Se acab¨® lo que se daba
Hasta la vista, ahora que tendr¨¦ que volver a piratear", "nada es gratis, ?madura!", "chicos, la cuenta premium son diez euros, menos que un CD, ?dejad de quejaros!". La web de Spotify bulle con comentarios de este tipo. La raz¨®n: la modalidad gratuita de la plataforma digital ha pasado a la historia tal y como la conoc¨ªamos. La cuenta free permit¨ªa conectarse durante 20 horas al mes y disfrutar del cat¨¢logo con interrupciones publicitarias. Pero el domingo pasado las restricciones se recrudecieron. Diez horas de escucha mensuales y un m¨¢ximo de cinco reproducciones por tema. Un semiadi¨®s a las listas de reproducci¨®n. Eso s¨ª, los usuarios nuevos y aquellos registrados antes del 30 de noviembre podr¨¢n usar el servicio tal y como lo conocemos durante seis meses. Ante el resto de frees, el dilema: ?pago?, ?sigo siendo free? o ?cometo suicidio digital?
Con sus ingresos, no pudo compensar el pago de 30 millones de euros a los sellos
Cuando naci¨® Spotify en 2008 cambi¨® la forma en la que se consum¨ªa m¨²sica. Sus fundadores, Daniel Ek y Martin Lorentzon, inauguraron la era del consumo sin posesi¨®n. Ya no se trataba de descargar canciones con programas P2P tipo Napster, ni siquiera de comprar en tiendas digitales como iTunes (que demostr¨® la viabilidad econ¨®mica de Internet a un sector herido). Spotify propugnaba el acceso, no la propiedad. Su invento permit¨ªa reproducir legalmente miles de canciones en streaming. El d¨²o consigui¨® lo improbable: arrancar el s¨ª quiero a los sellos, que les cedieron sus cat¨¢logos. Gesta que alcanzaron en siete pa¨ªses europeos (entre ellos, Espa?a). EE UU, el mayor mercado de m¨²sica de pago del mundo, se les resisti¨®.
La compa?¨ªa lleva a?os tratando de introducirse en ese pa¨ªs. Pero siempre tropieza con la misma piedra: las discogr¨¢ficas. "Estamos definiendo el servicio, habr¨¢ cuentas de pago y gratuitas. A¨²n no hay fecha de lanzamiento. Estamos tardando porque queremos lanzar el mejor servicio posible. El lanzamiento en Europa se prepar¨® durante 18 meses", recuerda Sofie Grant, portavoz de Spotify en Europa. Grant rechaza comentar una posible alianza con Google (el buscador tambi¨¦n tiene problemas para lanzar Google Music en EE UU). Sobre las supuestas trabas que los sellos ponen al acceso, ni mu.
Es l¨®gico que los sellos -esa mano que mece la cuna- no quieran a Spotify en EE UU. Cerca del 70% de las descargas digitales son a trav¨¦s de iTunes (datos de la Federaci¨®n Internacional de Productores Fonogr¨¢ficos, IFPI), lo que genera m¨¢s beneficios que Spotify. La plataforma sueca podr¨ªa zamp¨¢rselos. "Las disqueras tienen a Spotify atada de pies y manos. Ellas determinan el modelo de negocio. Recordemos que iTunes se pleg¨® en su momento a sus deseos. Spotify necesita entrar en EE UU y se bajar¨¢ los pantalones si es necesario", sentencia Andr¨¦s Valdivia, profesor de marketing digital en la Escuela de Administraci¨®n y Econom¨ªa de la Universidad Cat¨®lica de Chile.
Es posible que ya lo haya hecho. En los albores del servicio, el presidente de Universal afirm¨® que cuatro escuchas sobran para saber si se va a comprar un disco. Spotify establece ahora el l¨ªmite en cinco. ?Coincidencia? El sue?o de una plataforma sin restricciones (en sus inicios no exist¨ªan l¨ªmites, ni siquiera de 20 horas) se resquebraja. No solo por EE UU.
Los ingresos de Spotify dependen de los anuncios y las cuentas de pago (la modalidad Unlimited, de 4,99 euros al mes, permite escuchar m¨²sica sin anuncios; la Premium, de 9,99, ofrece mejor calidad de sonido y acceso mediante m¨®vil). Un modelo de negocio que no termina de cuajar. La raz¨®n, seg¨²n la consultora Music Ally, es sencilla. La publicidad no da ni para pipas. Spotify necesita m¨¢s clientes de pago.
