D¨ªas de invierno
La derecha se apresta a ser la beneficiaria pol¨ªtica de la crisis. Su discurso es el ¨²nico existente: sueldos y pensiones recortados, empleos precarios, servicios p¨²blicos disminuidos, liquidaci¨®n del Estado de bienestar
Quiz¨¢ porque antes de entrar en una estaci¨®n se tiende a hacer balance de la anterior, me han venido hoy a la cabeza algunas coincidencias que me ocurrieron a finales del a?o pasado, en unos d¨ªas de nieve, que es una inclemencia del tiempo que por alguna raz¨®n tiende a resaltar, como quien pasa uno de esos l¨¢pices luminosos por las l¨ªneas de una hoja escrita, la sensaci¨®n de desamparo. Hab¨ªa muerto unos d¨ªas antes el director de cine Berlanga -de quien, no s¨¦ por qu¨¦, se me antoj¨® entonces recordar que se llamaba Garc¨ªa- y yo llevaba en la retina la imagen del inolvidable Pl¨¢cido, repuesta en la televisi¨®n con tan triste motivo, y a¨²n hoy conservo fresco el gesto resignado de aquel Cassen -Casto Sendra Barrufet- que, despu¨¦s de pasarse toda la pel¨ªcula acariciando la idea de la abundancia simbolizada por una op¨ªpara y moderna cesta de Navidad, se queda sin ella en la pen¨²ltima escena y vuelve finalmente a la escasez que parece ser el medio natural al que est¨¢ condenado, como para certificar el error en el que se hallaba el bueno de Hegel cuando gritaba que "tiene que haber un domingo en la vida". Yo estaba en Zamora, una ciudad cuyos campos lindantes el hielo convierte en invierno en una venerable cabellera canosa casi de ensue?o, participando en un acto sobre el autor de El don de la ebriedad -un autor que se apellidaba Rodr¨ªguez- y por esta raz¨®n pude asistir a la proyecci¨®n de dos documentales de Jos¨¦ Luis Viloria sobre la ciudad castellana, que iban acompa?ados de textos del poeta, filmados en blanco y negro con tanto cari?o y cuidado como respeto por lo fotografiado, aproximadamente en la misma ¨¦poca de Pl¨¢cido, es decir, cuando Espa?a era un pa¨ªs provinciano y pobre gobernado por un triste dictador de cuartel.
La izquierda se ha limitado en los ¨²ltimos tiempos a copiar el temario de la derecha
?D¨®nde queda aquello de que la crisis requiere m¨¢s Estado y m¨¢s pol¨ªtica frente a los mercados?
Fuera de estos eventos meteorol¨®gicos o fortuitos, las ondas y los peri¨®dicos, los tel¨¦fonos m¨®viles y las pantallas de cristal l¨ªquido temblaban y echaban humo, como a¨²n lo hacen hoy, ante las seg¨²n parece muy alarmantes cotas alcanzadas en las subastas por la prima de riesgo de la deuda soberana espa?ola -tanto penar por la soberan¨ªa, se dice uno, y al cabo esto parece ser lo ¨²nico cabalmente soberano, libre y soberbio, la deuda innumerable que incluso est¨¢ al borde de perder su real apellido por obra de un posible rescate que se ha vuelto m¨¢s temible a¨²n que el secuestro que vendr¨ªa a resolver-, agitando en las esquinas al anochecer el escu¨¢lido fantasma de la pobreza, tan bien caracterizado por las desventuras de los personajes de Berlanga, como si el propietario leg¨ªtimo de la cesta navide?a que hab¨ªamos cre¨ªdo tener derecho a disfrutar reclamase ahora lo que es suyo con la inapelable crueldad de quien sabe hacer las cuentas y nos obligase a devolverla ante la aplastante evidencia de nuestra inferioridad, dej¨¢ndonos en un d¨ªa de invierno con el solo paisaje de los restos de peri¨®dicos viejos arremolinados por el viento en una calle estrecha y solitaria, en la misma singular danza que Claudio Rodr¨ªguez supo ver en las calles de Zamora que dan al Duero, en un tiempo en el que el papel era casi el ¨²nico residuo s¨®lido inorg¨¢nico; una danza que, observada hoy, se dir¨ªa dedicada a la fugacidad que entre nosotros ha tenido el bienestar generado por el Estado social de derecho, pues todo indica que quienes comenzamos nuestra vida en aquella larga noche del franquismo y vivimos con despreocupaci¨®n la llegada de la democracia terminaremos nuestros d¨ªas con pensiones recortadas, sueldos congelados, empleos precarios, derechos disminuidos y unos servicios p¨²blicos deteriorados y debilitados. Tambi¨¦n entonces le¨ª en la prensa que hab¨ªan vuelto a ponerse de moda las cestas de Navidad porque -menos mal que Pl¨¢cido ya no pudo enterarse- son un regalo barato, es decir, competitivo. No parec¨ªa que el invierno pudiese tener final.
