Choque de titanes
La historia del deporte en el ¨²ltimo siglo ha avanzado a golpes de rivalidad, de duelos entre figuras que ya ser¨ªan excepcionales en solitario, que ser¨ªan capaces de dominar su ¨¦poca como nadie antes, pero cuya grandeza se exalta hasta el infinito al coincidir en su tiempo, en su esplendor, con otros tan grandes como ellos, tan necesarios para ellos a partir de ese momento como la sombra para el sol. Como es necesaria para la grandeza del Bar?a la existencia del Madrid; tambi¨¦n al contrario. Como Messi y Ronaldo se engrandecen mutuamente, y dividen a la afici¨®n en campos irreconciliables, y apasionan. Como la leyenda de Senna no se entender¨ªa sin sus peleas con Alain Prost. Como Oca?a y Merckx, como Magic Johnson y Larry Bird, como Carl Lewis y Ben Johnson, como los raquetazos de Nadal cruz¨¢ndose con los reveses de Federer, o las zancadas de Sebastian Coe y Steve Ovett... Como solo H¨¦ctor pudo medir la grandeza de Aquiles, un duelo a muerte que convirti¨® a la La Il¨ªada en la primera narraci¨®n deportiva de la historia, el modelo para todas las que existieron despu¨¦s, y las que se seguir¨¢n escribiendo.
Los Lakers de Magic y los Celtics de Bird. La Costa Oeste contra la Costa Este. Hollywood frente a Boston
Oca?a y Senna obedecieron a una suerte de predestinaci¨®n que les llev¨® a desafiar a los poderes establecidos
Nadal y Federer han ayudado a difundir una imagen positiva. Han hecho subir un 20% la audiencia del tenis
Ronaldo y Messi
Una bestia y una pulga
Una vez retirado El Fen¨®meno, ya solo queda un Ronaldo en el mundo, y nadie podr¨¢ decir que le ha robado el apellido al brasile?o. A Cristiano Ronaldo se le conoce por Ronaldo, y ning¨²n aficionado se lo discute sino que se acepta como un m¨¦rito del portugu¨¦s, dispuesto a ser el nuevo icono del f¨²tbol, un solista capaz de conquistar el mundo, el ¨²nico jugador que se niega a aceptar el reinado de Messi y le bate a un duelo particular en cada partido, cada jornada, cada d¨ªa. Nadie se levanta tan r¨¢pido y gallito del suelo como Ronaldo. Una bestia.
La competitividad del delantero es tan extrema como bien recibida en el Madrid. Al fin y al cabo, Ronaldo, Mourinho y Florentino son tres personajes que aspiran a recuperar el poder alcanzado por el Bar?a. Ninguno se acepta como perdedor y, por tanto, cada uno aspira a ganar su espacio desde la rebeld¨ªa: al jugador le corresponde el campo, al t¨¦cnico el banquillo y al presidente el palco. La dedicaci¨®n y la profesionalidad son m¨¢ximas y empiezan por el cuidado de uno mismo. Hay pocos jugadores tan profesionales como Ronaldo.
El culto que el jugador portugu¨¦s dedica a su cuerpo es m¨¢s propio de los atletas que de los futbolistas. A veces raya incluso el narcisismo, sobre todo cuando exhibe sus abdominales, su torso sin un punto de grasa, su cuello de cisne, sus piernas de pura sangre. El f¨ªsico de Ronaldo es prodigioso porque combina la rapidez con la potencia y la resistencia; le pega excelentemente a la pelota y cabecea como el mejor ariete; barre todo el frente de ataque, y funciona como un ca?¨®n.
Ego¨ªsta por naturaleza, a Ronaldo le encanta convertir los partidos en una cuesti¨®n personal, circunstancia que provoca que a veces no interprete el juego de la forma debida, tire por el camino de en medio y condicione el f¨²tbol del equipo. Ronaldo garantiza muchos goles y una defensa de su juego hasta el extremo de reclamar un penalti en una jugada que ha acabado en gol de un compa?ero. Aunque dif¨ªcilmente ser¨¢ un jugador de equipo, la mayor¨ªa de equipos querr¨ªan tenerle en n¨®mina.
