Gadafi como problema
La intervenci¨®n militar occidental en Libia no es comparable a la invasi¨®n norteamericana de Irak porque, a diferencia de esta, media una resoluci¨®n de la ONU que avala la razia dentro de ciertos l¨ªmites; pero plantea problemas y genera consecuencias tan graves como las derivadas de la aventura iraqu¨ª. A saber.
- El mandato. Francia, Reino Unido y Estados Unidos no ten¨ªan por qu¨¦ limitarse a negar con sus patrullas el espacio a¨¦reo libio a la aviaci¨®n de Muamar el Gadafi, ya que el mandato de la ONU permite emplear "todos los medios necesarios" -salvo la guerra terrestre- para impedir que el coronel siga machacando a los insurrectos. Y para ello era preciso destruir su armamento pesado, aunque nadie ignore que el prop¨®sito de fondo es acabar desde el aire con el dictador. Los cr¨ªticos, a la izquierda, argumentan, sin embargo, que el verdadero mandato consiste en asegurar el suministro de crudo. ?Gran descubrimiento! No contar con ello, aunque en este caso no sea la ¨²nica raz¨®n, ser¨ªa un angelismo irrelevante.
- Los apoyos internacionales. Los sublevados ped¨ªan angustiadamente la intervenci¨®n. Hombre, claro, a la fuerza ahorcan; pero una victoria conseguida por la sola acci¨®n extranjera ser¨ªa un p¨¦simo negocio. La Liga ?rabe respalda formalmente la operaci¨®n, e incluso Catar y los Emiratos participar¨¢n -como Espa?a- con sendas escuadrillas a¨¦reas. Pero solo Egipto, decant¨¢ndose por los sublevados con armas, abastecimientos y fuerzas auxiliares habr¨ªa legitimado plenamente la operaci¨®n. Siria, en cambio, que deber¨ªa poner sus barbas a remojar, dif¨ªcilmente pod¨ªa dar su asentimiento, y la mayor¨ªa de los restantes jefes de Estado, tan dictatoriales como Gadafi, quieren que desaparezca el extravagante coronel, aunque sin mover un dedo para ello, porque su declaraci¨®n de guerra a la protesta popular le ha convertido en un apestado internacional. Y esos mismos dirigentes protestan hoy -aunque blandamente- contra el uso de la abrumadora potencia de fuego occidental en Libia, b¨¢sicamente por temor a la reacci¨®n de su propia opini¨®n p¨²blica. No hace falta tener carn¨¦ de Al Qaeda para aborrecer esa exhibici¨®n de poder¨ªo contra un pueblo hermano.
- Los apoyos nacionales. Es probable que una mayor¨ªa de libios apoye la insurrecci¨®n, pero Gadafi no cuenta ¨²nicamente con tropas mercenarias. En un pa¨ªs como Libia, que se halla en la edad de piedra de la formaci¨®n del Estado, la capacidad de patronazgo que granjea el petr¨®leo y la solidaridad tribal cuentan tanto o m¨¢s que cualquier ¨¢nimo democr¨¢tico de las masas. El coronel tiene por ello genuinos defensores. Y no solo de pago.
- La guerra a¨¦rea. No est¨¢ nada claro que baste con desatar las iras a¨¦reas de la coalici¨®n para que Tr¨ªpoli se rinda, y la prolongaci¨®n indefinida de los combates pondr¨ªa a los aliados en una inmanejable disyuntiva: proceder al bombardeo masivo de objetivos no solo militares del l¨ªder libio; acordar un armisticio que dividiera de facto el pa¨ªs; o el descenso a los infiernos de la guerra sobre el terreno, que ning¨²n Estado occidental ambiciona.
- Los domin¨®s. La extrapolaci¨®n de casos nunca puede ser mec¨¢nica, pero todav¨ªa menos casual. El mundo ¨¢rabe es un campo de batalla de geometr¨ªa variable, donde lo que ocurra en un extremo influir¨¢ en todo el teatro de operaciones. Si T¨²nez va de cabeza a la democracia y no digamos el fulcrum de la arabidad que es Egipto, ese proceso contaminar¨¢, sanear¨¢ o contagiar¨¢ a los restantes actores. Igualmente, si Gadafi sobrevive habr¨¢ quien se aproveche de ello por mucho que abominen del personaje en Bahr¨¦in, Arabia Saud¨ª o Siria, aunque posiblemente el l¨ªder de Yemen, Saleh, al que hasta su clique abandona, est¨¦ ya fuera de cuentas. Ninguna evoluci¨®n es clon de las dem¨¢s, pero todas juegan en el mismo campo. Los domin¨®s no tienen por qu¨¦ caer matem¨¢ticamente; pero existen.
- La contradicci¨®n. Entre bombardear Libia y enviar tropas saud¨ªes y de Emiratos a Bahr¨¦in la contradicci¨®n es absoluta. En el primer caso, se socorre a una protesta vocacionalmente democr¨¢tica; y en el segundo se aplasta otra igual de respetable. El presidente Obama, presionado por la derecha norteamericana, se alinea en el norte de ?frica con la revuelta, pero hay que suponer extremadamente improbable que haga otro tanto en contra de Riad.
En el mundo ¨¢rabe se est¨¢ librando una batalla democratizadora que, de rebote, podr¨ªa producir una revoluci¨®n geol¨®gica en el sistema de Estados de la zona; pero como dijo Chu Enlai, preguntado por Henry Kissinger, sobre los efectos de la Revoluci¨®n Francesa: "Es pronto para saberlo".
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