El juego de la silla
Se parece al juego de la silla, pero no lo es. Los jugadores participaron en el reparto hace 30 a?os y desde entonces conservan sus asientos. Lo que var¨ªa desde entonces es el n¨²mero que obtiene cada equipo, pero no se permite que nadie m¨¢s entre en el juego. Por el contrario, quienes pierden todas las sillas nunca vuelven a recuperarlas, de forma que las opciones han quedado reducidas a dos o tres, con la ¨²nica excepci¨®n de algunas anomal¨ªas territoriales.
No me estoy refiriendo al tiempo de permanencia en los cargos p¨²blicos sino al bloqueo que los actuales due?os de las sillas ejercen para que sea imposible cualquier cambio, cualquier novedad en el escenario pol¨ªtico. En teor¨ªa, un grupo de ciudadanos puede fundar un nuevo partido pol¨ªtico y presentarse a las elecciones.
El procedimiento es simple y la inscripci¨®n tiene pocas dificultades y costes. Sin embargo, una vez superados los tr¨¢mites legales vienen las dificultades reales. La nueva formaci¨®n no dispondr¨¢ de ning¨²n tipo de financiaci¨®n, ni tendr¨¢ ninguna facilidad para el uso de los recursos p¨²blicos. De forma especial, se evitar¨¢ que tengan acceso alguno a los medios de comunicaci¨®n.
Me ense?aron que la esencia de la democracia no era el poder de la mayor¨ªa ni siquiera la existencia de parlamentos. De hecho, hay multitud de dictaduras o de organizaciones no democr¨¢ticas que apelan a su mayor¨ªa social o tienen parlamentos uniformes. No. Lo que define especialmente la democracia es el respeto a las minor¨ªas y la existencia del pluralismo pol¨ªtico y social. Lo que forma parte esencial de este sistema es la posibilidad de que las minor¨ªas de hoy, puedan ser mayor¨ªa en el futuro.
Sin embargo, en Espa?a -tambi¨¦n en otros muchos pa¨ªses- es pr¨¢cticamente imposible el surgimiento de nuevas formaciones pol¨ªticas. Tan solo han alcanzado cierto ¨¦xito algunas candidaturas independientes de car¨¢cter local -que en su mayor¨ªa abominan de la pol¨ªtica y se agrupan por intereses concretos m¨¢s o menos leg¨ªtimos-, y el partido de Rosa D¨ªez, con ciertas caracter¨ªsticas y apoyos que merecer¨ªa la pena analizar en otro momento.
Mientras que en todas las actividades sociales se han producido grandes cambios y aportaciones, curiosamente en la pol¨ªtica, las grandes corrientes de pensamiento se mantienen inalteradas. Si un espa?ol que hubiera vivido en 1930 visitara el presente, seguramente no reconocer¨ªa su propia ciudad ni comprender¨ªa las nuevas formas de vida o de comunicaci¨®n, pero entender¨ªa r¨¢pidamente el sistema pol¨ªtico: derecha, socialistas, comunistas y nacionalistas. Punto y final.
Por si acaso el sistema no estuviera lo suficientemente cerrado, se adoptan disposiciones como la ley D'Hont o los l¨ªmites electorales del 5% necesarios para participar en las instituciones. No hay inocentes en estas triqui?uelas electorales. Todos los que obtuvieron sillas en la transici¨®n han participado, de una forma u otra, en alguno de los l¨ªmites que ten¨ªan como objetivo cerrar la posibilidad de nuevos concursantes.
La ¨²ltima de las limitaciones impuestas roza el l¨ªmite de lo pat¨¦tico. Se trata de que la informaci¨®n electoral se realice, tan solo para los partidos de las sillas, y con un milim¨¦trico reparto de tiempos que afectan incluso a los tiempos de los debates en las televisiones.
Tras el ¨¦xito de las ruedas de prensa sin preguntas, se han estrenado urbi et orbi los espacios electorales sin criterio informativo. Los profesionales de los medios han protestado amargamente. Dicen que esta resoluci¨®n es un estado de excepci¨®n encubierto y que acaba con el periodismo. Solo encuentro cierto parecido a la informaci¨®n que se nos suministra en las guerras, en las que el material es supervisado por los altos mandos militares y los periodistas se convierten en soldados empotrados en cada uno de los ej¨¦rcitos que participan en la contienda. Con raz¨®n Clausewitz afirmaba que "la pol¨ªtica es la continuaci¨®n de la guerra por otros de medios": los de comunicaci¨®n.
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