As¨ª es Ronaldo, un futbolista con m¨¢s repertorio que Messi, m¨¢s chulo y publicitario, necesitado de revancha, dispuesto a mandar en la Liga espa?ola y la Copa de Europa como ya ocurri¨® en sus tiempos de futbolista del Manchester United, un club que le fich¨® del Sporting en el momento justo en que Sandro Rosell, el mismo que hab¨ªa fichado a Ronaldinho y Deco para el Barcelona, le pidi¨® que aguardara una temporada m¨¢s en Lisboa para recalar despu¨¦s en el Camp Nou.
La cr¨ªtica le tiene por un futbolista universal, capaz de jugar en cualquier equipo, por su exuberancia, pegada, su car¨¢cter goleador y tambi¨¦n por su capacidad para armar ruido en una ¨¦poca de mucho estruendo. Los remates de Ronaldo son violentos y su f¨²tbol anuncia siempre una tormenta. Los rayos y truenos del Bernab¨¦u contrastan con el sosiego del Camp Nou, amenizado por el sosiego de Leo Messi.
A Messi solo le falta ganar el Mundial con Argentina, circunstancia decisiva para entender por qu¨¦ provoca ciertos recelos en determinados c¨ªrculos futbol¨ªsticos a la hora de medir su trascendencia, gente que le considera un producto local con impacto mundial. Nadie duda de que es el mejor jugador del mundo que ejerce en el equipo que probablemente juega el mejor f¨²tbol del mundo. La duda es siempre la misma para Messi y por extensi¨®n para Guardiola: ?c¨®mo funcionar¨ªan en otro club?
Todo lo que hace la Pulga tiene sentido en el Bar?a. Es el jugador de club por excelencia: le gustan los compa?eros, el campo, el vestuario y el entrenador, el ¨²nico que ha sido capaz de interpretar los silencios del delantero argentino y crear las mejores condiciones para su reinado, cosa que pasaba por prescindir de delanteros como Ronaldinho, Eto'o e Ibrahimovic. La trayectoria de Messi le viene dando la raz¨®n a Guardiola. A sus 23 a?os, nadie es capaz de pronosticar el techo de la Pulga.
"Aunque la gente crea que no es posible mejorar, a ese peque?ito le veo cada vez mejor", confes¨® El Fen¨®meno en una entrevista a El Larguero de la cadena SER. "Marca m¨¢s goles, se equivoca menos en los partidos, da m¨¢s pases, tiene m¨¢s velocidad, hace unas cosas... Es un jugador muy moderno". Messi act¨²a en la cancha como un ni?o en el patio. Ambicioso y competitivo, ni siquiera admite que le cambien en un partido o le den descanso. No tiene m¨¢s parecido con el madridista que su buena relaci¨®n con el gol.
A diferencia de Ronaldo, Messi es un escapista. A veces su cuerpo parece el de un gimnasta y en otras se dir¨ªa que es la reencarnaci¨®n de Houdini, por su facilidad para sortear los obst¨¢culos y alcanzar la porter¨ªa. La mayor¨ªa de sus goles son parecidos y, sin embargo, siempre se reserva la posibilidad de sorprender a propios y extra?os: marc¨® un gol con la cabeza en la final de la Copa de Europa de Roma y con el pecho en el Mundial de Clubes. Mejor no cruzar apuestas con Messi.
El Barcelona parece en condiciones de batir la mayor¨ªa de r¨¦cords a partir de la figura de Messi. A d¨ªa de hoy aparece como el Di St¨¦fano del Real Madrid en los a?os sesenta por su influencia en el equipo y tambi¨¦n en el club. Ninguna imagen personifica mejor el ¨¦xito barcelonista que el podio del ¨²ltimo Bal¨®n de Oro: Xavi representaba al f¨²tbol catal¨¢n, Iniesta al espa?ol y Messi al mundial, y los tres han sido formados en La Mas¨ªa, la residencia de la cantera azulgrana.
Ronaldo funciona como Mourinho: su receta tiene ¨¦xito en equipos distintos. Messi, en cambio, es el icono de una manera particular de entender el f¨²tbol y que es admirada en todo el mundo, la del FC Barcelona.
Como dijo Prost el d¨ªa que se mat¨® Senna en el circuito de Imola: "Con su muerte una parte de m¨ª tambi¨¦n ha muerto". Quiz¨¢s nadie, en la historia del deporte, se hab¨ªa odiado tanto como se odiaron, deportivamente, entre s¨ª el franc¨¦s y el brasile?o.
