La pasi¨®n de pensar
El laboratorio literario de Javier Mar¨ªas ha regresado al orden civil y sentimental -a la vida moral- tras la fastuosa excursi¨®n vivida en busca de Tu rostro ma?ana (2002-2008). Con ella abri¨® a la ideolog¨ªa y la historia pol¨ªtica el foco narrativo y Los enamoramientos ha vuelto a ce?irlo para concentrarlo. Las figuras literarias de Mar¨ªas tienden a ser organismos mentales que especulan y piensan sin acertar nunca del todo en la certeza porque ese es el juego: la verdad es una mara?a, se repite varias veces en esta novela, e incluso nada es lo que parece en ella a simple vista, ni siquiera a vista m¨¢s atenta. Aunque Tu rostro ma?ana estuvo escrita en estado de gracia, el remate argumental era extra?amente deudor de las tramas truculentas o folletinescas del XIX (de Balzac o de Dumas, tan presentes en esta). No es un rasgo casual: un asesinato (o un homicidio) urdido por amor y por ego¨ªsmo aparece como soporte ideal para levantar la tupida enredadera reflexiva que hace de la conjetura y la especulaci¨®n los recursos hegem¨®nicos y tambi¨¦n una forma de plenitud literaria. El lector de Mar¨ªas ya lo sabe: la ocasional debilidad de esta amplificaci¨®n reflexiva o esa sobreabundancia del estilo tienen un efecto narcotizante, casi de salmodia discursiva, pero tambi¨¦n la garant¨ªa segura de un nuevo hallazgo o una nueva sinuosidad que compensar¨¢ y completar¨¢ la pasi¨®n de pensar en que chapotea felizmente el lector casi todo el rato.
Los enamoramientos
Javier Mar¨ªas
Alfaguara. Madrid, 2011.
401 p¨¢ginas 19,50 euros.
Libro electr¨®nico: 12,99 euros
Y en esta vuelve a suceder lo que ha dado el mejor Mar¨ªas, incluido sus manierismos: la valent¨ªa desenmascaradora de las formas del subterfugio y el autoenga?o, de la debilidad moral y el oportunismo, de las falsas respuestas consoladoras y de la malla de intereses que se cruzan en nuestras cabezas para justificar nuestro deseo o nuestra conducta. Desmenuzar la trama aqu¨ª me parece fuera de lugar porque remite toda la historia -contada por una mujer que habla exactamente igual que los narradores masculinos de sus novelas de madurez- a la pr¨¢ctica habitual del escritor, tan inconfundible y tan fecunda: poner a prueba la colisi¨®n entre deseos y sentimientos y deber moral o justicia a partir de unos pocos datos inciertos. El caso que dirime la novela y la posici¨®n final que adopta su protagonista -adelantada aqu¨ª y all¨¢ en el curso del relato b¨¢sicamente pensado y dialogado- compromete nuestra propia jerarqu¨ªa de valores como jueces de unos hechos y unos sentimientos que conocemos con la misma escasez o impuntualidad que la protagonista. Y nuestro juicio estar¨¢ sometido a su misma inexactitud, aunque podamos concluir de modo distinto que ella: quiz¨¢ no aceptar¨¢ el lector que el peso del enamoramiento tiende a la indulgencia generosa hacia el que fue objeto del enamoramiento -porque el rastro sigue condicionando el juicio- en una forma distinta a como obra el que ha sentido el arrebato del amor.
Los subtemas despliegan una fascinante variedad de elementos soterrados tan valiosos como la trama principal: la muerte y su puntualidad llegan arrastrados de nuevo por Macbeth y el peso de su presencia p¨®stuma se calcula a trav¨¦s de Los tres mosqueteros y de un angustioso relato de Balzac; hacerse responsable de lo sabido y administrarlo con riesgo o solvencia; la racionalidad como posici¨®n exigente pero en retirada frente al sentimentalismo o a los argumentos emotivos; el ego¨ªsmo como recurso parad¨®jicamente noble y el perd¨®n o la comprensi¨®n cabal como eximidores de la extendida costumbre de la delaci¨®n, el chivatazo o la mera habladur¨ªa. Casi ning¨²n hilo se abandona y ni siquiera el profesor Rico deja de aparecer tras su primera comparecencia (para meter la pata), aunque la novela es una novela de personajes, muy pocos, y todos ellos expuestos a trav¨¦s de los ojos de la narradora o de sus propias palabras desplegadas bajo el artificio (o el pacto impl¨ªcito) de que meditar¨¢n con las formas ret¨®ricas y las vueltas y revueltas de un narrador que pesa sobre ellos sin que eso da?e la efectividad de la novela. Ya lo he dicho antes: tanto Luisa como los dem¨¢s personajes, o casi todos, carburan intelectualmente con los mismos tics y formalismos. Y sin embargo nada de eso dobla o rebaja el relato porque su artificiosidad es parte de su credibilidad, y adem¨¢s lo que importa al lector acaba siendo la versatilidad reflexiva, la reorientaci¨®n del juicio sobre lo que sucede o puede haber sucedido, la tensi¨®n final de una generosidad sentimentalmente cautiva que puede ser juzgada m¨¢s severamente (pero quiz¨¢ no m¨¢s justamente) como abstencionista o irresponsable. La novela es el espejo en el que especulamos sobre nosotros mismos y sobre la permisividad ante la tropel¨ªa (matar, mentir, injuriar, sobornar): una escuela de pensamiento matizado, libre, atrevido, agn¨®stico y desprejuiciadamente adulto.
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