La causa palestina como coartada
Los halcones de Ir¨¢n e Israel manipulan el conflicto ante la democratizaci¨®n ¨¢rabe
A¨²n se o¨ªa el eco de la bomba de ayer en Jerusal¨¦n cuando el dedo acusador de israel¨ªes y palestinos apuntaba m¨¢s all¨¢ de los sospechosos habituales (Ham¨¢s y Yihad Isl¨¢mica) a sus mentores iran¨ªes. La convicci¨®n, compartida tambi¨¦n fuera de esas fronteras, es que el r¨¦gimen iran¨ª est¨¢ detr¨¢s de una campa?a para evitar que la rama pol¨ªtica de Ham¨¢s acepte formar un Gobierno de unidad nacional con la Autoridad Palestina, y que desde el pasado s¨¢bado se ha traducido en una lluvia de cohetes sobre territorio israel¨ª (ataques todos ellos que Obama conden¨® en "los t¨¦rminos m¨¢s fuertes posibles"). Los halcones que detentan el poder en Teher¨¢n, como otros en la regi¨®n desde Arabia Saud¨ª hasta el propio Israel, temen la p¨¦rdida del statu quo.
Durante a?os, las dictaduras ¨¢rabes han utilizado la causa palestina como excusa para su falta de democratizaci¨®n. Del mismo modo, esta ha servido a Israel para mostrarse renuente a la paz con los palestinos y vender su imagen de "¨²nica democracia de Oriente Pr¨®ximo". Significativamente, el calvario de Mubarak ante la revuelta de la plaza de Tahrir caus¨® tanta conmoci¨®n en Riad como en Tel Aviv y por razones muy similares. Los iran¨ªes son m¨¢s sibilinos. O mejores actores.
Con su habitual desparpajo, el presidente Ahmadineyad se apresur¨® a expresar su apoyo a los egipcios que reclamaban democracia e incluso se permiti¨® aconsejar a los dirigentes ¨¢rabes que escucharan a sus poblaciones. Como si ¨¦l hubiera hecho lo mismo durante las protestas que generaron las irregularidades de su reelecci¨®n en 2009. Poco despu¨¦s, el l¨ªder supremo, el ayatol¨¢ Ali Jamene¨ª, bendijo su interpretaci¨®n de que las revueltas que se extend¨ªan por el mundo ¨¢rabe eran un rechazo a los reg¨ªmenes laicos y prooccidentales, en tard¨ªo eco de la revoluci¨®n isl¨¢mica iran¨ª de 1979.
Habida cuenta de su astucia pol¨ªtica, es de esperar que los l¨ªderes iran¨ªes no se crean sus propias mentiras. Sus estrategas deben de estar trabajando no ya para evitar el contagio a su poblaci¨®n (cuyo entusiasmo democr¨¢tico ha cercenado por la represi¨®n), sino para sacar beneficio de la inestabilidad que crea todo estado transitorio y contener potenciales efectos adversos. Aunque a primera vista los cambios parezcan favorecer la influencia regional de Ir¨¢n, en especial frente a su rival saud¨ª, no est¨¢ claro que a medio plazo unas poblaciones ¨¢rabes mayoritariamente sun¨ªes vayan a tener muchas simpat¨ªas por el modelo islamista chi¨ª que proyecta Ir¨¢n.
El lugar obvio para librar esa batalla por actores interpuestos es Palestina, una causa que est¨¢ en el coraz¨®n de todos los ¨¢rabes y que puede alterar el despertar ¨¢rabe en la regi¨®n.
Han sido muchas las voces, dentro y fuera de Israel, que han se?alado no solo la oportunidad sino la necesidad de que el Gobierno de ese pa¨ªs se adelante a cualquiera que sea el resultado final de las revueltas y alcance, de una vez por todas, un acuerdo con los palestinos. Pero en vez de comprender que el cambio de paradigma regional requiere un nuevo enfoque, la mayor¨ªa de los pol¨ªticos israel¨ªes solo ven la posibilidad de que los nacientes procesos democr¨¢ticos descarrilen tarde o temprano y den paso a reg¨ªmenes islamistas. El primer ministro, Benjam¨ªn Netanyahu, incluso ha reconocido en una entrevista en la CNN que le entristeci¨® la ca¨ªda de Mubarak.
El temor subyacente es que, libres para expresarse, las eventuales democracias ¨¢rabes sean mucho menos complacientes que los dictadores depuestos con el trato de Israel a los palestinos. "Se mostraban m¨¢s confortables que sus poblaciones", ha llegado a admitir el ministro de Defensa israel¨ª, Ehud Barak, en una entrevista.
Y el argumento tiene m¨¦rito. Tras dos Intifadas, incontables bombardeos de Gaza y eternas conversaciones de paz que no llevan a ninguna parte, las revelaciones de Wikileaks y los documentos palestinos secretos que a principios de a?o sac¨® a la luz Al Yazira han confirmado la convicci¨®n de los ¨¢rabes (y de muchos otros) de que Israel no tiene ni inter¨¦s ni prisa por alcanzar un arreglo.
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