Libia: avances rebeldes
El periodista estadounidense analiza las posibilidades que los rebeldes tienen de avanzar hasta Tr¨ªpoli
La ciudad oriental de Ajdabiya cay¨® en manos rebeldes -de nuevo- en la madrugada del s¨¢bado, s¨®lo diez d¨ªas despu¨¦s de que fuera capturada tras una operaci¨®n rel¨¢mpago por las tropas de Gadafi, que hab¨ªan sido expulsadas de la ciudad a finales de febrero. Una columna de hombres de Gadafi se retir¨® hacia el oeste bajo un intenso bombardeo de la coalici¨®n, una semana despu¨¦s de que los ataques a¨¦reos y con misiles Tomahawk de los aliados salvaran Bengasi.
La semana pasada, los shabbab -como se conoce a los j¨®venes rebeldes- hab¨ªan mantenido un frente de batalla en la periferia norte de Ajdabiya, con movimientos de ida y vuelta y, sobre todo, esquivando los misiles entrantes y el fuego de los tanques, a lo largo de un tramo de arena de una carretera a unos cinco kil¨®metros de la ciudad. Durante una visita que hice hace unos d¨ªas, proyectiles explotaron cerca y los shabbab, como siempre, se retiraron por el p¨¢nico. Ten¨ªan una buena raz¨®n, ocho rebeldes hab¨ªan muerto una hora o dos antes a manos de los hombres de Gadafi en un intento de ataque. (En el cuerpo a cuerpo, yo fui casi aplastado contra la barandilla por una camioneta conducida imprudentemente cargada de combatientes que se desvi¨® en el ¨²ltimo instante.)
Cada vez era m¨¢s obvio que el n¨²mero de combatientes en el frente se estaba reduciendo, y que su l¨ªnea estaba retrocediendo. Los reporteros comenzaron a cuestionar a los l¨ªderes revolucionarios de Bengasi sobre su incapacidad para reunir sus tan presumidas "fuerzas especiales" (aparentemente, tropas del ej¨¦rcito real bajo el mando de oficiales profesionales reales, en contraposici¨®n a los fren¨¦ticos e indisciplinados manifestantes del shabbab, convertidos en portadores de armas que predominaban) que, durante d¨ªas, hab¨ªan estado reclamando en qu¨¦ campo de batalla operar. Ellos nunca hab¨ªan sido visibles para nosotros y, si es que exist¨ªan, se hab¨ªan demostrado incapaces de detener la derrota de los rebeldes de Bin Jawad a Ras Lanuf, de Brega a Ajdabiya y de nuevo a Bengasi. ?D¨®nde estaban? "No lo sabemos", era la respuesta inicial. Pero a medida que avanzaba la semana y los rebeldes no avanzaban a pesar de los bombardeos diarios de aviones de guerra de los aliados, reconocieron la verdad: "No hay ej¨¦rcito."
Eventualmente, sin embargo, hubo movimiento en el momento en que los rebeldes comenzaron a encontrar el modo, en peque?as carreteras desiertas que entraban y sal¨ªan de Ajdabiya, cuando volvieron con la noticia de que las fuerzas de Gadafi hab¨ªan ocupado posiciones en los dos extremos de la ciudad, pero las zonas eran demasiado peque?as como para soportar la totalidad de la ciudad. Los rebeldes los acosaron, pero el frente de Gaddafi era todav¨ªa demasiado fuerte para vencer. Luego, la noche del viernes, se corri¨® la voz a lo largo de Bengasi de que una de las puertas de la ciudad hab¨ªa ca¨ªdo y que los hombres de Gadafi estaban siendo echados de la ciudad e iban de regreso hacia la ciudad petrolera de Brega, cincuenta millas al oeste.
Era cierto. El s¨¢bado por la ma?ana, algunos amigos y yo nos unimos a un convoy cada vez mayor de veh¨ªculos que conduc¨ªan a trav¨¦s de las noventa millas de desierto hacia Ajdabiya, y la encontramos desierta de tropas, y tambi¨¦n de la mayor¨ªa de su poblaci¨®n civil. Pr¨¢cticamente todos los edificios, casas o apartamentos construidos a lo largo de las avenidas que atraviesan la ciudad hab¨ªan recibido disparos, y algunos ten¨ªan agujeros por los tanques o los cohetes. La basura de la guerra estaba en todas partes, con algunas caracter¨ªsticas particulares de Libia: casquillos de bala, botellas de pl¨¢stico, neum¨¢ticos incinerados y cascos quemados de tanques y otros veh¨ªculos; ropa, tambi¨¦n, especialmente, por raro que parezca, calzoncillos de hombre que estaban tirados por todos los lugares a los que fui. (Se dijo que los soldados libios a menudo se deshicieron de sus uniformes para vestirse de civiles durante su hu¨ªda).
