El 's¨ªndrome de Mourinho'
Las cosas ser¨ªan m¨¢s sencillas si el Derecho fuera una ciencia exacta, los conceptos jur¨ªdicos tan determinados que no cupiera margen interpretativo alguno, y si pudi¨¦ramos fabricar, o encontrar en alguna galaxia ignota, jueces sin carne y sin sangre, sin ideolog¨ªa, sin emociones, iguales entre s¨ª en memoria, capacidad y rendimiento. Lamentablemente, el estado actual de la ciencia no nos permite la m¨¢s m¨ªnima ilusi¨®n al respecto y, queramos o no, hemos de acostumbrarnos a convivir en un sistema en el que jueces con sentimientos, con ideolog¨ªa, con capacidades individuales diferentes, tienen que valorar la realidad, interpretar las normas e integrar conceptos jur¨ªdicos indeterminados. Sin leyes y sin jueces no hay democracia posible. Por eso, ya he dicho en otras ocasiones que, entre mis h¨¦roes cotidianos, est¨¢n los jueces.
Sin aut¨¦ntico respeto a los jueces, la convivencia democr¨¢tica peligra
En el pa¨ªs que est¨¢ a la cabeza de todas las democracias, los Estados Unidos de Am¨¦rica, quien interpreta la Constituci¨®n es un Tribunal Supremo de nueve jueces, nombrados por el presidente con car¨¢cter vitalicio, seg¨²n se van produciendo inexorablemente las vacantes. Cada presidente elige su candidato teniendo en cuenta, no solo su preparaci¨®n jur¨ªdica, que se da por descontada, sino tambi¨¦n los criterios sobre el esp¨ªritu y contenido de la Constituci¨®n y de las normas jur¨ªdicas del candidato. Ello explica que las sentencias que resuelven las cuestiones de mayor trascendencia y calado constitucional se adopten con frecuencia por un estrecho margen, coincidiendo casi siempre los magistrados nombrados por un presidente republicano de una parte, y los elegidos por un presidente dem¨®crata de la otra. Sin embargo, nadie descalifica a esos jueces y a sus sentencias, ni mucho menos pone en cuesti¨®n su legitimidad. Este modelo no es perfecto, como cualquier otro, pero all¨ª funciona y se acepta pac¨ªficamente. All¨ª los ciudadanos consideran normal, y coherente con el propio pluralismo pol¨ªtico, que haya jueces conservadores o progresistas, aunque el n¨²mero de uno y otros depende en definitiva de quien sea presidente en el momento en que un juez fallece o su salud le obliga a renunciar al cargo.
En Espa?a, pa¨ªs con una cultura democr¨¢tica todav¨ªa muy deficiente, parece como si buena parte de los pol¨ªticos y de los analistas padecieran el s¨ªndrome de Mourinho, que, como sabemos, consiste en tener una visi¨®n conspirativa de la realidad y en culpar a los ¨¢rbitros de toda derrota, ocultando los fallos propios y declinando toda la responsabilidad por la misma. Con las sentencias del Tribunal Supremo y luego del Tribunal Constitucional sobre Bildu ha llegado al paroxismo una conducta deleznable que viene de lejos: atizar, con expresiones y modos a veces injuriosos, la desconfianza de los ciudadanos en la justicia constitucional y ordinaria, y endosar a los jueces culpas y responsabilidades que en gran medida corresponden a esos mismos pol¨ªticos.
Los ejemplos son muchos y clamorosos. Incapaces de llegar a un acuerdo sobre el desarrollo auton¨®mico, aprueban un nuevo Estatuto para Catalu?a, sabiendo que conten¨ªa preceptos b¨¢sicos inconstitucionales, y luego pretenden que sea el Tribunal Constitucional el que arregle el entuerto. Dejan pasar d¨¦cadas sin modificar las normas franquistas sobre c¨®mputo y cumplimiento de las penas, y luego reprochan a los tribunales que odiosos asesinos salgan a la calle en un tiempo y condiciones que los ciudadanos no entienden. Se duelen farisaicamente de la lentitud de los procedimientos judiciales, mientras no hacen lo suficiente, ni en el Congreso ni en los ministerios, para mejorar las leyes procesales y para erradicar una end¨¦mica penuria de medios personales y materiales en la Administraci¨®n de Justicia. Sin ning¨²n rubor, son capaces de sostener un d¨ªa, cuando la sentencia no les conviene, que el Tribunal Constitucional es un ¨®rgano politizado, prescindible y, desde luego, definitivamente desprestigiado, para el siguiente convertirle en acertado avalista de sus tesis cuando la sentencia les es favorable. No pierden ocasi¨®n de insinuar y de crear la apariencia de que tienen la capacidad e influir en las decisiones de los jueces, tanto m¨¢s cuanto m¨¢s altos y supremos sean ¨¦stos, aunque de tal aberraci¨®n no exista prueba fidedigna.
En esta conducta irresponsable est¨¢n acompa?ados de tertulianos omniscientes y provocadores, as¨ª como de periodistas tan poco informados como malpensados, que est¨¢n sirviendo de elemento propagador entre los ciudadanos de ese s¨ªndrome de Mourinho. Se construyen relatos a partir de la suspicacia y de procesos de intenci¨®n, opinando sobre la labor de los tribunales y sobre la calidad de sus resoluciones desde el desconocimiento de los m¨¢s elementales conceptos jur¨ªdicos, manipulando la informaci¨®n desde su titular.
Pienso que todos debemos mandar parar, como tienen que parar los jueces que se dedican desde el anonimato a filtrar informaci¨®n, sea por incontinencia verbal o por razones inconfesables; los que se exhiben imprudentemente en compa?¨ªa de pol¨ªticos; los que hacen un uso alternativo de la toga; los que olvidan que un juez s¨®lo debe opinar en sus resoluciones sobre las materias y casos sometidos a su competencia y relacionados con su funci¨®n. Ciertamente, quienes as¨ª act¨²an son muy pocos, pero el da?o que causan es enorme, ya que contribuyen a que los ciudadanos desconf¨ªen de la independencia y de la honradez de todos los jueces, y acaben por creer a quienes padecen el s¨ªndrome de Mourinho. Todos tenemos que parar, porque sin una dosis razonable de confianza en los jueces y de aut¨¦ntico respeto a su actuaci¨®n y a sus decisiones, la convivencia democr¨¢tica peligra seriamente.
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