Washington se interpuso entre Franco y el Rey
Kissinger prohibi¨® toda gesti¨®n para que el dictador cediera el poder a don Juan Carlos durante su larga agon¨ªa. Fragmento del nuevo libro de Charles Powell, basado en papeles desclasificados y testimonios
Evidentemente, el reformista m¨¢s importante de todos era el propio don Juan Carlos, gracias a cuya buena relaci¨®n con Stabler la Administraci¨®n de Ford pudo conocer de primera mano sus planes de futuro. A principios de septiembre de 1975, el pr¨ªncipe coment¨® al embajador
[de Estados Unidos en Espa?a, Wells Stabler] que, a pesar de haber visitado a Franco en Galicia durante el verano en varias ocasiones, no hab¨ªa podido averiguar si ten¨ªa intenci¨®n de cederle el poder en vida, aunque la publicidad oficial que se le estaba dando a sus actividades parec¨ªa revelar un deseo de continuidad. Don Juan Carlos se mostr¨® consternado por la detenci¨®n de varios oficiales acusados de pertenecer a la Uni¨®n Militar Democr¨¢tica (UMD) en julio (sobre todo la del comandante Julio Busquets, a quien conoc¨ªa personalmente), y tambi¨¦n comprensivo con las inquietudes profesionales que les animaban, si bien era evidente que algunos -como el comandante Luis Otero, a quien defini¨® como un simpatizante marxista muy influido por los acontecimientos en Portugal- ten¨ªan objetivos pol¨ªticos que iban mucho m¨¢s all¨¢ de la mera modernizaci¨®n de las Fuerzas Armadas.
Franco tild¨® a los m¨¦dicos de ignorantes cuando Arias le sugiri¨® que dejara su puesto tras dos infartos
El presidente de Estados Unidos no asisti¨® a la primera ceremonia del Rey, con gran disgusto de La Zarzuela
El presidente Ford procur¨® invertir en el futuro posfranquista sin distanciarse un ¨¢pice de la dictadura
Una misma persona, Rockefeller, represent¨® a EE UU tanto en el funeral de Franco como en la proclamaci¨®n del Rey
Impresionado por la aparente pujanza de la Uni¨®n Militar Democr¨¢tica (UMD) -a la que atribu¨ªa unos cuatrocientos simpatizantes-, el pr¨ªncipe coment¨® que si hasta entonces hab¨ªa pensado que contar¨ªa con el apoyo de los militares durante unos cuatro a?os, ahora empezaba a creer que, si no se produc¨ªa un cambio de r¨¦gimen pronto, ese plazo de tiempo podr¨ªa verse muy reducido. A don Juan Carlos tambi¨¦n le preocupaba el poder creciente de Sol¨ªs, que hab¨ªa sido nombrado ministro secretario general del Movimiento en junio de 1975, tras la muerte en accidente de carretera de Fernando Herrero Tejedor, a quien consideraba un enemigo declarado de la democratizaci¨®n del sistema. Mirando al futuro, el pr¨ªncipe le adelant¨® que su primer Gobierno tendr¨ªa que estar formado por hombres que no hubiesen sido ministros con Franco, para demostrar de inmediato su voluntad de cambio, si bien reconoc¨ªa que el ritmo del mismo no podr¨ªa ser demasiado impetuoso. Aunque Stabler no pudo arrancarle el nombre de su candidato preferido a la presidencia del Gobierno, s¨ª dedujo que en ning¨²n caso ser¨ªa un militar.
