Terminal de salidas
Parte de la liberaci¨®n que proporcionan los viajes consiste en desprenderse de lo querido
En una escena de la deplorable pel¨ªcula Come, reza, ama, Julia Roberts apila todas sus posesiones en un contenedor alquilado. Al comprobar la holgura de sus pertenencias reunidas en cuatro metros c¨²bicos exclama: "Toda mi vida cabe en tan poco espacio...".
-No sabe usted las veces que escucho esa frase -responde el alquilador de contenedores.
?Cu¨¢nto de lo que nos rodea es imprescindible? ?Por qu¨¦ nos cuesta tanto desprendernos de la ropa, los muebles, las casas que nos cobijaron durante a?os? ?Qu¨¦ clase de amor no correspondido nos atenaza? A la dram¨¢tica pregunta de qu¨¦ nos llevar¨ªamos a una isla desierta respondemos con m¨¢s o menos nitidez cuando hacemos la maleta para irnos, por ejemplo, de Semana Santa. El contenido del equipaje nos delata, nos pone a prueba, nos enfrenta a nuestras verdaderas necesidades y, la vez, a la versi¨®n evasiva de nosotros mismos que pretendemos representar en vacaciones.
Esta pasada semana de asueto nos ha varado a muchos madrile?os a la orilla de una cinta de equipaje en Barajas. All¨ª hemos esperado ansiosos a nuestra maleta como a una mascota querida, reconocida entre los bultos extra?os del resto de los viajeros, nuestra bolsa sonri¨¦ndonos tumbada en la alfombra de goma, tan diferente, tan familiar, como un hijo entre el resto de los nidos de maternidad.
No solo habla de nosotros el contenido de nuestro equipaje, sino la propia maleta. All¨ª, en el aeropuerto, intentamos deducir la personalidad de nuestros compa?eros de vuelo contemplando el tipo de atillo que pescan en la cinta. La valija reluciente, el bols¨®n de cuero, esas maletas precintadas como cad¨¢veres de mafiosos... los cofres vapuleados por los viajes, por los a?os, todav¨ªa ¨²tiles gracias a remaches de cinta americana, a potentes cinchas de goma. Nuestro mundo parece tan irreemplazable cuando cae rodando junto a otros planetas por la bocana de un circuito de equipajes...
Por Barajas, el und¨¦cimo aeropuerto a nivel mundial y el cuarto de Europa, circulan 55.000 pasajeros al d¨ªa. Es decir, un fabuloso enjambre de maletas desliz¨¢ndose al ritmo de los 15.000 motores el¨¦ctricos que propulsan los circuitos infinitos de las terminales y los cinturones que unen los edificios. A pesar del sofisticado sistema de control, a veces se pierden las maletas. Se extrav¨ªa esa representaci¨®n de nosotros mismos en forma de prendas dobladas si estamos en un aeropuerto desconocido o de inmensa bola de ropa sucia si la maleta desaparece en Barajas.
Sin equipaje nos sentiremos perdidos, especialmente en el extranjero. Sin embargo, parte de la liberaci¨®n de los viajes consiste en desprenderse de lo querido. No solo nos desahoga dejar Madrid porque abandonamos sus atascos, su aire envilecido, su ruido y su frenetismo. No solo nos sentimos vivos al desasirnos del trabajo, de la rutina, de los compromisos. Sino al dejar atr¨¢s aquello que realmente nos define: nuestra cama, nuestro sof¨¢, el coche, la mayor parte del vestuario, quiz¨¢ incluso a los hijos y hasta a la pareja. No significa que deseemos vivir sin lo amado, sino que resulta placentero amarrar temporalmente el arca de nuestra existencia. Nadar sin lastres por otros escenarios, sin espejos ni pasaporte, para descubrir que lo imprescindible en nuestra vida somos ¨²nicamente nosotros mismos.
En los aeropuertos, en esas catedrales sin personalidad, as¨¦pticas y desalmadas, en los templos de los cosm¨¦ticos duty free y los bocadillos de pan duro, tambi¨¦n podr¨ªamos hacer un ejercicio liberalizador de las identidades.
Para jugar a calzarnos otra vida, a transmutar nuestra personalidad, bastar¨ªa con coger al azar cualquiera de las maletas que flotan en la cinta y llev¨¢rnosla a casa. Comenzar a vestir esa nueva ropa, a leer ese libro por la p¨¢gina con la esquina doblada, a aplicarnos esas cremas hidratantes y esa colonia, a ponernos ese antifaz para so?ar. Y as¨ª quiz¨¢ comprender¨ªamos que aquello que nos defin¨ªa, que consider¨¢bamos irreemplazable, no lo es tanto; o es un tesoro, en realidad, parecido al de cualquiera.
Un d¨ªa nos podr¨ªan dar la llave equivocada del contenedor de nuestra vida y seguir¨ªamos adelante. Podr¨ªamos incluso perder nuestra propia consigna y no pasar¨ªa nada. Mientras sigamos contando con nosotros mismos, la vida es una terminal de salidas.
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