Desde entonces he pensado muchas veces en el t¨ªtulo de algunas novelas de preguerra (Lo que el viento se llev¨®, Muerte a cr¨¦dito), o en aquellas palabras de Walter Benjamin en 1933 ("nos hemos vuelto pobres"), y sobre todo me he acordado de las declaraciones que, en los inicios de la crisis en 2008, pronosticaban la "vuelta del Estado" o anunciaban que hab¨ªa sonado "la hora de la pol¨ªtica". Y es que si hay un espectro al que costar¨¢ trabajo no desahuciar como resultado de esta escalada no es solamente el del pleno empleo (que hasta hace poco se enarbolaba como una inminencia y ahora nos parece ciencia ficci¨®n) o el de la solvencia bancaria (en la que sin duda nos costar¨¢ volver a confiar), sino ante todo la triste figura del pol¨ªtico, cuyos ejemplares ahora se nos aparecen como impotentes almas en pena dejando una tras otra en la casa de empe?o las joyas heredadas del esforzado pasado de los Garc¨ªas, los Rodr¨ªguez y los Barrufets, a cambio de un miserable anticipo de la calderilla de lo "actual", como segu¨ªa escribiendo Benjamin. "Es que si no hacemos estos recortes ser¨¢ peor", nos dicen, y es indudable que tienen raz¨®n. Ese es precisamente el problema. La burbuja inmobiliaria no es el ¨²nico globo que se nos ha pinchado.
El caso es que se acerca la primavera, con sus brotes al¨¦rgicos y sus alteraciones sangu¨ªneas, y no solo el Estado no ha vuelto (al contrario, parece m¨¢s bien estar en paradero desconocido) y la hora de la pol¨ªtica se aleja a pasos agigantados a favor de la de la econom¨ªa en su acepci¨®n m¨¢s siniestra, sino que las fotos de los l¨ªderes de la derecha festejando con cava y habanos su cobro actual o inminente del despojo de la crisis dejan una impresi¨®n amarga: los grandes beneficiarios pol¨ªticos del descalabro van a ser los ¨²nicos que parecen tener un discurso apropiado a las sombr¨ªas circunstancias. El discurso de la liquidaci¨®n del Estado de bienestar por motivos contables, el que concibe la Administraci¨®n del Estado con los mismos criterios que la gesti¨®n de una empresa (y aun como sumisa a los due?os de las grandes empresas) o el sistema educativo entero como correa de transmisi¨®n de las exigencias de ese lobby econ¨®mico; ahora que todo el mundo clama por una juventud ahormada a las necesidades del mercado de trabajo, vemos lo r¨¢pido que se nos ha olvidado que en el antiguo r¨¦gimen las gentes estaban mucho mejor adaptadas a las exigencias laborales -tanto que ten¨ªan que ponerse a trabajar en cuanto estaban f¨ªsicamente maduras para ello, como el Lazarillo- de lo que lo estuvieron despu¨¦s, cuando la revoluci¨®n ilustrada y la escuela p¨²blica les dieron una tregua que les permit¨ªa acceder al saber, corregir algunas desigualdades y encontrarse por unos a?os a salvo de la feroz l¨®gica del beneficio (pues, como escribe Martha Nussbaum en Sin ¨¢nimo de lucro, un mundo en el que la ganancia es el ¨²nico objetivo es un mundo tan pobre que no merece la pena vivir en ¨¦l). Pero lo m¨¢s fatigoso es que ese discurso es justamente el que nos ha tra¨ªdo hasta donde estamos en este preciso momento, como si la salvaci¨®n nos la fueran a proporcionar quienes provocaron el naufragio y a base de profundizar las v¨ªas de agua. Y mientras tanto, se dir¨ªa que la izquierda se ha limitado en los ¨²ltimos tiempos a remedar ese serm¨®n con algunas variantes y a oscilar entre el populismo y la demoscopia.
Una ola de desconfianza recorre el mundo, pero no es ¨²nicamente desconfianza econ¨®mica sino ante todo p¨¦rdida de legitimidad de la pol¨ªtica, desconfianza en la vida p¨²blica y en la acci¨®n institucional, desconfianza de todos respecto de todos agravada por las privaciones, en espera de un nuevo pacto social que se adivina dif¨ªcil, puesto que quienes tendr¨ªan que promoverlo son aquellos mismos que han destruido el antiguo justamente con su concepci¨®n miserable de la pol¨ªtica y de la vida p¨²blica. El "s¨¢lvese quien pueda" que anima los mercados parece reinar tambi¨¦n en el esp¨ªritu de la Uni¨®n Europea, en el de las Naciones Unidas y hasta en el de la sociedad civil de cada uno de sus miembros: "El temor, la defensa, / el inter¨¦s y la venganza, el odio, / la soledad: he aqu¨ª lo que nos hizo / vivir en vecindad, no en compa?¨ªa", escrib¨ªa Claudio Rodr¨ªguez. Y la primavera, ajena a las limitaciones de velocidad, nos ha pillado desprevenidos.
Jos¨¦ Luis Pardo es fil¨®sofo.
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