En el hospital en el centro de la ciudad, hab¨ªa un cami¨®n cargado de restos humanos. Estos eran soldados de Gadafi, algunos de ellos muertos a tiros, algunos quemados, sus extremidades ennegrecidas con los huesos sobresaliendo entre un revoltijo de carne y tela de uniforme verde. Los hombres se reunieron a su alrededor para mirar, cubriendo sus narices por el olor, y para tomar im¨¢genes con sus tel¨¦fonos m¨®viles. La mayor¨ªa de sus comentarios fueron despectivos.
En una rotonda en el centro de la ciudad, hab¨ªa un tanque abandonado -uno de los muchos en la ciudad- con j¨®venes reunidos a su alrededor, posando para hacerse fotograf¨ªas. Pronto, m¨¢s j¨®venes llegaron para disparar y bailar alrededor para hacerse m¨¢s fotograf¨ªas, al tiempo que varios camar¨®grafos llegaron para fotografiarlos. (M¨¢s tarde, al tanque se le prendi¨® fuego y, finalmente, estall¨® en una explosi¨®n masiva o¨ªda en toda la ciudad, dejando una columna de humo que pod¨ªa verse a kil¨®metros de distancia). Por todas partes hab¨ªa hombres y muchachos entre los restos de las batallas, cargando misiles Grad en camionetas y cajas de cohetes y munici¨®n de mortero. Un hombre nos pas¨® con un tanque, conduciendo hacia Bengasi. Parec¨ªa un civil. No hab¨ªa polic¨ªa, ni soldados que yo pudiera ver, haci¨¦ndose cargo o evitando que cualquiera saqueara el armamento. Chicos disparaban ametralladoras y RPGs al cielo. Un amigo vio como uno aterriz¨® en una peque?a choza cercana, y la derrib¨®.
Seguimos a una cadena intermitente de coches hacia el suroeste de Brega, donde hab¨ªamos estado hac¨ªa dos semanas, antes de que cayera. El camino estaba limpio, salvo por los veh¨ªculos blindados quemados y los tanques y las camionetas y los grupos de carro?eros y mirones - adiciones surrealistas a el, por otro lado, perfecto desierto de dunas y colinas adornadas con hierbas.
Entramos hasta el desv¨ªo de Brega. Hab¨ªa combatientes all¨ª que se hab¨ªan reunido para intercambiar informaci¨®n y decidir qu¨¦ hacer. El rumor - y los rumores y el boca a boca son la informaci¨®n que se transmite en esta guerra ahora, porque los tel¨¦fonos m¨®viles no funcionan en el desierto pasando Ajdabiya- dec¨ªa que el camino estaba despejado durante otros 20 kil¨®metros, hasta llegar a un pueblo llamado Bishr, en ruta a Ras Lanuf. Pasando Ajdabiya, los hombres de Gadafi hab¨ªan seguido, al parecer, y estaban disparando a su paso, para cubrir su retirada.
El domingo, se hizo evidente que los hombres de Gadafi no hab¨ªan dejado de resistir y luchar en Ras Lanuf, o en la siguiente ciudad, Bin Jawad. Los rebeldes hab¨ªan tomado ambas -y estaban ahora tan lejos como pudieron la ¨²ltima vez-. Ahora la pregunta era si los rebeldes se reagrupar¨ªan o avanzar¨ªan hasta Sirte, la fortaleza de Gadafi, a menos de 100 kil¨®metros de distancia. Para los rebeldes, Sirte es el lugar para la batalla decisiva, donde el poder de Gadafi debe ser roto antes de su dominio final sobre Libia. Si Sirte cae, seg¨²n dicen, Tr¨ªpoli caer¨¢. Este es un hecho de fe, aunque no necesariamente un objetivo realista.
?Pueden hacerlo? No sin muchos m¨¢s ataques a¨¦reos, es cierto. Pero la idea los sostiene, a pesar de ser aficionados a la guerra, los rebeldes parecen haber absorbido uno de sus requisitos esenciales que es que en la guerra, la victoria o la derrota, no depende tanto de destreza o del armamento, sino del estado de la mente.
Jon Lee Anderson (California, 1957), periodista estadounidense que escribe para la revista New Yorker, es autor de libros de reportajes (La ca¨ªda de Bagdad y El dictador y otros demonios) y de la biograf¨ªa Che Guevara, una vida revolucionaria. Copyright ? Cond¨¦ Nast. Originariamente publicado en 'The New Yorker' (www.newyorker.com) Reproducido con el permiso de 'Cond¨¦ Nast'.
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