Lakis Santas, el griego que plant¨® cara a los nazis
Arranc¨® de la Acr¨®polis la bandera con la cruz gamada
Ap¨®stolos Santas era un joven estudiante de 19 a?os cuando el 30 de mayo de 1941, en compa?¨ªa de su amigo Manolis Glezos, de 18, trep¨® por las faldas de la Acr¨®polis y arranc¨® la bandera nazi que ondeaba a la entrada de la ciudadela que tutela Atenas. Los alemanes hab¨ªan entrado en Grecia a comienzos de abril, y tres semanas despu¨¦s hab¨ªan reemplazado la ense?a nacional en el recinto por esa imagen del oprobio, la prueba m¨¢s amarga de la en¨¦sima invasi¨®n extranjera de Grecia.
La acci¨®n de Lakis (diminutivo de Ap¨®stolos), que muri¨® el pasado 30 de abril a los 89 a?os, y Manolis es una haza?a que, pese al tiempo transcurrido, no ha perdido un ¨¢pice de valor ni de ¨¦pica. Porque su gesta plant¨® cara a los ocupantes y, lo que es m¨¢s importante, prendi¨® la llama de la resistencia en Grecia.
Como cont¨® el propio Santas en varias entrevistas, los espectaculares atardeceres de primavera, con la Acr¨®polis de fondo, quedaban lastrados por la "pesada sombra" que proyectaba la bandera nazi. Sobre Atenas, sobre Grecia entera, sobre Europa. Sin armas, como topos que se abren paso certero por galer¨ªas subterr¨¢neas, Santas y Glezos ascendieron hasta lo alto de la Acr¨®polis tras descubrir en unos mapas antiguos un pasadizo natural bajo el subsuelo de la Acr¨®polis, por el que se introdujeron armados con una antorcha y una navajita.
Llegaron a la cima junto al Erecteion conteniendo el aliento, pero inflamados por la emoci¨®n y el miedo. La luz de la luna rebotaba en las columnas de m¨¢rmol y solo unos pocos gatos insomnes se esparc¨ªan por la explanada que media entre el Parten¨®n y el resto de los templos. No obstante, Santas y Glezos, a¨²n agazapados, tiraron unas piedras al aire para comprobar que no hab¨ªa soldados en las inmediaciones. Nadie contest¨® al ruido, as¨ª que los dos amigos se acercaron al m¨¢stil, donde constataron el pen¨²ltimo rev¨¦s de su aventura: la ense?a estaba atada firmemente al palo.
Por turnos, treparon a lo alto para desatar la esv¨¢stica; a pulso, sin visibilidad alguna, soltaron los cuatro puntos a los que los nazis la hab¨ªan amarrado. Luego ocultaron la ense?a en la gruta y volvieron a sus casas.
Al d¨ªa siguiente, los nazis destituyeron a la c¨²pula policial de la ciudad e impusieron el toque de queda, a la vez que anunciaban una condena a muerte para los culpables. Pero Lakis y Manolis no cayeron entonces, sino un a?o despu¨¦s, tras ser delatados como miembros de la resistencia (y no como autores de la gesta). En 1943, ya liberados, se sumaron al Elas, el movimiento de maquis que combati¨® a los alemanes. Como Glezos, que a¨²n vive, Santas no ocult¨® desde entonces sus simpat¨ªas por la izquierda, chivo expiatorio de todos los reveses de la historia griega durante el siglo XX. Y como militante irredento, sigui¨® coleccionando condenas. A finales de 1946, dos a?os despu¨¦s de la liberaci¨®n del pa¨ªs, estall¨® la guerra civil; Santas fue detenido y confinado en la isla de Makr¨®nisos, desde la que huy¨® a Canad¨¢. De regreso a Grecia, revivi¨® la experiencia de la c¨¢rcel tras el golpe militar de 1967.
Al contrario que Glezos, figura tutelar de parte de la izquierda griega -muy activo en la denuncia del rescate de la UE y el FMI, a su juicio otra suerte de ocupaci¨®n-, Santas nunca explot¨® la haza?a. Solo el a?o pasado rompi¨® relativamente su silencio para publicar sus memorias, Mi noche en la Acr¨®polis.
La ciudadela ateniense, que a lo largo de su historia hab¨ªa visto pr¨¢cticamente de todo -el Parten¨®n consecutivamente convertido en bas¨ªlica paleocristiana, polvor¨ªn en ¨¦poca otomana o aprisco para cabras-, nunca pudo sin embargo imaginar que dos chavales desarmados, con la obstinaci¨®n de un topo y la determinaci¨®n de un visionario, lavar¨ªan la ¨²ltima afrenta de su venerable y secular existencia.
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