Stabler sigui¨® muy de cerca la agon¨ªa final del dictador, a quien vio por ¨²ltima vez en el acto celebrado el 12 de octubre de 1975 en el Instituto de Cultura Hisp¨¢nica, con ocasi¨®n de la Fiesta Nacional. Curiosamente, el deterioro de la salud de Franco dio lugar a un ins¨®lito acto de desobediencia en el seno de la propia Embajada estadounidense. El 21 de octubre, el embajador tuvo noticia de rumores cada vez m¨¢s insistentes sobre la muerte de Franco, pero tras consultar a varias fuentes seguras, pudo cerciorarse de que eran falsos. Poco despu¨¦s acudi¨® a verle el agregado de Defensa, reiter¨¢ndole la existencia de dichos rumores, que Stabler se apresur¨® a desmentir. Esa tarde, cuando el embajador telefone¨® personalmente al n¨²mero dos de Kissinger, Hartman, para comentarle la existencia de dichos rumores, para su asombro este le comunic¨® que acababan de recibir un mensaje en formato CRITIC, reservado para la transmisi¨®n de noticias especialmente urgentes, anunciando la muerte de Franco, que el Departamento de Estado hab¨ªa divulgado de inmediato. Incre¨ªblemente, el agregado hab¨ªa enviado el mensaje sin consultar a Stabler a pesar de haber comentado el asunto con ¨¦l, y de no haber sido porque ten¨ªa previsto jubilarse poco despu¨¦s, este le habr¨ªa cesado de inmediato. Curiosamente, el Departamento de Defensa se molest¨® mucho con el embajador por haberle obligado a telegrafiar a Washington asumiendo la responsabilidad por lo ocurrido. Al parecer, la actuaci¨®n del militar se debi¨® simplemente a su deseo de poder atribuirse la primicia de la noticia de la muerte de Franco ante sus superiores. Sin embargo, a los ojos de Stabler el incidente vino a confirmar lo absurdo que resultaba el hecho de no poder controlar las comunicaciones de los funcionarios no diplom¨¢ticos de la embajada, como los agregados militares o los adscritos a la estaci¨®n de la C?A.
Ansioso por conocer de primera mano el estado de salud de Franco, el 22 de octubre por la tarde Stabler se entrevist¨® en La Zarzuela con el pr¨ªncipe, que le inform¨® con su candor habitual que Franco hab¨ªa sufrido dos infartos en los ¨²ltimos cinco d¨ªas. Don Juan Carlos hab¨ªa coincidido con el marqu¨¦s de Villaverde en una cacer¨ªa tras el primer infarto y este le hab¨ªa comentado que estaba haciendo planes para abandonar Espa?a y escribir un libro sobre su suegro, cuyas ventas le proporcionar¨ªan los ingresos suficientes para jubilarse en el extranjero. Seg¨²n el pr¨ªncipe, la familia de Franco era partidaria de que se retirase y le entregase el poder cuanto antes, opini¨®n que tambi¨¦n compart¨ªan la mayor¨ªa de los ministros, as¨ª como algunos generales a los que hab¨ªa consultado.
Arias Navarro hab¨ªa visitado al jefe del Estado el d¨ªa anterior y para asombro de todos, este hab¨ªa insistido en recibirle vestido y en su despacho. El presidente hab¨ªa intentado convencerle de que abandonase su puesto, pero Franco le hab¨ªa contestado que los m¨¦dicos eran unos ignorantes y que no era necesario tomar ninguna medida excepcional. En vista de ello, el pr¨ªncipe pretend¨ªa que Stabler trasladase a Kissinger la conveniencia de informar a Arias Navarro de que Washington ver¨ªa con buenos ojos un traspaso de poderes inmediato. Don Juan Carlos ten¨ªa la sensaci¨®n de que su proclamaci¨®n ser¨ªa bien recibida por amplios sectores de la sociedad espa?ola, incluido el PSOE, cuyo secretario general le hab¨ªa hecho saber que su partido le otorgar¨ªa el beneficio de la duda, por lo que no exigir¨ªa un refer¨¦ndum sobre la Monarqu¨ªa. El pr¨ªncipe dec¨ªa ser consciente de la necesidad de tomar pronto medidas que demostrasen su af¨¢n liberalizador, e incluso coment¨® a Stabler que dudaba que Arias Navarro pudiese seguir al frente del Gobierno, aunque no quiso pronunciarse sobre su posible sustituto. Al despedirse, don Juan Carlos prometi¨® mantenerle informado y le anim¨® a telefonearle directamente si lo deseaba.
