M¨¢s que una fuga
La gran evasi¨®n talib¨¢n de Kandahar refleja la descomposici¨®n del andamiaje oficial afgano
La fuga de casi 500 militantes talibanes y terroristas convictos de la prisi¨®n de Kandahar, segunda ciudad afgana, es mucho m¨¢s que un guion hollywoodense escenificado en un pa¨ªs donde est¨¢ fracasando la estrategia de EE UU y la OTAN. La magnitud de la evasi¨®n, el perfil de los huidos, el hecho de que un largu¨ªsimo t¨²nel fuera excavado durante meses, desde el exterior, en una zona plagada de tropas locales y estadounidenses, pone de relieve la absoluta fragilidad del andamiaje afgano y la manifiesta incapacidad de Kabul para hacerse cargo de la seguridad, a partir de julio, en varias provincias afganas.
Resulta obvio que la gran evasi¨®n y su ingenier¨ªa asociada ha requerido de muchas complicidades, civiles y uniformadas. Las mismas que permiten el rosario de asesinatos de soldados de la OTAN en sus propios cuarteles por talibanes infiltrados en la polic¨ªa y el Ej¨¦rcito o terroristas disfrazados. Ayer mismo, un atentado de estas caracter¨ªsticas cost¨® la vida a nueve militares estadounidenses.
La realidad en Afganist¨¢n pulveriza los esfuerzos de la OTAN para intentar convencer a la opini¨®n occidental de que las cosas mejoran. El masivo despliegue aliado, cuya retirada escalonada comienza en verano, no impide que la guerra sea m¨¢s cruda que nunca en el pa¨ªs centroasi¨¢tico, 10 a?os despu¨¦s de su invasi¨®n. Los afganos no conf¨ªan en sus salvadores, y el abismo cultural entre ambos mundos crece impulsado por la sangre y el absoluto descr¨¦dito del corrompido gobierno del presidente Karzai, criatura de Washington. Los ros¨¢ceos informes del general David Petraeus se disuelven ante el hecho de que el hasta hoy jefe supremo sobre el terreno -la gran esperanza de Obama para enderezar la situaci¨®n- no haya durado ni un a?o en su puesto y se vaya a dirigir la CIA.
Para salir de la ci¨¦naga, Obama puso fecha, 2014, a la salida de su ¨²ltimo soldado. Pakist¨¢n se mueve ya abiertamente, desilusionado de su alianza con Washington y con muchas cartas para decidir el futuro de Afganist¨¢n, por su hist¨®rico apoyo a la insurgencia y su instrumentalizaci¨®n a trav¨¦s de sus militares. El hecho de que el primer ministro Gilani acabe de sugerir a Karzai en Kabul echarse en brazos de Islamabad ilustra los preparativos regionales para situar las piezas en el tablero ante lo que se considera el principio del fin de una guerra de la que, en contra del guion inicial, Washington y sus aliados no emerger¨¢n victoriosos.
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