consulta el Especial: 30 aniversario del 23-F
Notas escritas durante la noche del golpe
? Hoy, 23 de febrero de 1981, esta ma?ana en la Secretar¨ªa del Colegio Universitario me han dado este libro. He venido ley¨¦ndolo en el avi¨®n. Cuando he llegado a las Cortes ya hac¨ªa unos minutos que hab¨ªa empezado la sesi¨®n. Estaba completamente lleno. Lluch y Felipe han estado brillantes.
? Ha comenzado la votaci¨®n. De repente se han o¨ªdo gritos en el pasillo y un golpe en la puerta. Lavilla ha llamado al orden. Pero en unos segundos la Guardia Civil ha ocupado el hemiciclo. Eran las seis y media de la tarde.
? Nos hemos quedado aturdidos. Nos han ordenado que nos tir¨¢ramos al suelo. Se han o¨ªdo disparos. Por unos segundos me he temido lo peor. Inmediatamente nos han llamado a la calma, al silencio y al orden.
? Ahora son las once y media. Tenemos muy pocas noticias. Estoy preocupado por casa. ?Y Jaume? ?Qu¨¦ habr¨¢ ocurrido en Barcelona?
? Me he tranquilizado mucho cuando nos han le¨ªdo el comunicado del general Milans. Ahora cabe esperar. Quiz¨¢s vamos a pasar aqu¨ª toda la noche. Me siento triste. ?Miro a mis amigos y pienso en tantas cosas...!
? Vuelvo a coger el libro de Mas¨®. Me parece recibir un aire gerundense que me ayuda a pasar el rato. Escribo estas l¨ªneas lleno de esperanza.
Los secretos de Juan Jos¨¦ Ros¨®n
El golpe del 23-F le pill¨® al ministro del Interior, Juan Jos¨¦ Ros¨®n, cuando la c¨²pula de la Polic¨ªa hab¨ªa dimitido a causa de la crisis provocada por la muerte del etarra Joseba Arregui tras nueve d¨ªas de detenci¨®n policial. La foto de su cad¨¢ver desnudo, cubierto de hematomas, se public¨® en la prensa la v¨ªspera de la intentona. Esa crisis policial provoc¨® un enfrentamiento con el Ministerio de Justicia, que no quer¨ªa verse se?alado como responsable del fallecimiento del etarra, ocurrido en un hospital penitenciario dependiente de este departamento. Ros¨®n era persona de temple. El relato del ex guardia civil Jos¨¦ Antonio Iglesias aporta un testimonio suplementario a los que se conoc¨ªan sobre su car¨¢cter, que le llev¨® a intentar contactos con los que romper el forzado aislamiento en el Congreso durante el golpe, incluso a pensar en escaparse al hotel Palace, donde estaba el mando de las fuerzas de seguridad leales.
Ros¨®n continu¨® casi dos a?os m¨¢s al frente de Interior. En ese tiempo gestion¨® asuntos tan complicados como la reinserci¨®n de la rama "pol¨ªtico-militar" de ETA, que permiti¨® retirar de la actividad terrorista a 120 de sus miembros durante una ¨¦poca en que otros etarras no paraban de matar. El Gobierno de Calvo Sotelo, del que Ros¨®n formaba parte, llev¨® al l¨ªmite las posibilidades legales para lograr el regreso de los polimilis a la vida civil; y el de Felipe Gonz¨¢lez, que le relev¨®, respet¨® esos acuerdos y consolid¨® el proceso.
Otra actividad prioritaria para Ros¨®n fue la investigaci¨®n de la trama civil involucionista. Sab¨ªa mucho del caldo de cultivo previo: no en vano, hab¨ªa lanzado a la polic¨ªa contra la ultraderecha -que en aquella ¨¦poca atacaba con frecuencia y mataba-, primero desde su puesto como gobernador civil de Madrid (1976-1980) y despu¨¦s en Interior.
Tantas tensiones le llevaron a cultivar fuertemente la discreci¨®n y el secreto. Su temprano fallecimiento, en 1986, sin duda nos ha privado de algunas claves.
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