Menudos puritanos
En los pa¨ªses cat¨®licos bastaba la confesi¨®n para borrar de un plumazo, por ejemplo, la culpa de un adulterio. Durante siglos ha estado t¨¢citamente asumido que lo confesado era un secreto absoluto para el sacerdote y un asunto privado del pecador, as¨ª que una aventura de ¨ªndole sexual casi nunca manchaba la imagen p¨²blica del poderoso. En el mundo feudal, reyes, nobles, burgueses, obispos y hasta papas ten¨ªan amantes (y familias paralelas) sin gran esc¨¢ndalo social, se abusaba del servicio y la prostituci¨®n era tolerada mientras se contuviera en burdeles discretos.
La de los latinos del sur del Europa ha sido una historia de doble moral, de contraste entre la rigidez de la norma religiosa y una laxa pr¨¢ctica cotidiana, lo que tambi¨¦n cabe aplicar a la corrupci¨®n o el fraude fiscal. Esto, que algunos llamar¨¢n hipocres¨ªa, explica que en nuestras sociedades de hoy haya un gran respeto a la privacidad de los mandatarios. No se exige una conducta familiar o personal intachable a los dirigentes espa?oles, ni a los presidentes franceses, ni (desde luego) a los primeros ministros italianos. Bien. Estamos de acuerdo en eso. No nos interesa lo que haga entre s¨¢banas la autoridad. Mejor dicho, no nos interesa mientras sea consentido por la otra parte y esta sea persona adulta. No nos interesa mientras no se asalte a una camarera violentamente en una suite. Si de lo que hablamos es de un (presunto) delito, entonces empieza a interesar a todos, en primer lugar a la polic¨ªa y los jueces, y tambi¨¦n a los medios.
No interesa lo que haga entre s¨¢banas la autoridad si es entre adultos libres
En la ¨¦tica protestante no hay persianas ni se acepta la doble vida
La aldea global asiste boquiabierta al hundimiento de una personalidad de la talla de Dominique Strauss-Kahn, un gran intelecto arruinado porque (presuntamente) no fue capaz de contener lo que le ped¨ªa su bragueta. Y algunos salen en su defensa apuntando al puritanismo norteamericano, a los excesos represivos del pa¨ªs del Mayflower, de los juicios de brujas en Salem o del macarthismo.
Asumamos el t¨®pico: los anglosajones son puritanos, los latinos, desinhibidos. En EE UU no se plantan dos besos a una desconocida cuando te la presentan, suena un pitido si alguien dice un taco en televisi¨®n, no hacen top less en la playa ni siquiera los beb¨¦s. Las costumbres de la orilla norte del Mediterraneo son m¨¢s relajadas y muchos lo celebramos. Pero ?es puritano perseguir una (presunta) agresi¨®n sexual, actuar eficazmente tras una denuncia cre¨ªble?
La Iglesia cat¨®lica, escribi¨® Max Weber, estableci¨® el sacramento de la penitencia asumiendo que el hombre era imperfecto y caer¨ªa en el pecado una vez tras otra. Hasta que la reforma protestante "signific¨® la ruina de la doblez ¨¦tica, de la distinci¨®n entre una moral que obliga a todos y otra de ¨ªndole particular y ventajosa" (La ¨¦tica protestante y el esp¨ªritu del capitalismo, 1905). Lutero y Calvino negaron a la iglesia la capacidad de perdonar pecados: la salvaci¨®n exige una vida recta. En los pa¨ªses protestantes se espera ejemplaridad a los l¨ªderes en p¨²blico y en privado. No hay persianas en las ventanas, no se acepta una doble vida. Cuando se sorprende a alguien en una relaci¨®n inapropiada, se denuncia, se censura p¨²blicamente, se le monta un impeachment, se lo quieren saltar en la sucesi¨®n real, lo expulsan de la ¨¦lite del golf.
En Francia se ha hablado de "asesinato medi¨¢tico", de la humillante escena del hombre esposado, de conspiraci¨®n, aunque tambi¨¦n se abre paso una reflexi¨®n sobre si un cierto clima favorec¨ªa abusos. En medios anglosajones se preguntan si reg¨ªa una cultura del silencio, si los c¨ªrculos de poder protegieron a una personalidad brillante pero de la que se conoc¨ªan comportamientos agresivos, sobre si, como escribi¨® The Guardian, "Francia todav¨ªa mantiene la moral de la aristocracia del siglo XVIII. El rey tiene sus amantes".
Bastantes voces se agarran al mito del hombre vividor, de la cana al aire, del latin lover plet¨®rico. Otras prefieren preguntarse si las cortinas que protegen nuestra intimidad no ocultan a menudo abusos, violaciones, acoso; si en nombre de una sana libertad sexual algunos a¨²n tratan de justificar el derecho de pernada. Se podr¨ªa apelar a una tolerancia a la francesa si Strauss-Kahn hubiera sido sorprendido en un romance furtivo con alguien que as¨ª lo quer¨ªa, pero cuando se pisotea (presuntamente) la libertad de otros es justo actuar como los puritanos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.