Una cerveza m¨¢s (no muy lejos del parque de Shiba)
Sal¨ª de Tokio muy tranquilo y tan contento y vuelvo ahora, aunque sea en la imaginaci¨®n, arrastrado por la muerte, envuelto en la desgracia, descoyuntado por el temblor de esta tierra de la que, al fin y al cabo, lo ignoramos casi todo. Desastre es una palabra tan poco descriptiva, tan limitada en el detalle, que, pese a su peso y m¨¢s all¨¢ de su primer e inevitable impacto, puede pasar f¨¢cilmente desapercibida, pero la suerte de haber vuelto sano y salvo y hace casi nada de all¨ª, de ese Jap¨®n que al parecer se hunde, o explota o irradia de nuevo (que fea iron¨ªa) su eterna condena nuclear, me hace menos inmune de lo que querr¨ªa.
Mi nombre no importa, qu¨¦ duda cabe, no importa en general y menos que nunca el d¨ªa en que los barcos deciden darse la vuelta y tumbarse panza arriba sobre los tejados de las casas, mientras las fotos de familia se desparraman por las calles, mezcladas con los relojes, las vajillas, y todos los recuerdos. Mi impresi¨®n es la de todos y mi asombro, el de cualquiera, y mi Jap¨®n, si es que lo hubo, est¨¢ ya semienterrado.
"Mi amor por Tokio est¨¢ entre el barro y el caos que muestran las fotos de este siniestro"
Pero d¨¦jenme por un segundo que esconda tambi¨¦n entre los escombros mi alegr¨ªa, mis tardes tranquilas, las se?oritas vestidas de dios sabe qu¨¦ para una fiesta inexistente que vi una noche y luego otra en Harajuku, la confusi¨®n, el ruido y el humo de las salas de juego, la paz de los hermosos cementerios. D¨¦jenme perder, por favor, que perder es gratis. Y ya puestos, d¨¦jenme so?ar que mis amigos siguen vivos, que los muertos son otros. As¨ª hemos conseguido vivir hasta ahora, imaginando que nos protege una suerte que seguramente no existe.
Hay desgracias de diferentes tama?os por todas partes y seguramente mucho m¨¢s cerca, a mi alrededor, y algunas, tal vez, me incluyan como culpable, muy lejos de esta noble distancia de quien no es sino un mero y cumplido observador. La muerte de uno solo es tambi¨¦n la muerte del mundo entero y siempre y de nuevo y cada vez. Por contra, la alegre vida de los dem¨¢s se formula como la ¨²nica salvaci¨®n de lo poco que consideramos propio. Nada nuevo en realidad, no hay horror que nos cuente lo que ya sab¨ªamos, pero es imposible, al menos para m¨ª, perder el cari?o tan aprisa, olvidar el rumor de Tokio tan de repente. Las noticias nos obligan a menudo a improvisar un dolor, y a cambiarlo a los dos d¨ªas por un dolor nuevo, y por as¨ª decirlo, m¨¢s urgente o m¨¢s de moda. En esta ocasi¨®n, me debo al dolor de mi recuerdo y al de la gente que aprecio, no soy ya un articulista, si acaso y si prefieren, un cuentista.
Mis peque?os cuentos de Tokio, mi peque?o amor por esa tierra est¨¢ entre el barro y el caos que muestran las fabulosas fotos que ilustran puntualmente este siniestro cambalache.
He de reconocer que nunca supe qu¨¦ cara poner en los entierros, qu¨¦ mueca forzar en la derrota, qu¨¦ ¨¢nimo presentar frente a la muerte. Si escribo esto no es para contarles a ustedes nada, si acaso para contarles que no puedo hoy evitar contarles que estuve all¨ª hace muy poco y que algunos de los que sufren eran felices, o que al menos yo los vi felices o que tal vez quise imaginarlos as¨ª.
Ahora soy yo quien quiere a Tokio.
Y pensar que alguna vez llegu¨¦ a creer (tan arrogante y tan tonto era entonces) que Tokio no me quer¨ªa...
Volver¨¢n, sin duda, porque la tierra y los mares (y las ideas) han demostrado que a la larga nada pueden contra la gente, y mientras tanto, por favor, una cerveza m¨¢s, la ¨²ltima, antes de que cierre mi bar favorito, no muy lejos del parque de Shiba. Antes de que todo se vaya al garete.
No entiendo nada del mundo, pero s¨¦ que cuando quiere nos pasa por encima. Vivir debe de ser esto que, mal que bien, hacemos mientras tanto.
Por cierto, apaguen sus cigarrillos y rebajen la velocidad de sus coches a 110, no vaya a ser que no les pille la pr¨®xima cat¨¢strofe.
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