En la cueva de los sue?os
El hombre se agacha con la mano abierta y la empapa en un cuenco o en un charco de barro ocre y luego presiona la palma contra la pared y quiz¨¢s retrocede para mirar su propia huella a la luz m¨®vil de una antorcha. Agachado, luego de pie, luego poni¨¦ndose de puntillas para llegar m¨¢s arriba, el hombre unta una y otra vez la mano derecha en el barro casi l¨ªquido y va imprimiendo la misma huella con el mismo gesto repetido, sintiendo cada vez la superficie de la piedra en la palma y en las yemas de los dedos, apretando fuerte, sintiendo tambi¨¦n los golpes de su sangre, mon¨®tonos e iguales como las manos que se multiplican delante de ¨¦l, casi a sus pies, a la altura de sus ojos, m¨¢s arriba, hasta el l¨ªmite que aun siendo tan alto no puede superar. El hombre mide casi un metro noventa y lleva muerto unos treinta mil a?os. Lo que lo distingue de tantos muertos del pasado remoto, lo que lo convierte de golpe en un individuo singular, es un detalle m¨ªnimo en esa anatom¨ªa de roble: tiene muy torcido el dedo me?ique. M¨¢s all¨¢ de esa pared poblada por la huella m¨²ltiple de una sola mano, ese mismo hombre dej¨® su rastro en m¨¢s lugares de la cueva de Chauvet, en el sur de Francia, donde est¨¢n las pinturas m¨¢s antiguas que se conocen, donde no entr¨® nadie ni se refugi¨® ning¨²n animal durante los ¨²ltimos veinte mil a?os, porque un derrumbe de rocas tap¨® su entrada y dej¨® la cueva convertida en lo que Werner Herzog llama una perfecta c¨¢psula de tiempo.
He salido del cine en el atardecer perfecto del ¨²ltimo d¨ªa de abril y la alegr¨ªa de la ciudad y la claridad serena de la luz me aturden todav¨ªa m¨¢s porque la tiniebla de la que vengo es la de la sala en la que se proyectaba la pel¨ªcula y tambi¨¦n la de las simas y los t¨²neles por los que avanzaban los arque¨®logos hasta llegar a esas concavidades en las que las linternas iluminan de pronto manadas de caballos al galope, leones, rinocerontes peleando entre s¨ª, monta?osos mamuts, renos de cornamentas complicadas. En 1995 unos espele¨®logos franceses descubrieron esta cueva, y desde entonces muy pocas personas han tenido acceso a ella: es la primera cueva paleol¨ªtica que desde su hallazgo ha sido protegida y mantenida intacta por personas muy expertas, de modo que nadie ha removido ni un rastro de animal y ni siquiera un grumo de ceniza de antorcha, ni ha habido visitantes incontrolados que con sus respiraciones y el calor de sus cuerpos hayan alterado la atm¨®sfera. Hace treinta mil a?os Chauvet fue tal vez un santuario en el que solo se aventuraban los iniciados que pintaban en sus paredes y que celebrar¨ªan alg¨²n tipo de rituales cham¨¢nicos a la luz de las hogueras y de las antorchas (hay una piedra que parece un altar y sobre ella un cr¨¢neo de oso que apunta hacia la salida; hay restos carbonizados de hogueras; hay marcas negras de carb¨®n en alguna pared contra la que se frot¨® una antorcha). Ahora, para los cient¨ªficos, Chauvet es otro santuario no menos sagrado, protegido por normas excepcionalmente rigurosas. Lo que dur¨® intocado a lo largo de tantos milenios es muy fr¨¢gil. Y m¨¢s all¨¢ de la puerta blindada que ahora protege la cueva no hay nada que no merezca ser sometido al estudio meticuloso de cada especialista.
