El maestro
El fallecimiento del periodista Joaquim Ibarz ha sido objeto ya de sentidos recuerdos. En este art¨ªculo quiero reflejar su labor tom¨¢ndola como s¨ªmbolo de algo que el periodismo ha perdido: maestros. Desde que el concepto m¨¢ster se impuso como escuela y, a la vez, como probable agencia de empleo, el t¨¦rmino maestro se usa ¨²nicamente en los obituarios. Ya nadie aprende en las redacciones, y si lo hace es por su propia cuenta y, a menudo, amargas lecciones. Pero aquel hombre, aquella mujer que te devolv¨ªan lo que hab¨ªas escrito y te exig¨ªan m¨¢s, aquellos que te ense?aban c¨®mo hacerlo, han desaparecido. Y no solo por muerte natural. No son rentables.
Joaquim Ibarz goz¨® de la deferencia de que sus empleadores reconocieran su val¨ªa y le mantuvieran en activo hasta el final. Se dan casos as¨ª. Conozco a algunos -me sobran dedos con una mano- que a¨²n contin¨²an trabajando pese a su edad, aunque no les s¨¦ en puestos de mando, sino ejerciendo corresponsal¨ªas.
Maestros no quedan, aunque sobra gente que va dando lecciones sobre el periodismo del futuro, el futuro del periodismo, el periodismo sin futuro y el futuro sin periodismo. Ruido.
Me dan pena los j¨®venes sin maestros, es decir, me dan pena los j¨®venes. Y no solo en este oficio nuestro, sino en todos. Me da pena el actor que entra directamente a hacer el ganso en una teleserie y que no ha servido antes caf¨¦ a sus compa?eros de compa?¨ªa teatral. No hay maestros ni aprendizaje. No hay m¨¢s que provecho inmediato.
Joaquim Ibarz, antes de cumplir su sue?o de ser corresponsal en Am¨¦rica Latina, fue jefe en varios sitios. Y no cometi¨® un pecado mortal que hoy es rutina, un crimen habitual que permanece impune. Jam¨¢s malvers¨® la inteligencia de aquellos que ten¨ªa a sus ¨®rdenes.
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