?Es esto una guerra?
El conflicto sem¨¢ntico sobre la presencia espa?ola en Libia responde a intereses ideol¨®gicos - Quienes la equiparan con Irak 'olvidan' el papel de la ONU
Las dudas acerca de si los miembros de la coalici¨®n internacional para proteger a los civiles libios est¨¢n o no en guerra forman parte, en el mejor de los casos, de la irresuelta controversia sobre el principio de injerencia humanitaria. En el peor, responden al intento de justificar la invasi¨®n de Irak empleando retrospectivamente los argumentos invocados para la intervenci¨®n en Libia.
Quienes apoyaron el ataque contra Sadam suelen volverse hacia quienes, habi¨¦ndolo rechazado en su d¨ªa, respaldan ahora las acciones militares contra Gadafi, acus¨¢ndolos de inconsecuencia. Y aunque minoritarias, tambi¨¦n se alzan voces que aseguran oponerse a la intervenci¨®n en Libia por las mismas razones por las que lo hicieron en el caso de Irak.
El espacio de la pol¨ªtica se ha visto invadido por la teolog¨ªa
?Debe defenderse la verdad suprema sin atender al procedimiento?
El comunismo era el 'enemigo' durante la Guerra Fr¨ªa. Despu¨¦s fue el islam
Pocos dudan de que la democracia rige en Europa por la reforma religiosa
Naciones Unidas no define el concepto de "injerencia humanitaria"
?C¨®mo explicar que una bomba en Irak es guerra y en Libia es intervenci¨®n?
Tanto estas voces como las que apoyaron la aventura de Georges W. Bush reclaman el monopolio de la coherencia, unas porque est¨¢n contra cualquier guerra y las otras porque consideran que algunas son necesarias. Por razones distintas, ambas posiciones coinciden en colocar bajo la misma r¨²brica de guerra la invasi¨®n de Irak y el establecimiento de una zona de exclusi¨®n a¨¦rea en Libia. Por descontado, tambi¨¦n la intervenci¨®n en Kosovo o la misi¨®n internacional en Afganist¨¢n.
Aunque la breve historia de la injerencia humanitaria tras el final de la Guerra Fr¨ªa podr¨ªa iniciarse en la fallida operaci¨®n Devolver la esperanza, llevada a cabo en Somalia en 1992, los hitos que suelen tomarse en consideraci¨®n arrancan con la intervenci¨®n de la Alianza Atl¨¢ntica en Kosovo, siguen con la invasi¨®n de Irak en 2003 y concluyen, por el momento, con las operaciones internacionales en curso sobre Libia, entendidas como la puesta en pr¨¢ctica del "deber de proteger".
La causa de esta selecci¨®n habr¨ªa que buscarla, seguramente, en el hecho de que son tres respuestas diferentes al problema de qu¨¦ hacer ante los casos de flagrante violaci¨®n de los derechos de las poblaciones civiles cometida por sus propios Gobiernos. La ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica dio paso a un momento de esperanza resumido por una expresi¨®n entonces en boga: los "dividendos de la paz".
Liberado de la losa econ¨®mica y pol¨ªtica que representaba la carrera de armamentos, ven¨ªa a sugerir la nueva perspectiva, el mundo podr¨ªa abordar de manera consensuada y colectiva el desarrollo econ¨®mico de las regiones m¨¢s pobres, creando de paso las condiciones materiales para la expansi¨®n de los sistemas democr¨¢ticos. Fue el espejismo de un instante: desplomado el orden internacional de la Guerra Fr¨ªa, afloraron conflictos locales contenidos hasta entonces por el f¨¦rreo cors¨¦ que impon¨ªa el enfrentamiento entre las superpotencias.
La paz entre los grandes no produjo dividendos, seg¨²n se esper¨® en vano, sino que abri¨® la puerta a una oleada diferente de conflictos, no entre Estados, sino en el interior de ellos. Un sistema internacional como el de Naciones Unidas, articulado para evitar la guerra entre Estados y, en particular, un conflicto de proporciones semejantes a las dos guerras mundiales, se vio enfrentado entonces a la necesidad de adaptarse a la nueva realidad.