El a?o pasado, el cineasta Werner Herzog tuvo una oportunidad que hasta entonces no le hab¨ªa sido concedida a nadie, y que no volver¨¢ a repetirse: rodar un documental en el interior de la cueva de Chauvet; con un equipo m¨ªnimo, y en el curso de unas horas contadas a lo largo de unos pocos d¨ªas, que son los ¨²nicos en todo el a?o durante los cuales los investigadores hacen su trabajo de campo. Herzog decidi¨® rodar en 3D: as¨ª dar¨ªa una impresi¨®n m¨¢s verdadera de los espacios c¨®ncavos, de la cualidad tangible de esas pinturas que aprovechan las protuberancias y las irregularidades de la roca para sugerir los vol¨²menes, el movimiento, la presencia de los animales. Yo he visto la pel¨ªcula, Cave of Forgotten Dreams, en una pantalla normal, pero su efecto no ha sido menos alucinante. Me acordaba de algo que dice Antonio L¨®pez, que los artistas antiguos no parecen equivocarse nunca: el lomo musculoso de un le¨®n est¨¢ dibujado con un solo trazo que mide dos metros; una grieta casual tiene la forma exacta de una boca; cabezas y crines sucesivas en la concavidad de una pared dan la impresi¨®n de una gran manada de caballos a galope. Un oso se inclina casi delicadamente para oler algo en el suelo o explorar un hormiguero. Entre el gran carnaval fant¨¢stico de los animales solo hay un indicio de representaci¨®n humana: el pubis de una mujer de caderas anchas contra las cuales se restriega o humilla la cabeza enorme un bisonte; y entonces no abruma la sensaci¨®n de lo que el historiador Sigfried Giedion llam¨® el presente eterno: hay algo de minotauro en ese bisonte codiciosamente arrimado a una mujer en una pintura de hace treinta mil a?os, que la hace contempor¨¢nea de los mitos griegos y de la Minotauromaquia de Picasso.
El acento alem¨¢n da todav¨ªa m¨¢s un tono de or¨¢culo a la voz maravillada de Herzog. Pero es que no parece posible internarse en esa cueva y no ser trastornado hondamente: por las pinturas mismas, por la evidencia de un abismo de tiempo que es inconcebible para la conciencia, por la inmediatez de esos trazos o de esas huellas de manos que parecen reci¨¦n acabadas de imprimirse. Y m¨¢s a¨²n por el silencio inmenso en el que se pueden escuchar rumores de corrientes de aire y goteos de agua, por el resplandor de las chispas de luz que devuelven las paredes y las estalactitas con formas de car¨¢mbanos, de lanzas, de agujas g¨®ticas, de cortinas de cristal. Una capa transparente de calcita que se ha ido acumulando milenariamente por las filtraciones de agua cubre las paredes y ha preservado las pinturas como un barniz de ¨¢mbar. Los cristales de calcita cubren los cr¨¢neos y los huesos de los animales depositados en el suelo y reflejan la luz con brillos de diamante. Un paleont¨®logo ha hecho el censo de todas las especies de animales de los que hay restos en la cueva. Otros estudian el carb¨®n de las antorchas, otros el polen de las plantas que qued¨® sepultado en el polvo, otros fotograf¨ªan una por una todas las figuras pintadas, o las trazadas con los dedos o con una punta de hueso, otros las rayas paralelas de los ara?azos de los osos.
Uno de ellos, un hombre joven con pelo largo recogido en una coleta que dice de pasada que antes de dedicarse de lleno a la arqueolog¨ªa trabaj¨® de malabarista en un circo, cuenta que despu¨¦s de su primera visita a la cueva so?¨® con leones durante varias noches; con leones pintados a la luz de las antorchas y con leones reales. Pero dice que en el sue?o era feliz y no ten¨ªa ning¨²n miedo.
Cave of Forgotten Dreams (2010), de Werner Herzog. www.wernerherzog.com. Cueva de Chauvet-Pont-d'Arc. www.culture.gouv.fr/culture/arcnat/chauvet/en. antoniomu?ozmolina.es
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