Un mito eterno
La muerte de Severiano Ballesteros conmociona desde Pedre?a al mundo entero del deporte
El ¨²ltimo golpeo de Seve Ballesteros midi¨® todas las adversidades: se despidi¨® uno a uno de su familia con un "os quiero" final que vale una vida desde la muerte, estableci¨® que no quer¨ªa pompas f¨²nebres sino "morir como un vecino m¨¢s" y que se le incinerara y sembrara en el inmenso verde que rodea su casa en Pedre?a, all¨ª en el alto del barrio, desde donde se divisa la bah¨ªa de Santander. M¨¢s a¨²n, quer¨ªa que su funeral se celebrase en la parroquia de San Pedro de Pedre?a, y as¨ª ser¨¢ el mi¨¦rcoles a las 13.30, pretendiendo una intimidad imposible.
Antes, la familia recibi¨® la condolencia de los Reyes de Espa?a, de los Pr¨ªncipes de Asturias, las Infanta Elena y los Duques de Palma. Tambi¨¦n del presidente del Gobierno, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero y del l¨ªder de la oposici¨®n, Mariano Rajoy. Era la avanzadilla de un aluvi¨®n de solidaridad que iba de las altas instancias a sus vecinos m¨¢s cercanos, desde la soledad de Pedre?a al altavoz del mundo entero del deporte.
Las cenizas del mejor golfista descansar¨¢n, como quiso, en el jard¨ªn de su casa
A las 2.10 de la madrugada del s¨¢bado, el genio c¨¢ntabro, el pionero espa?ol, un golfista y deportista universal, dio su ¨²ltima bocanada a los 54 a?os tras haber sido sedado y haberse dado cuenta, el viernes, de que su inmensa pelea contra un tumor cerebral diagnosticado en 2008 hab¨ªa llegado al ¨²ltimo hoyo. En Pedre?a se piensa que Seve, por ser Seve, cabez¨®n y pele¨®n, aguant¨® carros y carretas para sacarse el mal del cuerpo. "Quiz¨¢s no se lo pod¨ªa quitar de encima, pero quiz¨¢s alguien que no hubiera sido Seve no hubiera peleado tanto por la vida", contaba ayer un familiar medio lejano que no quer¨ªa asomarse al lugar donde Seve reposa en espera de su destino.
No en vano el pionero del golf en Espa?a, como Santana del tenis, como ?ngel Nieto en las motos, como Fern¨¢ndez Ochoa en el esqu¨ª y tantos otros, sobrevivi¨® a cuatro operaciones cerebrales desde que un mareo le llev¨® en octubre de 2008 al hospital madrile?o de La Paz, donde le diagnosticaron un tumor cerebral, intervenido a los pocos d¨ªas. Sufri¨® tres operaciones m¨¢s antes de que en diciembre le dieran el alta con seis ciclos de quimioterapia y radioterapia y una fe inmensa en superar la ¨²ltima barrera.
El golfista que puso al golf espa?ol en el mapa mundial, el que subyug¨® al Reino Unido, el primer pa¨ªs que le llam¨® Seve tras ganar el Open Brit¨¢nico en 1979, agoniz¨® en silencio, por cortes¨ªa. Lo escribi¨® Joaqu¨ªn Sabina en recuerdo del poeta ?ngel Gonz¨¢lez, pero vale para Ballesteros, que se despidi¨® como quer¨ªa, cort¨¦s, valiente, jug¨¢ndose el detalle de su ¨²ltimo golpe, el m¨¢s duro.
Y, sin embargo, subiendo las cuestas que llevan desde el campo de golf a la mansi¨®n de Ballesteros, nada anuncia la tristeza. Ni la temperatura, veintea?era, ni el silencio solo roto por los mugidos de las vacas y el cacareo de las gallinas. Es una zona mestiza entre la tradici¨®n y la residencia. Arriba, el port¨®n negro solo se abre para recibir a los familiares y amigos, rodeados de periodistas. Es un trasiego leve, con mucha presencia de vecinos, como quer¨ªa Seve, ser un vivo m¨¢s, ser un muerto m¨¢s, a¨²n siendo el mejor golfista mundial. Algunos detalles rompen la rutina funeraria. Dentro, Ballesteros reposa vestido con su uniforme de gala de golfista (polo, jersey, pantal¨®n), como al parecer fue su deseo.
Fuera, un joven an¨®nimo dej¨® un palo de golf, una pelota y una vela en una esquina del port¨®n. "Le admiraba y punto. No pregunt¨¦is m¨¢s", dijo sin dejar su nombre. Poco despu¨¦s, otro joven lleg¨® a a bordo de su moto de alta cilindrada para colgar del seto que rodeaba el port¨®n una bandera de Escocia y una bufanda de Saint Andrews, un campo emblem¨¢tico para Seve. Se llama Mart¨ªn y es de Santo?a. Ni siquiera se quit¨® el casco. No quer¨ªa ser protagonista. Dej¨® la banderita, la bufanda y reconoci¨® que vivir cerca de Seve le abri¨® "muchas puertas, con los taxistas de Jap¨®n, por ejemplo".
No parece nada extra?o. Fidel, que trabaja en el campo de golf, recuerda que "hay varios socios japoneses en el campo de Pedre?a, y todo es por Seve". "Con ¨¦l estuve de caddie cuando ten¨ªamos nueve a?os", a?ade; "¨ªbamos a recoger bolas y nos pagaban 125 pesetas". Despu¨¦s, tras haber trabajado en el mar y perder a un hermano en un accidente mar¨ªtimo, volvi¨® a la hierba, y volvi¨® a encontrarse con Ballesteros. "Hac¨ªa de caddie cuando ven¨ªa a entrenarse aqu¨ª, a Cantabria. Recog¨ªa las pelotas y me invitaba a algo. Una vez me regal¨® un Lacoste", recuerda.
Su amigo, Ram¨®n, que, seg¨²n dice, es hijo de un primo carnal de Baldomero, el padre de Seve "que fue caddie de Emilio Bot¨ªn", presidente del Banco del Santander", recuerda que tiene "un palo de golf firmado por Seve" al que da un valor incalculable: "Esto vale, moralmente, una barbaridad, pero no lo vender¨ªa jam¨¢s. Seguro que cuando me muera...".
Pedre?a luce algunas banderas espa?olas con grandes crespones negros, como los que llevaron ayer sus amigos Olaz¨¢bal y Jim¨¦nez en el Open de Espa?a, y tantos otros golfistas, pero la vida ciudadana contin¨²a. Placentera. La calma se advierte en los campos de golf.
En el restaurante de enfrente, la prensa accede a los vecinos. "No s¨¦, antes han entrado cuatro periodistas y se han ido cuatro clientes", dice el responsable del bar. "Porque, ?qu¨¦ vas a decir? Yo no le conoc¨ªa". "Yo s¨ª", responde un parroquiano, "pero qu¨¦ voy a decir, que era un buen t¨ªo".
El ascetismo c¨¢ntabro no significa falta de sentimiento. Es una forma de ver la vida y la muerte. Cuando ganaba le dejaban en paz. Cuando ha muerto, Seve, como dispuso, lo ha hecho en paz. Como un vecino m¨¢s, en la atalaya que da a la bah¨ªa. Mirando a lo lejos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.