Bengasi, ciudad de la sospecha
Los alzados celebran con euforia el ataque aliado - Los rebeldes montan controles al anochecer en busca de los matones y francotiradores del dictador
Jolgorio por los ataques contra Muamar el Gadafi; tristeza por las decenas de v¨ªctimas. Un muestrario inagotable de armas, y escasez de pan. Todo el comercio, cerrado; y los trabajadores en casa, mientras los hospitales y las morgues se empleaban a destajo. El caos impera en Bengasi -la segunda ciudad de Libia, basti¨®n de los insurrectos-, desde donde parti¨® el s¨¢bado rumbo al noreste una multitud con los rostros desencajados por el p¨¢nico. No volvieron ayer.
Mejor esperar. Porque el temor se ha instalado en la ciudad. Ahora, por las tropel¨ªas que cometen los esbirros del coronel, que siembran la incertidumbre, instalada en la capital de la rebeli¨®n libia. A la m¨ªnima sospecha, los hombres empu?an sus Kal¨¢shnikov, cuelgan sus lanzagranadas al hombro y corren hacia cualquier edificio donde creen que se esconden los matones del tirano. Nadie se f¨ªa de nadie a quien no conozca.
"No quer¨ªan matar a muchos, dispararon a las piernas", explica un m¨¦dico
La revoluci¨®n del coronel quebr¨® la voluntad y el esp¨ªritu de los libios
"Cometimos un error. En Al Baida, Darna y Tobruk expulsaron a los afectos a Gadafi en un d¨ªa. Pero Bengasi es una ciudad m¨¢s tolerante, y aqu¨ª no echamos a nadie. Ya no tenemos miedo al Ej¨¦rcito porque sabemos que es d¨¦bil, pero los miembros de los Comit¨¦s de la Revoluci¨®n de Gadafi [los entes creados por el tirano para reprimir cualquier atisbo de oposici¨®n] son sanguinarios. Y no son pocos. Son gente bien pagada que lucha por su supervivencia porque saben que no tienen salida y que, tarde o temprano, pagar¨¢n por sus cr¨ªmenes", relataba Salah Wahaishi, un ingeniero de la construcci¨®n que contemplaba el hundimiento de un tejado en el suburbio de Haildolar.
Al caer la noche, hubo duros combates en la zona de Bengasi durante una hora. La v¨ªspera, los soldados del dictador dispararon cohetes contra las zonas residenciales, y los pistoleros vestidos de civil, desde sus furgonetas, vaciaron sus cargadores contra las viviendas y las personas que observaban la ca¨ªda de los proyectiles.
"Creo que no quer¨ªan matar a mucha gente porque los pacientes que atendemos en el hospital sufren en su mayor¨ªa heridas de bala en las piernas. Pretenden difundir el terror", comenta Magdolin Alzuay, una enfermera del hospital Yala. No siempre fueron tan benevolentes los seguidores de Gadafi. "Un matrimonio fue asesinado junto a su hijo en la puerta de su casa, y otro hijo de 10 a?os fue herido", a?ade. Una ni?a, con las extremidades vendadas, gime junto a su madre. La amplia familia de Adel Sueise est¨¢ de suerte porque solo cinco coches -en un pa¨ªs donde no existen seguros automovil¨ªsticos- fueron calcinados en su patio. Mari Mohamed, un hombre de 43 a?os, da gracias a Dios porque la metralla de un cohete le dio de refil¨®n en el abdomen. Hab¨ªa salido tras o¨ªr el estruendo de las explosiones la madrugada del s¨¢bado.
Los bengas¨ªes, debilitado ya el Ej¨¦rcito de Gadafi, miran ahora a los tejados, un poco m¨¢s abajo de las alturas en las que se ha elevado la moral de los combatientes rebeldes, despu¨¦s de los ataques de los pa¨ªses occidentales. "Nos sorprendieron francotiradores desde la azotea de una escuela. Eran unos 10 africanos y libios. Yo iba con cuatro amigos y tres de ellos murieron. Pero luego mataron a los mercenarios", cuenta Mohamd Sabri, postrado en la cama del hospital con la rodilla todav¨ªa sangrante. No se unir¨¢ a las innumerables patrullas que pululan d¨ªa y noche por las calles.
Al caer la tarde, se montan las barricadas en cada esquina y se registra cada coche que despierta suspicacias. "Los leales a Gadafi que militan en los Comit¨¦s Revolucionarios se han diseminado por la ciudad. Por eso vigilamos cada calle. Para visitar a alguien en otro barrio, hay que advertirle de que vamos hacia all¨¢ para que lo sepan de antemano", dice Taha, estudiante de medicina. "No sabemos cu¨¢ntos son estos asesinos. Ni siquiera si son de Bengasi, porque quemaron sus archivos", a?ade.
Los libios han vivido en el letargo durante 42 a?os, atenazados por una represi¨®n brutal. Al r¨¦gimen no le importaba que se conocieran sus atrocidades. "En la c¨¢rcel de Al Fadil, al lado de la residencia de Gadafi, met¨ªan a 30 hombres en una celda de ocho por cuatro metros. Los dejaban ah¨ª, de pie, durante d¨ªas, chapoteando en sus excrementos y orines. Los vecinos escuchaban sus gritos", explica un bengas¨ª. Gadafi advirti¨® ayer que eliminar¨¢ a los traidores a su revoluci¨®n de las masas. Pero eso implicar¨ªa, entonces, perpetrar un genocidio. Porque en las ciudades de Cirenaica el odio al dictador es inmenso. Porque la revoluci¨®n del pueblo de la que se enorgullece el coronel ha quebrado durante cuatro d¨¦cadas el esp¨ªritu y la voluntad de los libios.
No cuesta demasiado esfuerzo encontrar personas entradas en la treintena que nunca han trabajado, pero que cobraban un cheque de 400 dinares mensuales (250 euros). Los servicios son indecentes, no hay apenas transporte p¨²blico. "Hemos estado dormidos durante 42 a?os, pero ahora nos hemos levantado", dice el ingeniero Wahaishi. Y, pese a la inquietud, muchos comparten la opini¨®n de Ali Alarbi, feliz ex empleado de una consultora espa?ola: "Gadafi caer¨¢. Ahora tenemos futuro".
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