Fiel a su palabra, al d¨ªa siguiente el pr¨ªncipe pidi¨® a Areilza que se entrevistara con Stabler para informarle de los ¨²ltimos acontecimientos. Franco hab¨ªa sufrido un nuevo infarto esa misma ma?ana y por la tarde Villaverde hab¨ªa comentado a don Juan Carlos que el da?o que hab¨ªa sufrido era irreversible, y su muerte, inminente. En vista de ello, el m¨¦dico hab¨ªa pedido a su esposa, Carmen, que convenciese a su padre de que hab¨ªa llegado el momento de abandonar la jefatura del Estado. Tambi¨¦n ten¨ªan previsto acudir a El Pardo el presidente del Gobierno, el de las Cortes y los tres ministros militares, que le pedir¨ªan que firmase un documento a tal efecto. Si todo se desarrollaba como estaba previsto, don Juan Carlos podr¨ªa ser proclamado rey el 27 de octubre, dirigi¨¦ndose al pa¨ªs por televisi¨®n al d¨ªa siguiente. Seg¨²n el escenario descrito por Areilza, que luego no se cumpli¨®, el monarca aceptar¨ªa la dimisi¨®n de Arias y nombrar¨ªa un Gobierno completamente nuevo, que incluir¨ªa a representantes de la oposici¨®n moderada. El nuevo presidente no ser¨ªa ni un militar ni un dirigente de una asociaci¨®n pol¨ªtica y Motrico
[alusi¨®n al t¨ªtulo nobiliario de Areilza] dio a entender a Stabler que su candidatura era una de las que barajaba don Juan Carlos.
Kissinger tuvo noticia de los rumores sobre la posible muerte de Franco volando de camino a Pek¨ªn. El 21 de octubre de 1975, el secretario de Estado se entrevist¨® con Deng Xiaoping, a quien coment¨® en tono jocoso que no era probable que el dictador espa?ol cediese el poder a don Juan Carlos porque "a la se?ora Franco le gusta demasiado el palacio como para abandonarlo". Dada la gerontocracia propia del r¨¦gimen comunista chino y el apego al poder de sus m¨¢ximos dirigentes, la observaci¨®n del norteamericano -y la hilaridad con que fue recibida por su interlocutor- resulta cuando menos chocante.
A Kissinger le sorprendi¨® que su segundo, Hartman, le telegrafiase poco despu¨¦s en apoyo de la tesis de Stabler, seg¨²n el cual la Administraci¨®n deb¨ªa responder favorablemente a la petici¨®n de ayuda de don Juan Carlos e informar a Arias Navarro de que apoyaba un inmediato traspaso de poderes. Hartman procur¨® convencerle con el argumento de que, de esta forma, la opini¨®n p¨²blica espa?ola identificar¨ªa a Estados Unidos con los cambios deseados por quienes pronto gobernar¨ªan el pa¨ªs, aunque reconoci¨® que correr¨ªan el riesgo de ser acusados de inmiscuirse en un asunto interno excepcionalmente delicado. A Kissinger no debi¨® agradarle la posibilidad de ser acusado de pretender derrocar a Franco y al d¨ªa siguiente su segundo recibi¨® un lac¨®nico cable desde Tokio, seg¨²n el cual "el secretario no autoriza -repito, no autoriza- a Stabler a hacer una aproximaci¨®n a Arias en estos momentos".
Franco sufri¨® un nuevo episodio cardiaco el 24 de octubre, del que Stabler tuvo conocimiento puntual por boca de Sol¨ªs, el ministro secretario general del Movimiento, que se mostr¨® convencido de que el jefe del Estado se dispon¨ªa a abandonar el poder. Esa misma tarde, Areilza le inform¨® de que don Juan Carlos hab¨ªa visitado a Franco por la ma?ana, llegando a la conclusi¨®n de que su vida "se estaba apagando". El pr¨ªncipe hab¨ªa abandonado definitivamente la idea de declararle incapaz, ya que el procedimiento previsto para ello era muy complejo y pod¨ªa suscitar el rechazo de los franquistas m¨¢s ortodoxos. Al d¨ªa siguiente, La Zarzuela inform¨® a Stabler de que el estado de Franco hab¨ªa empeorado repentinamente y que se estaba "hundiendo r¨¢pidamente". El 27 de octubre, Areilza le visit¨® de nuevo en nombre de don Juan Carlos, para explicarle el desarrollo de los acontecimientos que se producir¨ªan tras la muerte de Franco.