Y aqu¨ª reaparecen los sellos. La plataforma sueca consigui¨® sus cat¨¢lagos a cambio de royalties. Por cada tema reproducido paga a Universal, Emi, Sony... "Suele bastar un 10% de usuarios de pago para que el modelo freemium sea sostenible. Incluso con menos, como en el caso de Flickr, donde el coste de almacenamiento y ancho de banda era m¨¢s caro cuando naci¨®, lo que ha permitido bajar el precio de la suscripci¨®n. Pero Spotify es distinto: las licencias que paga a los sellos se mantienen o aumentan. Y estos son parte del accionariado de Spotify y quieren cobrar una suma similar a la de la era del soporte f¨ªsico", explica Enrique Dans, profesor en la IE Business School. Es sabido que los sellos son accionistas de la compa?¨ªa. "No damos datos de ese tipo", aduce Grant.
Existen m¨¢s de seis millones y medio de spotifiers en Europa. Un 15% (un mill¨®n) paga por el servicio, insuficiente en el negocio digital de la m¨²sica.
M¨¢s datos sobre su posible tropiezo econ¨®mico. Spotify fue deficitaria en los primeros ocho meses de 2010, seg¨²n la consultora Music Ally. No pudo compensar el pago de 30 millones de euros a los sellos con sus ingresos. Grant ni lo reconoce ni lo desmiente: "Generamos dinero para los sellos. En 2010 les pagamos 45 millones de euros, lo que se tradujo en dinero para los artistas [Spotify no da datos, se maneja que el artista cobra 0,00029 euros por reproducci¨®n]. Seg¨²n [la revista] Billboard, en 2010, en los pa¨ªses con Spotify los ingresos digitales crecieron en un 43%. En los territorios sin Spotify, lo hicieron en un 9,3%". Est¨¢ claro. La empresa aprovecha cada ocasi¨®n para lanzar un mensaje a los sellos: 'Se?ores, somos negocio".
"El freemium no es el santo grial, pero funciona. Permite fichar miles de usuarios r¨¢pidamente y experimentar con el modelo de negocio. Por cada usuario nuevo, m¨¢s aprende el sistema. Para engancharse, el internauta debe probar gratis algo atractivo", opina Valdivia. ?Diez horas de escucha al mes y cinco reproducciones por tema es algo atractivo? Pronto lo sabremos.
?Y si Spotify cae?
Si la sueca pincha, otra plataforma le suceder¨¢. Estos son los candidatos a reyes de la m¨²sica 'online'.
Grooveshark.com. La revista Time la incluy¨® entre las mejores 50 webs del mundo el a?o pasado. Sus virtudes: un cat¨¢logo de seis millones de temas en los que hay mucho indie y cientos de discos descatalogados. Su secreto: los usuarios suben su colecci¨®n. No obstante, los sellos advierten de que viola los derechos de autor. Tanto Google (Android) como Apple (iPhone) lo han retirado de sus tiendas para m¨®viles.
Google Music. All¨ª donde hay negocio, est¨¢ Google. A la californiana no se le escapa ni una. Aunque a veces le salga el tiro por la culata (Google Video). Ahora se la juega en el terreno musical. De hecho, se especula sobre que podr¨ªa unirse a Spotify para entrar en EE UU y lanzar conjuntamente una plataforma en streaming. Sofie Grant, portavoz de Spotify en Europa, rechaza comentar estos rumores.
Cloud Drive y Cloud Player. Amazon se ha apuntado un tanto a su favor. A finales de marzo lanz¨® en Estados Unidos dos nuevos servicios: Cloud Drive (para subir canciones gratis: los usuarios disponen de cinco gigabytes de espacio de almacenamiento; cada gigabyte adicional cuesta un d¨®lar por a?o) y Cloud Player (para reproducirlas). La tienda digital no cuenta a¨²n con el respaldo de las discogr¨¢ficas.
iTunes en la nube. En vez de almacenar, reproducir; esa es la filosof¨ªa detr¨¢s de las nuevas plataformas musicales. Spotify ha demostrado su atractivo y ha ido ganando terreno a iTunes en Europa. Ante el inminente desembarco sueco en EE UU (donde iTunes sigue l¨ªder), la manzana prepara el contrataque. Un iTunes en la nube. Los ficheros no se almacenar¨¢n en el ordenador del usuario, sino en la Red.
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