Y una vez que han entrado en el imaginario colectivo, que se han convertido en ¨ªdolos cuyo valor se ha establecido no por lo que han ganado sino ante qui¨¦n lo han ganado, o c¨®mo han sido sus derrotas, qui¨¦n les ha vencido, la simbiosis perfecta en la que el segundo hace m¨¢s grande al primero, ellos ya no son due?os de s¨ª mismos, sino esclavos del recuerdo, de la melancol¨ªa, de una memoria embellecida que el presente solo puede ajar. Son lo que han sido y lo que imaginamos han podido ser; no lo que son. Los vivos, para su desgracia, finalmente han perdido.
Alain Prost, cincuent¨®n escuchimizado, arrugado, aparece estos d¨ªas en anuncios de la televisi¨®n francesa promocionando unos talleres que cuidan los neum¨¢ticos de su coche como nadie y a precios imbatibles; Eddy Merckx se dedica a vender su nombre a fabricantes de bicicletas y vivir como imagen promocional de carreras en Catar y Om¨¢n. Mientras, desde hace a?os, Ayrton Senna y Luis Oca?a, en sus tumbas, cr¨ªan malvas y gloria, se hacen leyenda. Han ahorrado al mundo la imagen de su envejecimiento, como se la ahorr¨® Fausto Coppi, cuya vejez quiz¨¢s no habr¨ªa sido muy diferente a la de Gino Bartali, su rival, quien a los 80 a?os a¨²n formaba parte de la caravana del Giro, con su gorrilla de ciclista, visera para arriba, a la antigua usanza, sus sandalias franciscanas, su voz aguardentosa, sus historias de siempre. Y, sin embargo, ambos, en un d¨ªa de mayo de 1949, atravesaron los Alpes a bicicleta, y fueron, para el escritor Dino Buzzati, autor de unas estupendas cr¨®nicas de aquel Giro para el Corriere della Sera, Aquiles y H¨¦ctor miles de a?os despu¨¦s y para siempre.
Carl Lewis y Ben Johnson
'Glamour' y maldici¨®n
Ben Johnson, el malo, el hijo de emigrantes jamaicanos en Canad¨¢, se convirti¨® en un proscrito despu¨¦s de conseguir, con su positivo por estanozolol, un esteroide anabolizante, en Se¨²l 88 que el doping saltara de los patios traseros del deporte, de las sombras que nadie quer¨ªa desentra?ar, a las primeras p¨¢ginas, al primer plato del men¨² ol¨ªmpico. Carl Lewis, el bueno, el Adonis negro de las pistas, el norteamericano ganador de nueve oros ol¨ªmpicos que introdujo en los estadios de atletismo, hasta entonces sin¨®nimo de sobriedad y pureza, el star system al modo hollywoodiano, culto a la personalidad y egos hipertrofiados, hab¨ªa perdido ante Johnson las dos finales m¨¢s importantes, la del Mundial de Roma de 1987 y la de los Juegos Ol¨ªmpicos de Se¨²l. Adem¨¢s, las marcas estratosf¨¦ricas con las que Johnson, una bolsa de m¨²sculos con el estilo de un toro embistiendo, 9,83s y 9,79s, respectivamente, significaban que Lewis, quien aparte de medallas quer¨ªa pasar a la historia como el hombre m¨¢s r¨¢pido, y el de mejor estilo, nunca podr¨ªa batir el r¨¦cord del mundo, una maldici¨®n que tambi¨¦n sufri¨® en el salto de longitud, la prueba en la que gan¨® cuatro oros ol¨ªmpicos consecutivos. Por eso no es de extra?ar que despu¨¦s de la derrota de Roma, Lewis declarara que sospechaba que Johnson se dopaba. Sin embargo, el intento imposible de derrotar al canadiense se convirti¨® en el mayor est¨ªmulo para Lewis, y convirti¨® aquellos dos a?os en la era dorada del atletismo, que nunca hab¨ªa alcanzado tama?a popularidad m¨¢s all¨¢ de los aficionados de toda la vida. Fueron duelos que marcaron una ¨¦poca. No lo derrot¨® en la pista, s¨ª en los despachos. Nunca podr¨¢ disfrutar de la gran foto de la llegada de los 100 metros en que no se le vea persiguiendo la sombra inalcanzable de Johnson en una gran final. Por eso, su amargura.
