Libre albedr¨ªo
Es un lugar com¨²n entre los liberales, al menos entre los libera?oles, el de contraponer la igualdad y la libertad. As¨ª lo hace Jorge Moragas cuando asegura que entre la igualdad y la libertad prefiere la libertad. Lo opuesto a la igualdad es, sin embargo, la desigualdad, por lo que me pregunto si esta clase de liberales, al presentar como excluyentes la igualdad y la libertad, no estar¨¢n utilizando la segunda como un eufemismo para ocultar sus verdaderos prop¨®sitos o, en el mejor de los casos, como un t¨¦rmino derogatorio para descalificar a sus oponentes: quienes tambi¨¦n luchan por la igualdad ser¨ªan, por principio, enemigos de la libertad. Los revolucionarios franceses de 1789, que nos dejaron el lema de "libertad, igualdad y fraternidad" como objetivos pol¨ªticos deseables, no las consideraban incompatibles y fueron ellos quienes elevaron esos conceptos, procedentes de la filosof¨ªa moral, a categor¨ªas pol¨ªticas.
Basta con la simple observaci¨®n para darse cuenta de que los seres humanos no somos iguales. Hace falta algo m¨¢s que la simple observaci¨®n para concluir que la libre voluntad o libre albedr¨ªo es tan s¨®lo una ilusi¨®n y que nuestros actos y decisiones est¨¢n siempre sobredeterminados. Pero el orden de la naturaleza, ese que nos hace desiguales y sobredeterminados, no es el mismo que el orden moral y tampoco es el mismo que el orden pol¨ªtico. El orden moral se funda por una declaraci¨®n de principio que nos hace a todos iguales, en tanto que humanos, y a todos libres, y por ello responsables de nuestros actos. Y cuando la libertad y la igualdad se constituyen en objetivos de nuestras instituciones y de nuestra acci¨®n pol¨ªtica, tratamos de garantizar que aquellas se hagan efectivas y de salvaguardar nuestra dignidad como humanos iguales y libres. El orden pol¨ªtico corrige la naturaleza, y lo hace porque la compasi¨®n, la generosidad y la solidaridad tambi¨¦n forman parte de nuestra naturaleza. Es tan natural esa correcci¨®n, que la hacemos hasta por ego¨ªsmo.
Que la desigualdad sea un hecho no impide que pongamos los medios para superarla, para que no sea un h¨¢ndicap para nuestra libertad. Que el libre albedr¨ªo no exista, como parecen concluir psic¨®logos y neurocient¨ªficos, tampoco es obst¨¢culo para que defendamos una libertad -pol¨ªtica- que permita el desarrollo de nuestra idiosincrasia y de nuestras potencialidades. Ya Nietzsche puso en cuesti¨®n el libre albedr¨ªo, y tambi¨¦n Kafka en uno de sus extraordinarios aforismos de Z¨¹rau. Perm¨ªtanme como cierre este otro aforismo kafkiano: "Ser¨ªa concebible que Alejandro Magno, a pesar del excelente ej¨¦rcito que adiestr¨®, a pesar de las fuerzas para cambiar el mundo que bull¨ªan dentro de ¨¦l, se hubiese quedado parado en el Helesponto y no lo hubiera atravesado; y no por miedo, no por indecisi¨®n, no por una debilidad de la voluntad, sino por la gravedad de la Tierra". Pues bien, a pesar de la gravedad de la Tierra, seguiremos defendiendo la libertad y la igualdad.
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