Regreso a Bengasi
Si en el 'caso libio' las actitudes de Turqu¨ªa y Argelia son vergonzosas, qu¨¦ decir de la postura vacilante de EE UU o del funcionamiento de la OTAN que suscita, sobre el terreno, terribles interrogantes
La actitud de Turqu¨ªa, opuesta desde el primer d¨ªa a la resoluci¨®n 1973 y, lo reconozca o no, partidaria de apoyar a Gadafi, es vergonzosa.
La actitud de Argelia, pa¨ªs en el que los insurgentes volvieron a interceptar en pleno desierto unas camionetas cargadas de mercenarios y para el que la "solidaridad ¨¢rabe" -su leitmotiv desde hace cincuenta a?os- significaba en realidad "solidaridad con los dictadores ¨¢rabes", es una verg¨¹enza.
La actitud de Egipto, que dispone de un ej¨¦rcito superpotente en la frontera libia -el segundo de la regi¨®n, despu¨¦s del israel¨ª- cuyos carros de combate podr¨ªan romper las l¨ªneas de Gadafi en unas horas y liberar a las poblaciones martirizadas de Misrata, Zauiya, Zentan y Tr¨ªpoli, que no cometieron m¨¢s crimen que el de querer ajustar sus relojes a la hora de la plaza de Tahrir y respirar el viento de rebeli¨®n que soplaba desde El Cairo, es, si no vergonzosa, al menos inexplicable.
Estados Unidos entr¨® en la guerra arrastrando los pies y ahora la est¨¢ abandonando de puntillas
El mando aliado necesita una media de siete horas para procesar la informaci¨®n sobre los movimientos del enemigo
La actitud de la Liga ?rabe, que, nunca lo repetiremos bastante, estuvo detr¨¢s de la llamada de socorro que, tras una votaci¨®n hist¨®rica en la ONU, condujo a la comunidad internacional a apoyar la lucha del pueblo libio, y desde entonces parece atrapada en un proceso de reevaluaci¨®n constante de su gesto, como si se arrepintiese de su audacia y quisiera pedalear hacia atr¨¢s, desgraciadamente no es inexplicable, sino que se corresponde con lo que se adivinaba desde la ca¨ªda de Ben Ali: el p¨¢nico que siente la santa alianza de Estados petroleros de la regi¨®n hacia el estallido de una primavera ¨¢rabe que, en el fondo, desear¨ªan ver detenerse a las puertas de Tr¨ªpoli.
La actitud de Estados Unidos, que entr¨® en esta guerra de liberaci¨®n arrastrando los pies y ahora la est¨¢ abandonando de puntillas, y la actitud de Obama, del que aqu¨ª, en Bengasi, se empieza a sospechar que fantasea con un nuevo Daytona, es decir, con un acuerdo de partici¨®n que, como en 1995 en Bosnia, permita nadar y guardar la ropa, mostrarse imparcial con v¨ªctimas y verdugos y ratificar el equilibrio de fuerzas militar que han ayudado a alcanzar sobre el terreno, no tienen sentido en absoluto. ?C¨®mo se puede, con la historia como testigo, proclamar solemnemente que Gadafi debe irse, que ya no tiene legitimidad para gobernar ni para representar a su pueblo y hacernos entender ahora que tampoco se puede morir, perd¨®n, pagar por Bengasi? ?Ah, el precio de los Tomahawk...!
La postura de la Uni¨®n Africana, que en los ¨²ltimos a?os no ha escatimado esfuerzos para resolverle la papeleta al criminal de Estado sudan¨¦s Omar el Bashir y en las ¨²ltimas semanas ha intentado hasta el ¨²ltimo minuto salvarle la cara a Gbagbo, el carnicero de Costa de Marfil, y la actitud de estos emisarios congole?os, malienses y mauritanos, a los que veo llegar a Bengasi en el preciso instante en que escribo estas l¨ªneas para predicar la palabra del buen coronel ante un Consejo Nacional de Transici¨®n anonadado, es un insulto a los valores de ?frica y a sus compromisos de anta?o. ?Acaso pretenden que creamos que el anticolonialismo de Senghor y C¨¦saire, el combate de Lumumba y luego Mandela, el pensamiento de Franz Fanon, que llamaba al hombre africano a sacudirse el yugo y a liberarse de la tiran¨ªa, se reducen, cincuenta a?os despu¨¦s, a esa ret¨®rica lamentable sobre el derecho de los pueblos a disponer de s¨ª mismos, a su vez reducido al derecho de los tiranos a disponer de sus pueblos?
El funcionamiento de la OTAN, sus estructuras de mando, sus modalidades operacionales y sus chapuzas suscitan aqu¨ª, sobre el terreno, terribles interrogantes, entre los que me temo que hay algunos muy justificados: "?C¨®mo?", me pregunta uno de los j¨®venes comandantes que defiende, a las puertas de la ciudad fantasma de Ajdabiya, el ¨²ltimo puesto que impide que los mercenarios de Tr¨ªpoli arremetan de nuevo contra Bengasi, "?los aviones de la coalici¨®n han podido confundir nuestra ¨²ltima y preciosa columna de carros de combate con una de las de Gadafi y, por tanto, bombardearla?". "?C¨®mo se explica?", se enfurece el general Abdel Fattah Youn¨¦s, el antiguo ministro del Interior que se uni¨® a la revoluci¨®n y, mientras Gadafi aumenta cada d¨ªa la recompensa que ofrece por su cabeza (dos millones y medio de d¨®lares, hasta la fecha), intenta organizar cueste lo que cueste las fuerzas armadas de la Libia libre; "s¨ª, ?c¨®mo se explica?", me dice mientras me lo demuestra en la sala de mando de su cuartel general, apoy¨¢ndose en mapas e informes, "?que el mando aliado necesite una media de siete u ocho horas para procesar la informaci¨®n que le proporcionamos sobre los movimientos del enemigo?". Siete u ocho horas es m¨¢s de lo que los objetivos necesitan para moverse, fundirse entre la poblaci¨®n, desaparecer.
Quedan Qatar, el Reino Unido y, por supuesto, Francia, cuya determinaci¨®n y cuyo gesto salv¨ªfico no dejo de o¨ªr alabar desde que estoy aqu¨ª: sin Francia, me dicen en todas partes, sin "monsieur Sarkozy y el pueblo del general De Gaulle", sin ese primer ataque a¨¦reo franc¨¦s que el s¨¢bado 19 de marzo fren¨® en seco a los primeros carros en la puerta sur de la ciudad, nada ni nadie habr¨ªa podido impedir que se derramaran los "r¨ªos de sangre" que prometi¨® Seif el Islam, el hijo loco de Gadafi.
Pero ?ser¨¢ suficiente con Francia en esta ocasi¨®n? Una vez m¨¢s, quedan cinco minutos para la medianoche en Bengasi. -
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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