Sin embargo, m¨¢s ac¨¢ de la pasi¨®n, en el terreno de la raz¨®n, y la historia as¨ª lo muestra, nadie podr¨¢ decir que Johnson ment¨ªa cuando afirm¨®, y lo hizo varias veces, que si se dopaba no era para hacer trampas y derrotar a sus rivales, sino para estar a la altura de ellos, pues estaba convencido de que tambi¨¦n recurr¨ªan a sustancias prohibidas. Johnson y Lewis cumplir¨¢n 50 a?os este 2011. De la vida de Johnson solo se conocen tropiezos y fracasos; Lewis sigue siendo una de las mejores im¨¢genes del deporte, de eso sigue viviendo.
Sebastian Coe y Steve Ovett
Una leyenda en solo siete carreras
"Las rivalidades atraen al p¨²blico. Enfrentamientos como el de Federer con Nadal definen un deporte y nos emocionan como espectadores. Mis hijos son de Federer. Yo soy de Nadal. Son atractivos". Quien pronuncia esa frase no es un soci¨®logo, sino el protagonista de una pugna corta, muchas veces vivida en la distancia, pero tan intensa como para marcar toda una ¨¦poca. Sebastian Coe, que es quien habla tras ser requerido para ello por este diario, solo corri¨® siete veces contra Steve Ovett (4-3), que como ¨¦l era mediofondista brit¨¢nico a finales de los a?os setenta y de los ochenta del siglo pasado, y una fue cuando ambos eran adolescentes y disputaban una carrera de campo a trav¨¦s. Los dos atletas, sin embargo, se miraron siempre de reojo a trav¨¦s de sus marcas y sus r¨¦cords, obsesionados hasta el punto de pensar en el rival durante la comida de Navidad: "Seguro que ¨¦l se est¨¢ entrenando en estos instantes...", reconocen ahora haber pensado el uno del otro.
Juntos desafiaron el boicot estadounidense a los Juegos de Mosc¨² 1980, donde cada uno gan¨® en la especialidad del otro: Ovett en 800m, final que atrajo a 20 millones de brit¨¢nicos ante la tele; Coe en 1.500m. Juntos representaron a dos Inglaterras muy distintas, la trabajadora (Ovett, nacido en 1955, taciturno y fuerte) y la de la clase media (Coe, del 56, parlanch¨ªn y ligero). Juntos, durante 10 d¨ªas de 1981, se intercambiaron tres veces el r¨¦cord de la milla. Y juntos, hasta en la distancia, se espolearon para lograr 17 r¨¦cords del mundo, tres oros, dos platas y un bronce ol¨ªmpicos. Fue una rivalidad de pel¨ªcula y tendr¨¢ un final a su altura: la BBC prev¨¦ estrenar el filme de su historia para los Juegos de Londres 2012, quiz¨¢ el mejor producto de su enfrentamiento.
Magic Johnson y Larry Bird
Pimienta para la NBA
Las chispas estuvieron saltando durante 13 temporadas de la NBA, relanzaron un deporte marcado por el progresivo desencanto de los espectadores, la divisi¨®n racial y las drogas, y quedaron resumidas en una frase del p¨ªvot Mychal Thompson, de los Lakers de Los ?ngeles, recogida por Sports Illustrated. "Magic Johnson y Larry Bird son los reyes de la Liga. Se puede decir que son la sal y la pimienta del campeonato. Especian la NBA".
Los Lakers de Magic y los Celtics de Bird reanimaron el campeonato norteamericano, impulsaron su expansi¨®n universal, nacida al rebufo de los contratos televisivos firmados a ra¨ªz de su aparici¨®n, se jugaron los t¨ªtulos de 1984, 1985 y 1987 (2-1 para los angelinos) y representaron a trav¨¦s de sus jugadores la complejidad del pa¨ªs. Lakers-Celtics era y sigue siendo algo m¨¢s que un partido.
Es la Costa Oeste contra la Costa Este. Los brillos de Hollywood contra la tradici¨®n de Boston. Los negros del showtime contra un equipo que entonces era de tiradores predominantemente blancos. Los pases de Magic, la sonrisa de la NBA (MVP de 1987, 1989 y 1990), contra la metralleta de Bird (MVP de 1984, 1985 y 1986), taciturno y callado.
El ¨¦xito de los dos jugadores, reflejado en un caro anuncio de las zapatillas Converse que se rod¨® en el pueblo de Bird, dio lugar a una amistad peculiar. Magic acab¨® comiendo ese d¨ªa en casa de su archirrival, y abrazado a la madre de este. El d¨ªa que le dijeron que era portador del virus del sida, solo llam¨® a unos pocos amigos: Bird fue uno de ellos. Los dos hablaron para un libro que fotografi¨® su rivalidad. When the game was ours. Cuando el juego era nuestro.