El pr¨ªncipe daba por hecho que los Gobiernos europeos no enviar¨ªan delegaciones de fuste al funeral, pero confiaba que en su proclamaci¨®n las democracias occidentales estar¨ªan representadas al m¨¢s alto nivel. Seg¨²n Motrico, don Juan Carlos ten¨ªa intenci¨®n de nombrar a un civil como presidente de su primer Gobierno y a un militar como vicepresidente, con autoridad sobre los representantes de las tres armas, como paso previo al nombramiento de un ministro de Defensa. El pr¨ªncipe hab¨ªa recibido recientemente a los tres ministros militares y al director de la Guardia Civil, el general ?ngel Campano, que le hab¨ªan reiterado su lealtad. Areilza tambi¨¦n le explic¨® que don Juan Carlos hab¨ªa enviado un emisario a Lausanne para evitar que don Juan cuestionara su legitimidad al producirse su proclamaci¨®n; por su parte, el conde de Barcelona hab¨ªa manifestado su apoyo personal y moral, aunque se abstendr¨ªa de bendecirle p¨²blicamente hasta que no diese pasos concretos de signo democratizador. (...)
El debate que se hab¨ªa producido en Washington sobre qui¨¦n deb¨ªa representar a Estados Unidos en el funeral de Franco y en la proclamaci¨®n de don Juan Carlos pocos d¨ªas despu¨¦s dice mucho de los dilemas de la Administraci¨®n en relaci¨®n con Espa?a. Como ya vimos, cuando el embajador Rivero suscit¨® este asunto por vez primera en el verano de 1974, recomend¨® que fuese el propio Nixon quien asistiera a ambas ceremonias, lo cual fue considerado excesivo por el Departamento de Estado. Un a?o despu¨¦s, los diplom¨¢ticos sugirieron que la delegaci¨®n norteamericana fuese presidida por un miembro del Gobierno, pero Ford prefiri¨® que lo hiciese el vicepresidente Rockefeller. A principios de noviembre, aprovechando la misi¨®n que don Juan Carlos le hab¨ªa encomendado en Washington en relaci¨®n con la crisis del S¨¢hara, Prado y Col¨®n de Carvajal logr¨® que Kissinger convenciese a Ford de que asistiera al tedeum que har¨ªa las veces de ceremonia de coronaci¨®n, a condici¨®n de que coincidiese con un viaje que ten¨ªa previsto realizar a Europa a mediados de mes. (...) Sin embargo, al prolongarse la agon¨ªa de Franco varios d¨ªas m¨¢s all¨¢ de la estancia de Ford en Europa, con gran disgusto de La Zarzuela, al final el viaje tuvo que suspenderse. Ello supuso que, a diferencia de las grandes democracias europeas, la Administraci¨®n norteamericana estuvo representada por la misma persona en el funeral de Franco el 23 de noviembre y en el tedeum celebrado en la iglesia de los Jer¨®nimos que marc¨® la proclamaci¨®n del rey cuatro d¨ªas despu¨¦s; as¨ª pues, Rockefeller se vio en compa?¨ªa de Imelda Marcos y Augusto Pinochet en el primero y del duque de Edimburgo y los presidentes de Francia y Alemania en el segundo. (...) En suma, hasta el ¨²ltimo momento la Administraci¨®n de Ford procur¨® invertir en el futuro posfranquista sin distanciarse un ¨¢pice de la dictadura, una pol¨ªtica cuya sutileza probablemente no fue apreciada por la opini¨®n p¨²blica espa?ola.
Stabler quiz¨¢s se estaba enga?ando a s¨ª mismo al escribir a sus superiores que "el hecho de estar en contacto con todos los grupos no extremistas, tanto del establishment como de la oposici¨®n, no ha pasado desapercibido en Madrid".
De haber sido informado, seguramente no le habr¨ªa agradado saber que Kissinger hab¨ªa aconsejado a principios de noviembre -a trav¨¦s de Prado y Col¨®n de Carvajal- que excluyese del futuro juego pol¨ªtico no solo a los comunistas, sino tambi¨¦n a los socialistas y que procurase "no avanzar m¨¢s all¨¢ del centro". Al parecer, Ford hab¨ªa hecho suya esta postura y unos d¨ªas despu¨¦s aprovech¨® su encuentro con el primer ministro luxemburgu¨¦s, Thorn, para comentarle que el futuro rey "sin duda tendr¨¢ que desplazarse hacia el centro, pero esperamos que no lo haga con tanta rapidez que desestabilice toda la situaci¨®n".
El amigo americano, de Charles Powell. Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores. Precio: 24 euros.
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