Tambi¨¦n en esta coyuntura se dieron ins¨®litas coincidencias entre posiciones diametralmente opuestas: la inutilidad de Naciones Unidas fue proclamada tanto por quienes deseaban que actuara en los conflictos internos como por quienes se propusieron encontrar un marco de interpretaci¨®n que, al igual que el de la Guerra Fr¨ªa, permitiera entrever alg¨²n orden internacional en mitad del creciente desorden que parec¨ªa sugerir la multiplicaci¨®n de las guerras localizadas.
La estela de pensamiento que va desde el "choque de civilizaciones", incluidas las variantes benevolentes que sustituyeron el t¨¦rmino choque por el de di¨¢logo o el de alianza, hasta la "guerra contra el terror", se erigi¨® como uno de esos marcos. Su estructura era semejante a la del que imper¨® durante la Guerra Fr¨ªa: se trataba de identificar un nosotros aparentemente definido en t¨¦rminos geogr¨¢ficos. Occidente, enfrentado a un enemigo definido en t¨¦rminos ideol¨®gicos, el comunismo, primero, y el islam, despu¨¦s.
La designaci¨®n de un enemigo distinto no dej¨® inc¨®lume la definici¨®n impl¨ªcita del nosotros: durante la Guerra Fr¨ªa, el t¨¦rmino Occidente significaba "mundo capitalista"; durante la "guerra contra el terror", su sentido cambi¨® hasta transformarse en el de "mundo cristiano" y, por extensi¨®n, en el de "mundo democr¨¢tico", al imponerse la idea de que la democracia contempor¨¢nea fue el resultado de la Reforma religiosa en Europa, llevada a cabo por el cristianismo pero pendiente en el caso del islam. V¨ªctima de esta operaci¨®n, el espacio de la pol¨ªtica, donde el acuerdo entre posiciones distintas es posible, se ha visto progresivamente invadido por el de la teolog¨ªa, donde el acuerdo es interpretado como renuncia a las verdades consideradas supremas y, por tanto, como defecci¨®n, como herej¨ªa.
La intervenci¨®n en Kosovo fue considerada leg¨ªtima al mismo tiempo que ilegal, puesto que el veto de Rusia impidi¨® que obtuviera el visto bueno del Consejo de Seguridad. El razonamiento desde el que se lanz¨® la operaci¨®n, ampar¨¢ndola bajo el paraguas colectivo de la Alianza Atl¨¢ntica a falta de poder hacerlo bajo el de Naciones Unidas, remit¨ªa a la idea de que las verdades consideradas supremas deben defenderse sin atender a los procedimientos. Si estos se convierten en un impedimento, es porque, o son inadecuados, o est¨¢n obsoletos.
Es exactamente lo que se dijo de Naciones Unidas, mezclando una parte de verdad con otra de artificio. Naciones Unidas era, en efecto, una instancia inadecuada para resolver el caso de Kosovo, puesto que no se trataba de un conflicto entre Estados, sino en el interior de uno de ellos. No resulta tan seguro, en cambio, que fuese un instrumento obsoleto, salvo que se incurriera en la temeridad de creer que el riesgo de guerra entre Estados ha desaparecido o que las diversas tareas que realizan sus agencias, regulando m¨²ltiples aspectos de la vida internacional, carecen de utilidad o de sentido.
En un mundo supuestamente in¨¦dito, en una proclamada nueva era -en realidad, una m¨¢s de las muchas declaradas a lo largo de la historia-, los partidarios de la intervenci¨®n en Kosovo aseguraron que Naciones Unidas quedar¨ªa arrinconada salvo que adaptara sus estructuras para acoger el principio de injerencia humanitaria.
