El escritor y su conducta
Ha vivido casi cien a?os. Su muerte no es una sorpresa. Pero s¨ª una desgracia. No despedimos s¨®lo al autor de algunas novelas memorables. Despedimos tambi¨¦n a un creador de conciencia. En este instante es justo y quiz¨¢ obligatorio que recordemos que todos los grandes escritores llamaron a la puerta de la conciencia de sus contempor¨¢neos urgidos por la indignaci¨®n y la piedad. Desde los griegos m¨¢s remotos y permanentes hasta quien ahora mismo se conmueve en su muerte ante nuestra orfandad, todos esos maestros sin cuyos cuencos de conducta no ser¨ªamos ni siquiera aprendices en la asignatura de la expresi¨®n y de la dignidad, no trabajaron para ser inmortales, ni siquiera famosos, ni siquiera aplaudidos: vivieron y sufrieron para que sus contempor¨¢neos les oyesen decir a gritos que la vida es sagrada, que la injustita es una errata abominable, que la mentira es una afrenta, y que usar las palabras para manipular a las conciencias es un delito que no tiene perd¨®n.
Ernesto Sabato comenz¨® siendo un gran disc¨ªpulo de los creadores de la rectitud, la indignaci¨®n y la misericordia y enseguida alcanz¨® a ser, con todos ellos, esa mirada de coraje y decencia que nos vigila, nos acompa?a y nos muestra el camino del oficio de hablar. Hablar es un don, pero puede ser una estafa, escribir es un compromiso, y tambi¨¦n puede ser un fraude. Sabato siempre supo que el don de las palabras hay que pagarlo con la pesadumbre de sabernos finitos, con la piedad que nos aguarda en los sufrimientos colectivos y con la c¨®lera civil. Ser disc¨ªpulos de Ernesto Sabato fue un privilegio, pero un privilegio angustioso: con la mano sobre sus libros ya no pod¨ªamos consentirnos mentir ni transigir, ni ser cobardes. Ser aprendices de su tumulto de conducta, ?qu¨¦ nos pod¨ªa costar? Ese temor fue su lecci¨®n m¨¢s honda. Ahora, al ladito de su cad¨¢ver, nuestra memoria dibuja su retrato: recordemos qui¨¦n era. Fue un hombre que no desconoci¨® el infortunio de ser odiado y calumniado. No s¨®lo a causa de la envidia que sus grandes novelas y sus meditaciones morales y tenaces provocaron en gentes abrazadas a su propia disminuci¨®n, sino tambi¨¦n y sobre todo porque la claridad de su coraje y el coraje de su transparencia moral era un espejo en el que todo escritor contemplaba su propio rostro... Me apena hablar de esto, y me da asco. S¨®lo unas palabras m¨¢s para despedirlo en el d¨ªa de su muerte: si alguna vez, en un instante oscuro y deshonesto, olvidamos que el escritor Ernesto Sabato no retrocedi¨® nunca en su tarea de contribuir a la construcci¨®n de la libertad americana, ni siquiera cuando a causa de esa tarea era amenazado de muerte, si alg¨²n d¨ªa ese olvido nos emborrona la memoria, que se nos seque la lengua, que las palabras huyan de nosotros, que todos los maestros de la conciencia de la historia de la literatura se nos vuelvan de espaldas y se alejen llorando de verg¨¹enza.
- "Cuando la angustia de los hombres de mi patria hace insoportables las horas, vuelvo a aquel gran pa¨ªs de mi juventud busco un hilo que pudiera hacer comprensible tanto dolor". Espa?a en los diarios de mi vejez
Babelia
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