Separados, los dos hombres reavivaron su deporte. Unidos, fueron un terremoto. Lograron el oro en Barcelona 92, la audiencia m¨¢s alta de una final universitaria (Michigan-Indiana, en 1979), ocho anillos de campe¨®n (cinco para Magic; tres para Bird), y dejar un legado imperecedero: los dos jugadores que arrancaron como bandera de negros o blancos, como s¨ªmbolo de las tensiones raciales del pa¨ªs, acabaron enamorando sin distingos de color a todos los aficionados.
Nadal y Federer
Dos amigos y un impulso ¨²nico
El aut¨®grafo lo dice todo. Cuenta la leyenda que el d¨ªa que el suizo Roger Federer interrumpi¨® la racha de 81 victorias seguidas que Rafael Nadal ten¨ªa sobre tierra se encontr¨® con una petici¨®n ins¨®lita. Habr¨ªa ocurrido as¨ª. Los dos mejores tenistas del siglo XXI jugaron la final de Hamburgo 2007. Gan¨® el suizo, que se tir¨® al albero, catapultado en sus sue?os: por primera vez, justo antes de Roland Garros, ganaba al mallorqu¨ªn sobre arcilla. Nadal no se sinti¨® torturado por esa imagen. Al contrario. Esper¨® y le pidi¨® a Federer su camiseta autografiada, deseoso de tener un recuerdo, un souvenir, del rival de los rivales, un gigante que a cada golpe le ayuda a construir, amplificar y extender su propia leyenda y la de su deporte. "Nos enorgullece la imagen positiva que Federer y Nadal est¨¢n ayudando a crear del tenis", reconocen desde la ATP, que vio c¨®mo en 2010 el n¨²mero de horas televisadas de su deporte crec¨ªa un 26% y la audiencia mundial un 20%. "Los dos han asumido un papel activo para ayudar a darle forma al futuro del tenis".
Tras enfrentarse 22 veces (14-8 para el mallorqu¨ªn) y en siete finales grandes (5-2 para Nadal), los dos ¨²nicos hombres capaces de acabar seis a?os seguidos como los dos mejores jugadores del planeta tambi¨¦n han disputado exhibiciones en Asia, Am¨¦rica, Europa o Australia, y han llevado el tenis hasta un nuevo nivel en t¨¦rminos de impacto publicitario. Quiz¨¢s solo otra deportista espa?ola se vio implicada en un dueto de tanta relevancia: Arantxa S¨¢nchez Vicario se enfrent¨® 36 veces contra la alemana Steffi Graf. Solo le gan¨® ocho veces... ?pero qu¨¦ ocho veces! Incluyeron una final y una semifinal de Roland Garros; una final y unos cuartos del Abierto de EE UU. En ese enfrentamiento de contrastes, la dureza de la espa?ola contra la variedad de la alemana, Graf le dio a Arantxa, la ni?a de 17 a?os que le hab¨ªa derrotado en la final de Par¨ªs, tres de los disgustos m¨¢s grandes de su vida. La venci¨® en dos finales de Wimbledon y una del Abierto de Australia, impidiendo que completara el Grand Slam.
Tanto Nadal como Federer lo han logrado. Su gran obra fue un partido que lo tuvo todo: las 4 horas 48 minutos de la final de Wimbledon 2008, ganada por el espa?ol, marcaron un antes y un despu¨¦s. Dos tenistas dejaron el deporte y empezaron a escribir, en presente, una leyenda.
Oca?a y Merckx
El sentido tr¨¢gico de la carrera
Luis Oca?a y Ayrton Senna murieron hace tiempo, el mismo mes, mayo, el mismo a?o, 1994. Uno, el ciclista espa?ol de Mont de Marsan, lo hizo cansado de la vida y de la enfermedad, dispar¨¢ndose con una pistola mientras ve¨ªa por la tele una corrida de San Isidro; el otro, el piloto brasile?o de f¨®rmula 1, en la plenitud de su vida y de su esperanza, a 300 kil¨®metros por hora, agarrado a las manos del volante de su Williams que se neg¨® a tomar la curva de Tamburello durante la s¨¦ptima vuelta del GP de San Marino en el circuito de Imola. A Ambos les uni¨®, adem¨¢s, un cierto sentido tr¨¢gico de la vida, la obediencia ciega a una suerte de predestinaci¨®n que los condujo, para gozo, sufrimiento y pasi¨®n de los aficionados, a desafiar al poder, a los poderes establecidos, a los que dieron, as¨ª, un brillo del que carec¨ªan.
