El teatro y el aparato reproductor
Cualquier excusa para evadir las clases era una buena noticia. Las excursiones, durante la EGB, eran un acontecimiento excepcional, superlativamente excepcional en muchos colegios p¨²blicos de Madrid. Quiz¨¢ la Ley exig¨ªa a los profesores, al menos un par de veces al a?o, cargar un autocar con m¨¢s de cuarenta ni?os y regresar a mediod¨ªa con el mismo n¨²mero de ellos y sin haber perdido el juicio. Porque, de otra manera, estoy convencido de que los funcionarios habr¨ªan preferido no moverse del aula. Despachar sus lecciones sobre las Guerras P¨²nicas sin desplegar un mapa, darnos clases de Educaci¨®n F¨ªsica vestidos con jers¨¦is de pico o hablarnos de los aparatos reproductores sin entusiasmo, practicidad y mucho menos sentido del humor, el mismo que contagiaba a su audiencia.
Ganarse a las nuevas generaciones es uno de los grandes retos del mundo esc¨¦nico
As¨ª que esa supuesta ley empujaba a los profesores a llevarnos, entre otros lugares de la ciudad, al teatro. Aquellas primeras incursiones en el mundo esc¨¦nico nos invitaron a aborrecerlo. A lo mejor la falta de presupuesto o de criterio art¨ªstico de los maestros, o quiz¨¢ la exigua oferta teatral infantil de Madrid a mediados de los ochenta nos postraba sobre rocosas butacas ante interminables representaciones guiadas por argumentos ininteligibles para chavales de diez a?os a los que les costaba incluso interesarse por sus propios aparatos reproductores.
Apenas hemos vuelto al teatro. En las actividades de los treinta?eros de hoy muy pocas veces encaja atender una obra. Hace diez a?os la opci¨®n era demasiado cara y hoy, cobrando con nuestros trabajos precarios algo m¨¢s que con la paga de nuestros padres, simplemente, no es una alternativa habitual. Los musicales de la Gran V¨ªa y la fiebre de los mon¨®logos nos han conducido a las plateas, pero el verdadero teatro nos sigue pareciendo un entretenimiento de otra ¨¦poca, el plan del s¨¢bado por la tarde de nuestros abuelos.
Madrid ofrece casi la mitad de la oferta teatral de Espa?a. Aunque el n¨²mero de asistentes ha crecido en la ¨²ltima d¨¦cada, hoy la crisis ha reducido los aforos. Pero el gran reto del teatro no es solo recuperar fieles y subvenciones publicas, sino ganarse a las nuevas generaciones. ?Se aficionar¨¢n a la subida del tel¨®n los ni?os y ni?as de hoy a quienes hasta les aburre el cine y la televisi¨®n porque no son interactivos, quienes pierden la paciencia esperando que se cargue una p¨¢gina web y ya se han acostumbrado a recibir la escueta y fugaz narraci¨®n de un anuncio, un v¨ªdeo de Youtube o un tweet?
El s¨¢bado pasado se celebr¨® en Madrid La Noche de los Teatros. M¨¢s de 170 espect¨¢culos en 132 lugares de toda la regi¨®n. Lo m¨¢s significativo de esta iniciativa fue la salida del show a la calle. Muchas exposiciones abandonan ya los museos para exhibirse al aire libre, cada vez m¨¢s m¨²sicos acuden a tocar a los salones de su p¨²blico y el futuro del cine comienza a estar en el visionado en streaming de los estrenos, previo pago, en nuestra propia televisi¨®n. Ya no se puede esperar que la audiencia acuda a los entretenimientos, deben ser ellos quienes busquen a la audiencia, quienes se esfuercen por seducir a una clientela cada vez menos impresionable, m¨¢s provista de ofertas y de menos dinero.
Nos damos cuenta de la importancia de la educaci¨®n y la costumbre. Cuando hemos ido al teatro en los ¨²ltimos a?os hemos salido, la mayor parte de las veces, encantados. Sin embargo, nos cuesta volver. Lo mismo ocurre con la ¨®pera o los conciertos de jazz, con el cine documental o los partidos de la ACB. Acontecimientos que apreciamos por su singularidad en nuestro espacio de ocio pero que degustar¨ªamos de manera distinta y, sobre todo, m¨¢s profundamente si asisti¨¦semos a ellos m¨¢s asiduamente y con mayor conocimiento.
La infancia determina muchas de nuestras aficiones pero est¨¢ en nuestra mano experimentar con muchas otras, darnos una oportunidad para desintegrar los prejuicios y expandir nuestra mente. Madrid es una ciudad repleta de actividades ins¨®litas y, por supuesto, de esas otras tradicionales merecedoras de una oportunidad.
As¨ª que si sus hijos peque?os han ido a ver una funci¨®n con el colegio y han regresado desencantados, acalorados y haci¨¦ndose pis, arr¨¦glenlo. Ll¨¦venles enseguida a una obra que les guste. Las representaciones no suelen ser una experiencia fugaz e interactiva, pero la infancia s¨ª; y en ella, el teatro, deber¨ªa ocupar su localidad.
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