Aquel hombre
Se sabe del anhelo de muchos actores y actrices por cambiar continuamente de registros, por disfrazarse adoptando las pieles y el esp¨ªritu de personajes muy variados, por que nadie reconozca sus personalidad de una pel¨ªcula a otra. Existen aut¨¦nticos virtuosos en ese arte camale¨®nico. Como en el tr¨¢gico poema de Borges podr¨ªan autodefinirse como: "Yo, que tantos hombres he sido". Existen otros, carne de M¨¦todo y escuelas de interpretaci¨®n, geniales, correctos, manieristas o insoportables, que siempre se las ingenian en cualquier tipo de papel para que reconozcamos su ancestral gestualidad, su intensidad emocional, sus magn¨¦ticos tics. Y est¨¢n los gen¨¦ticamente naturales, gente que no necesita hacer nada especial ni montar numeritos para que siempre te los creas, atractivos hasta de espaldas o en cuarto plano. Son los que m¨¢s me gustan. Siempre son ellos, la c¨¢mara les adora, transmiten lo que les da la gana haciendo lo m¨ªnimo, su careto, su presencia, su ritmo y sus movimientos te fascinan. Se?ores como Cary Grant, John Wayne, Henry Fonda, Robert Mitchum, James Stewart o alguien irremplazable que abandon¨® este mundo un 13 de mayo de hace 50 a?os y que se llamaba Frank James Cooper, alias Gary Cooper.
Me cuentan que han reeditado en Espa?a una biograf¨ªa de Gary Cooper. No la voy a leer. Por si acaso. Es imposible que se me derrumbe el mito, ese fulano al que me encanta ver y o¨ªr en la pantalla, ese hombre extraordinariamente guapo y elegante que parec¨ªa hecho de una pieza, ese s¨ªmbolo de temple y dignidad, alguien que asum¨ªa sin alborotos y cuando no hab¨ªa m¨¢s remedio la sagrada tarea del h¨¦roe.
No quiero que me cuenten chismes de este hombre, aunque probablemente muchos responden a la verdad. Afirman que las neuronas de su cerebro eran muy limitadas, que tuvo un comportamiento asqueroso durante la caza de brujas se?alando con su poderoso dedo a los contaminantes rojeras de Hollywood, que la personalidad del proteico semental fue pulida ante el descubrimiento de una joya en bruto por se?oras mayores que ¨¦l, sofisticadas y sabias, cuentan que eran un ferviente cat¨®lico y que jam¨¢s se divorci¨® de su piadosa esposa aunque viviera infinitos ligues r¨¢pidos y numerosos torrentes de pasi¨®n con mujeres dotadas de inteligencia y caracter, como la espl¨¦ndida Patricia Neal.
Fascinante, legendario
Todo lo que pudiera ser en la vida cotidiana el se?or Cooper deja de tener importancia cuando se coloca delante de la c¨¢mara. Ah¨ª todo se convierte en fascinante y legendario. No solo represent¨® mejor que nadie la aventura y la ¨¦pica, no solo fue el gran hombre del Oeste (l¨¢stima que su camino y el de John Ford no se encontraran nunca), sino que tambi¨¦n se mov¨ªa con gracia y encanto en la comedia.
Fue dirigido en ella por los m¨¢s grandes, por Lubitsch, Hawks, Wilder y Capra. Al ¨²ltimo se le puede acusar de manipulador y sensiblero, pero conoc¨ªa inmejorable su negocio, despertar emociones, sonrisas y l¨¢grimas al gusto de un p¨²blico masivo. Y era imposible no sentir como algo tuyo las dichas y desdichas del protagonista de Juan Nadie y El secreto de vivir. Aunque el Cooper que m¨¢s amo haciendo el payaso es el de Bola de fuego, esa especie ¨¢cida y pintoresca de Blancanieves y los siete enanitos, a ese sabio enciclop¨¦dico que no sabe nada del mundo y sus maldades descubriendo conmovedoramente que se ha enamorado de la vividora. Y en plan dram¨¢tico, c¨®mo no, al sherif Kane, el semblante angustiado (el c¨¢ncer ya hab¨ªa comenzado su ataque) y los andares pesarosos del hombre que se sabe solo ante el peligro. Cooper es el padre (tambi¨¦n el Atticus Finch de Matar un ruise?or), el colega, el compa?ero que muchos hubi¨¦ramos querido tener. Es la nobleza y la determinaci¨®n, la est¨¦tica y la ¨¦tica, la credibilidad y la humanidad. Jam¨¢s te lo hubieras cre¨ªdo como villano. Es el cine con mayusculas. Y por supuesto, el modelo empieza y acaba con ¨¦l. No puede tener herederos, por mucho que se empe?ara Harrison Ford.
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