Los peligros que encerraba esta apuesta, contra la que, en otras circunstancias, hab¨ªa advertido Erasmo al decir que las guerras en nombre de Dios invocaban la ¨²nica causa que debiera impedir librarlas, se hicieron manifiestos en la invasi¨®n de Irak, tras el ultim¨¢tum de las Azores. Para sus promotores, se trataba de una intervenci¨®n tan leg¨ªtima como la de Kosovo por m¨¢s que, como esta, fuera tambi¨¦n ilegal, al no haber contado con la autorizaci¨®n del Consejo de Seguridad.
El objetivo que invocaron fue promover la democracia, y el hecho de que recurriesen a la mentira de las armas de destrucci¨®n masiva para ganarse el apoyo de la opini¨®n p¨²blica resultaba hasta venial comparado con el de que, en el fondo, se aprestaban a desatar un ataque masivo contra otro Estado, que no solo dejar¨ªa un saldo de ciudadanos enga?ados, sino tambi¨¦n de muertos y heridos.
A Erasmo le respondieron que las guerras en nombre de Dios pretend¨ªan defender las verdades consideradas supremas contra quienes las negaban o hac¨ªan de ellas una interpretaci¨®n equivocada. A esta cl¨¢usula se atuvieron tambi¨¦n los conjurados de las Azores: ?acaso la democracia no era una verdad suprema de nuestro tiempo, al mismo nivel que el derecho a la vida y la integridad de los habitantes de Kosovo? Si, henchidos de determinaci¨®n guerrera, estaban dispuestos a matar por esa verdad, ?c¨®mo no iban a estarlo para mentir? Irak se convirti¨®, as¨ª, en la caricatura monstruosa de Kosovo, lo mismo que, poco despu¨¦s, ocurrir¨ªa con la intervenci¨®n rusa en Georgia.
La guerra en nombre de Dios, la guerra en defensa de las verdades consideradas supremas, siempre sujetas a interpretaciones que, en ¨²ltimo extremo, solo se pueden resolver mediante juicios de intenci¨®n, estaba volviendo a crear siniestra escuela.
El establecimiento de una zona de exclusi¨®n a¨¦rea en Libia no ha podido sustraerse al progresivo enrarecimiento del clima ideol¨®gico y pol¨ªtico que se ha producido desde la intervenci¨®n en Kosovo y la invasi¨®n de Irak, con el trasfondo de la discusi¨®n sobre el principio de injerencia humanitaria. Siguiendo el esquema fijado entonces, la acci¨®n militar desarrollada en Libia es leg¨ªtima, puesto que invoca verdades consideradas supremas, y es adem¨¢s legal, al haber contado con un aval del Consejo de Seguridad justificado en la norma internacional que establece el "deber de proteger".
Pero reconocer la legitimidad y la legalidad de la intervenci¨®n en Libia no resuelve el problema de si se debe considerar o no como guerra, tal vez porque, en medio del actual enrarecimiento del clima ideol¨®gico y pol¨ªtico, no puede hacerlo sin dejar en evidencia las razones de los partidarios de una u otra postura.
Quienes abogan por considerar que la coalici¨®n internacional de la que forma parte Espa?a est¨¢ en guerra con Libia, lo hacen para a?adir a continuaci¨®n que no existe diferencia alguna con lo que se hizo en Irak. Al poner el acento en la evidencia de que tanto en un caso como en el otro se lanzan bombas, e insistir en que cuando se lanzan bombas es que se est¨¢ en guerra, lo que est¨¢n diciendo, en el fondo, es que la legitimidad y la legalidad para hacerlo son detalles sin importancia.
De esta manera, deterioran la precaria institucionalizaci¨®n de la realidad internacional que encarna Naciones Unidas y, queri¨¦ndolo o no, abonan el terreno para el completo regreso de un mundo hobbesiano. Quienes, por su parte, hablan de intervenci¨®n en lugar de guerra, lo que buscan es subrayar la importancia de la legitimidad y la legalidad de las acciones militares contra Libia, lo que las distingue por completo de las llevadas a cabo contra Irak. El precio que tienen que pagar por intentar resolver en el plano sem¨¢ntico un problema que pertenece al terreno de los conceptos, es que se condenan a una discusi¨®n escol¨¢stica sobre qu¨¦ es guerra y qu¨¦ no lo es. Con el agravante de que se ven abocados al imposible de explicar que una bomba que cay¨® en Irak es guerra mientras que otra que lo haga en Libia es intervenci¨®n.
