Desde la soledad y la utop¨ªa
Sobre h¨¦roes y tumbas"No dejes de escribir, no dejes de escribir nunca. Es lo ¨²nico que merece la pena".
Era la recomendaci¨®n, no s¨¦ si el ruego, que siempre me hac¨ªa, y es tambi¨¦n la deuda impagada que guardo con ¨¦l. Nos ve¨ªamos a destiempo, en Buenos Aires, en Madrid, en Rosario, y nunca le falt¨® la palabra de aliento, la solidaridad del amigo. En los ¨²ltimos a?os apenas allegaba fuerzas para andar, hab¨ªa perdido la vista casi por completo ("ya no puedo ni escribir ni pintar, solo dictarle a Elvira"), pero manten¨ªa una colosal lucidez en medio del t¨²nel de la vida, ese lugar oscuro y solitario sobre el que versa pr¨¢cticamente toda su obra. De una timidez casi sin l¨ªmites, su generosidad con los j¨®venes, su preocupaci¨®n por el otro, su humildad casi metaf¨ªsica, no lograban ocultar una coqueter¨ªa discreta y entra?able, orlada de pa?uelos de colores. Hablaba pausado, socarr¨®n a veces, y se lamentaba de los achaques que padec¨ªa mientras apoyaba su figura enteca en mi brazo de improvisado lazarillo.
La leyenda y los malos lectores le han conferido muchas veces la condici¨®n de escritor del desamparo o la desesperanza. Pero para m¨ª siempre ha sido el de la utop¨ªa. Sus desenga?os pol¨ªticos, su sartriana angustia existencial, no le apartaron nunca de la fe en el hombre. Era desde luego el escritor de la soledad, porque ¨¦l bien sab¨ªa que "cualquier gran obra literaria nace de una soledad desgarradora y aguarda una soledad similar que la reciba". De su primera vocaci¨®n de cient¨ªfico at¨®mico le quedaron, quiz¨¢s sin que lo percibiera del todo, la b¨²squeda del rigor en cuanto hizo y una pasi¨®n por la destrucci¨®n creativa.
De modo que parec¨ªa esperar la muerte como un acto natural de la existencia, pero tambi¨¦n como un regreso a nuestra propia historia personal. Hace casi dos d¨¦cadas, en 1992, me escribi¨® en su dedicatoria de un ejemplar de Sobre h¨¦roes y tumbas, publicado con motivo de su ochenta aniversario: "Para Juan Luis, esta edici¨®n totalmente corregida y cuasi p¨®stuma...". Tuve ocasi¨®n m¨¢s tarde de recordarle lo desatinado de aquella ¨²ltima observaci¨®n. Muchos a?os m¨¢s tarde, en el ocaso del siglo XX, public¨® Antes del fin, un testamento vital m¨¢s que unas memorias ("... escribo esto para los que, como yo, se acercan a la muerte, y se preguntan por qu¨¦ y para qu¨¦ hemos vivido y aguantado..."). Y no dej¨® de escribir despu¨¦s, pese a las dificultades de tener que hacerlo al dictado.
Ante esa pregunta visceral y esc¨¦ptica, con resonancias existencialistas, que le llevaba a interrogarse para qu¨¦ estamos aqu¨ª, en donde quiz¨¢ hayamos sido simplemente arrojados como Sartre y Camus se maliciaban, nosotros sabemos que Ernesto Sabato, desde su rabiosa soledad interior, vivi¨® para ayudar a los dem¨¢s. E hizo que el mundo fuera mejor gracias a su literatura.
- "Un s¨¢bado de mayo de 1953 un muchacho alto y encorvado se sent¨® en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneci¨® sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos".
ORACI?N FINAL
Queridos amigos
Hace pocas horas muri¨® mi padre.
S¨¦ que todos ustedes comparten la tristeza que sentimos en la familia. Porque mi padre no nos pertenec¨ªa solo a nosotros.
Con orgullo, con alegr¨ªa, sabemos que lo compartimos con mucha gente, que lo quiso y lo necesit¨® tanto como nosotros.
Desde las cinco de la tarde, lo vamos a despedir como ¨¦l lo dese¨®. En el club de su barrio, Defensores de Santos Lugares.
"Cuando me muera, quiero que me velen ac¨¢, para que la gente del barrio pueda acompa?arme en este viaje final... Y quiero que me recuerden como un vecino, a veces cascarrabias, pero en el fondo un buen tipo... Es a todo lo que aspiro".
Mario Sabato (hijo de Ernesto Sabato)
Babelia
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