Confusi¨®n
T¨²nez celebrar¨¢ el 24 de julio las elecciones para una Asamblea Constituyente. Las candidaturas que se presenten tendr¨¢n que contar con el mismo n¨²mero de hombres y mujeres, altern¨¢ndose en la lista conforme al llamado modelo cremallera. Y no podr¨¢n concurrir a las elecciones aquellos que ocuparon cargos en los Gobiernos de la dictadura. Tanto presumir de la transici¨®n espa?ola y no se consigui¨® ninguna de estas dos cosas. Es la diferencia entre una transici¨®n que empieza en la calle, echando al dictador, y una transici¨®n que arranca con la muerte del caudillo en la cama.
El franquismo era un r¨¦gimen agotado, pero no derrotado. En la Transici¨®n se acept¨® la monarqu¨ªa que Franco hab¨ªa restaurado. La encuesta que publicaba este peri¨®dico el pasado jueves -aniversario de la Rep¨²blica- confirmaba la aceptaci¨®n del r¨¦gimen mon¨¢rquico pero sin grandes entusiasmos. Es la impresi¨®n generalizada: la monarqu¨ªa se acepta por razones pr¨¢cticas, pero el d¨ªa en que se entienda que ya no es ¨²til ser¨¢ perfectamente prescindible. Sin embargo, da la sensaci¨®n de que la democracia espa?ola ha superado la treintena con muchas dudas sobre s¨ª misma.
La ra¨ªz del malestar es la sensaci¨®n de que la pol¨ªtica ha perdido la direcci¨®n del pa¨ªs. Algunos, entre ellos los protagonistas de la Transici¨®n, encuentran la explicaci¨®n en las personas: la clase pol¨ªtica ya no es lo que era, faltan liderazgos de peso. Es un argumento pobre, adem¨¢s de pat¨¦ticamente paternalista, que no ayuda a entender el descontento. El problema es que d¨ªa a d¨ªa se toma conciencia de la falta de autonom¨ªa pol¨ªtica de los gobernantes. El giro de mayo del presidente Zapatero fue en este sentido un momento ic¨®nico, en que qued¨® claro que el Gobierno espa?ol no ten¨ªa capacidad para realizar una pol¨ªtica propia -es decir, soberana- y estaba obligado a someterse a los designios del poder financiero y del poder europeo, simbolizado por la se?ora Merkel. El acto de sumisi¨®n de Rajoy a la canciller, la pasada semana: s¨ª, se?ora, har¨¦ como Zapatero y un poco m¨¢s (abr¨®chense los cinturones dos veces), confirma que la senda est¨¢ marcada. ?Es realmente sostenible una democracia, digna de este nombre, sin alternativas?
La ciudadan¨ªa se aleja y desconf¨ªa de la pol¨ªtica porque siente que no se ocupa de ella. No la ve como la defensa del inter¨¦s general que le protege de los abusos de los intereses privados. La percibe cada vez m¨¢s lejos, rodeada con una aureola de corrupci¨®n, que en muchos casos es injusta, pero que ha sido ya socialmente asumida como segunda naturaleza de la pol¨ªtica, hasta el punto de que ya apenas impacta sobre el voto de los ciudadanos.
La consagraci¨®n de la idea de que el ¨²nico l¨ªmite de la pol¨ªtica es la ley es terror¨ªfica. Porque quiere decir que los dirigentes pol¨ªticos son incapaces de marcarse ellos mismos los l¨ªmites de su conducta. Y de detenerse antes de entrar en contacto con los confines de la legalidad. La presencia de imputados en las listas electorales es doblemente desmoralizadora: porque demuestra que a los dirigentes pol¨ªticos les tiene sin cuidado la corrupci¨®n siempre y cuando no cueste votos; y porque confirma que la sociedad est¨¢ contaminada de indiferencia hasta el punto de no rechazar con su voto a los corruptos.
El desmoronamiento de los sistemas clientelares surgidos del Estado de las autonom¨ªas, esta peculiar forma de caciquismo posmoderno, en lugares como Andaluc¨ªa o la Comunidad Valenciana demuestra que la democracia espa?ola necesitar¨ªa una muy profunda revisi¨®n generalizada. Y coincide con una nueva crisis del sistema de articulaci¨®n del Estado espa?ol como consecuencia del fracaso del proceso del Estatuto catal¨¢n. El independentismo ha salido de la marginalidad en Catalu?a para ocupar un lugar central en el debate pol¨ªtico -y est¨¢ ah¨ª para quedarse- en el mismo momento en que el final del terrorismo abrir¨¢ una nueva etapa en el Pa¨ªs Vasco.
Todo ello en un marco de berlusconizaci¨®n de la sociedad espa?ola, con la consagraci¨®n legal de los privilegios de los m¨¢s poderosos, los bandazos de una justicia excesivamente politizada y la generalizaci¨®n de la cultura basura televisiva como medio de control social. Hay sensaci¨®n de rompimiento, de confusi¨®n de papeles, de la que es un buen ejemplo la decisi¨®n de una juez de Andaluc¨ªa de pedir todas las actas del Consejo de Gobierno de la Junta. ?Un juez pidiendo las actas de un Consejo de Ministros? ?Se ha visto esto en alg¨²n pa¨ªs? Mal asunto cuando se derrumban las fronteras entre poderes. Est¨¢ claro que la democracia espa?ola necesitar¨ªa un verdadero baldeo. Pero para ello la ciudadan¨ªa tiene que empujar y no resignarse.
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