En un clima ideol¨®gico y pol¨ªtico menos enrarecido que el actual, nadie deber¨ªa recelar de llamar guerra a lo que lo es. Pero hacerlo en estos momentos conlleva el riego de verse forzados a asumir el interesado punto de vista de quienes despreciaron las cuestiones de legitimidad y legalidad para lanzarse a la aventura de Irak. De ah¨ª que quienes se opusieron a ella, pero apoyan ahora el ataque contra Libia, se est¨¦n dejando empujar a la trampa de utilizar el t¨¦rmino intervenci¨®n como eufemismo. Disponer de una estrategia de seguridad exige decidir con claridad en qu¨¦ guerras se enrola un pa¨ªs y en qu¨¦ guerras no.
Se llamen como se llamen las acciones militares emprendidas, Espa?a nunca deber¨ªa haberse sumado a la invasi¨®n de Irak, adem¨¢s bajo la vergonzante excusa de que, como lo hac¨ªa con un buque hospital que lleg¨® deliberadamente tarde al escenario b¨¦lico, se trataba de una participaci¨®n humanitaria. ?Hubiera sido musical si Espa?a hubiera enviado a los cornetas o gastron¨®mica si se hubiera encargado de cocinar el rancho para las tropas?
Recientes conflictos b¨¦licos
- Guerra del Golfo (1990-1991). Cont¨® con el respaldo de Naciones Unidas. Coalici¨®n internacional de 31 pa¨ªses liderada por Estados Unidos y bajo mandato de la ONU. Motivo: La invasi¨®n de Kuwait por parte del Gobierno iraqu¨ª de Sadam Husein. Espa?a envi¨® una fragata y dos corbetas.
- Guerra de Somalia (1992-1995). Respaldo de Naciones Unidas. Coalici¨®n internacional de 27 pa¨ªses liderada por Estados Unidos y bajo mandato la ONU. Motivo: Los cr¨ªmenes y las matanzas de las milicias y los se?ores de la guerra que derrocaron al dictador Mohamed Siad Barre. Espa?a no particip¨®.
- Guerra de Bosnia (1995). Respaldo de Naciones Unidas. Intervenci¨®n de la OTAN con bombardeos contra objetivos serbobosnios. Motivo: Los ataques de las fuerzas serbobosnias contra las zonas protegidas por la ONU. Espa?a intervino como parte de las fuerzas de interposici¨®n.
- Guerra de Kosovo (1999). Sin respaldo de Naciones Unidas. Intervenci¨®n de la OTAN con bombardeos contra objetivos serbios. Motivo: La limpieza ¨¦tnica de las tropas serbias y su ocupaci¨®n de Kosovo. Espa?a aport¨® aviones en una primera fase y despu¨¦s envi¨® soldados de pacificaci¨®n bajo el mando de la OTAN.
- Guerra de Afganist¨¢n (2001 hasta la actualidad). Respaldo de Naciones Unidas. Coalici¨®n internacional liderada por Estados Unidos y bajo mandato de la OTAN. Motivo: Los atentados del 11-S contra EE UU. La participaci¨®n de Espa?a consiste en los contingentes de reconstrucci¨®n que mantiene en la zona desde 2002.
- Guerra de Irak (2003 hasta la actualidad). Sin respaldo de las Naciones Unidas. Coalici¨®n liderada por Estados Unidos con el apoyo de Reino Unido, Espa?a, Portugal, Italia, Polonia, Dinamarca, Australia y Hungr¨ªa. Motivo: La supuesta existencia de armas de destrucci¨®n masiva por parte de Sadam Husein. La intervenci¨®n espa?ola ces¨® con la orden del presidente Rodr¨ªguez Zapatero, en marzo de 2004, de retorno de las tropas.
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