Luis Oca?a, nacido en Priego (Cuenca), hijo de un maquis del Valle de Ar¨¢n que hac¨ªa de a?o en a?o visitas furtivas a su mujer, que se qued¨® en casa, hasta que, terminada la II Guerra Mundial, emigr¨® al sur de Francia finalmente con toda su familia, pudo haber cambiado la historia del ciclismo y de su gran manifestaci¨®n, el Tour, si no se hubiera ca¨ªdo, presionado siempre por el can¨ªbal Eddy Merckx, en cuyo vocabulario no entraba la palabra derrota, descendiendo el col de Ment¨¦ en el Tour del 71. Su imagen rota, su maillot amarillo ensangrentado, sus gritos, forman parte desde hace 40 a?os de las ra¨ªces emocionales de los espa?oles que por entonces empezaron a descubrir la vida. Fue la imagen de la derrota, que Merckx, orgulloso, respetuoso con el rival, con el ¨²nico que le hab¨ªa hecho agachar la cabeza, se neg¨® a aceptar -no quiso ponerse ese d¨ªa el maillot amarillo de l¨ªder, mientras Oca?a estuviera en el hospital- porque recordaba que solo unos d¨ªas antes, el mismo Oca?a ahora doliente, le hab¨ªa hecho perder, parec¨ªa que irremediablemente, el Tour con una escapada incontrolable camino de Orci¨¨res Merlette. Oca?a cay¨® y Merckx, como Anquetil en la d¨¦cada anterior, acab¨® ganando cinco Tours. El espa?ol se qued¨® en uno, el de 1973, pero tambi¨¦n con el valor de la memoria, pues eligi¨® no envejecer.
Ayrton Senna y Alain Prost
Cuando el 'marketing' sobraba
La d¨¦cada de los ochenta fue, en f¨®rmula 1, la ¨²ltima gran d¨¦cada, la de Piquet y el ¨²ltimo Lauda, la de Mansell y la de Keke Rosberg. La de McLaren, Williams y Ferrari. Fue, sobre todo, la del gran duelo entre Ayrton Senna, el brillante y temerario brasile?o, el ¨¢ngel que amaba la lluvia y que hab¨ªa nacido para vivir a toda velocidad, y Alain Prost, el profesor, el maestro de los reglajes, el rey de la regla de c¨¢lculo, del m¨¦todo y la contabilidad. Fue un duelo que en los circuitos produjo siete t¨ªtulos mundiales entre 1985 y 1993, que en la prensa y en la televisi¨®n atrajo a m¨¢s multitud que nunca, que se cerr¨® fulminantemente con el accidente mortal de Senna en 1994.
Ambos llevaron la f¨®rmula 1, ahora pasto de las maniobras de marketing y esclava de la necesidad de introducir peque?as novedades cada a?o para mantener el inter¨¦s, a un nivel de pureza y emoci¨®n desnudos, inauditos, cuyo momento m¨¢s descarnado, m¨¢s simb¨®lico y ejemplar se alcanz¨® en 1990, en Suzuka (Jap¨®n), el ¨²ltimo GP de la temporada. Prost necesitaba ganar para llevarse el t¨ªtulo. Senna, que part¨ªa por detr¨¢s en la parrilla, le aventajaba en la clasificaci¨®n, y simplemente le val¨ªa con que ninguno de los dos puntuara. Ambos duraron en la pista unos segundos. En la primera curva, a derechas, Senna con su McLaren embisti¨® directamente al Ferrari de Prost. Los dos se salieron de la pista. Ambos salieron ilesos, pero Senna se proclam¨® campe¨®n. Nunca una rivalidad deportiva se hab¨ªa resuelto de una forma tan sencilla, como un duelo en el Oeste. Nunca antes ni despu¨¦s, dos de los mejores del mundo penetraron tan profundamente en la ¨²nica ra¨ªz del deporte. Desde 1994 se venera a Senna, muerto joven, con 34 a?os, un mito. Mientras, Prost, como todos nosotros, se hace humano, envejece.
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