De regreso al orden
Se lo tengo dicho a mis amigos: "El d¨ªa que os deis cuenta de que empiezo a escribir un cierto tipo de art¨ªculos, por favor, avisadme". La petici¨®n tiene que ver con algo que, francamente, empieza a preocuparme. Me llama la atenci¨®n el hecho de que algunos escritores, por encima de casi toda sospecha, llegados a una edad, empiezan a publicar textos que parecen tener como denominador com¨²n una determinada actitud, de imprecisos contornos, pero que si tuviera que definir de alguna manera dir¨ªa que se halla pr¨®xima al conocido "lo que va de ayer a hoy" o, incluso peor, al viejo "d¨®nde iremos a parar".
Compruebo c¨®mo, conforme cumplen a?os, tematizan ciertos h¨¢bitos de la juventud actual, despotrican del lamentable estado en el que queda el centro de las ciudades el s¨¢bado por la ma?ana, tras el paso de las hordas consumidoras de litronas, canutos y todo tipo de sustancias estupefacientes (algunos incluso cargan las tintas aludiendo al lamentable estado que ofrecen las calles de las zonas de copas, cubiertas de cristales rotos, tetrabriks de vino barato y vomitonas de adolescentes), se quejan por el estr¨¦pito provocado por el tubo de escape de las motos de esos ni?atos, hijos de pap¨¢ todos ellos, etc¨¦tera. De ordinario, los lamentos suelen ir acompa?ados de una toma de posici¨®n definida -inequ¨ªvocamente progresista, por utilizar las categor¨ªas tradicionales, tan en cuesti¨®n desde hace ya un tiempo-, para que no haya dudas respecto a de qu¨¦ lado se est¨¢. Y as¨ª, se contraponen tales excesos con el leg¨ªtimo derecho al descanso que asiste a los honrados trabajadores (la mayor parte de los cuales no tiene m¨¢s remedio que madrugar) o se compara tan regalada vida con la del ciudadano medio, agobiado por deudas, facturas e hipotecas, por citar s¨®lo un par de los manique¨ªsmos m¨¢s frecuentes.
"El futuro al que deber¨ªamos ser fieles es el futuro del propio pasado", ha escrito Zizek
Constato igualmente que ese tipo de denuncias -que parecen estar sustituyendo definitivamente a las de car¨¢cter pol¨ªtico o social, que antes ocupaban casi por completo las p¨¢ginas de los peri¨®dicos- suelen dar lugar de inmediato a una oleada de cartas al director por parte de ciudadanos que se alegran de que, por fin (o, mejor dicho, "?ya era hora!"), alguien se haya decidido a denunciar tales hechos. Qu¨¦ quieren que les diga. Todo es correcto, perfectamente correcto, incluso -mal que les pese a los autores- pol¨ªticamente correcto. L¨¢stima que el contenido de tales denuncias nos suene tan familiar. Tanto que a veces uno llega a pensar, con Michel Onfray, que lleva toda la vida oyendo las mismas cosas, id¨¦nticas denuncias, parecidos reproches. Ay, el eterno retorno de lo rancio...
El asunto carecer¨ªa de mayor importancia si no fuera porque dicha actitud parece constituir el correlato, en materia de costumbres, de un cambio de actitud que tambi¨¦n tiene su expresi¨®n en materia de ideas pol¨ªticas y que amenaza con convertirse en hegem¨®nico, un cambio de actitud que tal vez cupiera denominar como de regreso al orden. El caso al que me voy a referir a continuaci¨®n espero que ilustre la tesis que pretendo se?alar. ?ltimamente, se ha convertido en un t¨®pico muy socorrido de algunos peri¨®dicos conservadores el permanente sarcasmo dirigido hacia aquellos que etiquetan como los pijo-progres. No me escandaliza el sarcasmo, quede claro. Incluso estoy dispuesto a aceptar que m¨¢s de uno se lo tiene merecido (en la ciudad en la que vivo llegamos a tener un alto cargo en el Gobierno municipal que se defin¨ªa como antisistema, imaginen ustedes). Lo que sorprende es que quienes tanto se afanan en criticar esta caricatura no dediquen nunca ni un segundo a criticar a los pijo-pijos (o pijos pata negra, si se me permite la expresi¨®n). Digo que "sorprende" porque lo que los sarc¨¢sticos cr¨ªticos cobijados en la prensa conservadora declaran reprochar a los pijo-progres es la contaminaci¨®n que han sufrido precisamente de aquellos elementos que m¨¢s deber¨ªan haber combatido, pero no su origen, esto es, la segunda parte del r¨®tulo. Con otras palabras, sobre el papel de lo que se les acusa es de ser inconsecuentes.
Sin embargo, cuando uno se aproxima al detalle de la argumentaci¨®n acaba d¨¢ndose cuenta de que se les critica no tanto por haberse pasado al otro bando (el de los pijos, por continuar con esos t¨¦rminos) como por no haber abandonado del todo el suyo, por no haber renunciado por completo a sus viejos ideales. Al pijo-pijo, en cambio, no hay nada que reprocharle ni vergonzoso pasado alguno que recordarle: es, decididamente, uno de los nuestros. He aqu¨ª un uso particularmente perverso del valor de la coherencia, entendido como criterio puramente formal. Por lo visto, hemos de admirar a aquel que nunca abdic¨® de sus ideales juveniles, con perfecta independencia del juicio que estos nos puedan merecer (lo que, seg¨²n parece, es cosa secundaria).
Frente a quien se comporta as¨ª, cualquiera que modifique su punto de vista originario habr¨¢ de resultar sospechoso, al margen por completo de que la mudanza responda al genuino prop¨®sito de estar atento a los cambios de la realidad para mejor transformarla o al mero oportunismo. No se trata de que nuestro conservador no perciba la diferencia entre ambas motivaciones: es que la misma le trae sin cuidado. Desde lo alto, contempla el espect¨¢culo. ?l y los suyos siempre lo dijeron, y ahora piensan que la historia ha terminado por darles la raz¨®n: nada puede con el orden existente.
Para todos los dem¨¢s, son tiempos de derrota ("el futuro al que deber¨ªamos ser fieles es el futuro del propio pasado", ha escrito Zizek). La expectativa de que este mundo fuera capaz de transformarse desde dentro en el sentido de una mayor equidad vol¨® por los aires. Los desfavorecidos que alimentaron tal sue?o son juzgados ahora como unos pobres progres trasnochados (no se sabe por qu¨¦, el adjetivo favorito de los conservadores). Aunque tal vez peor suerte, si cabe, hayan corrido aquellos otros desfavorecidos que llegaron a creer en la posibilidad de que una supuesta meritocracia les permitiera medrar por su cuenta dentro del sistema, los que confiaron en salir airosos en la desigual batalla de la competitividad generalizada. Infelices: ignoraban que el individualista que vence es un triunfador, pero al individualista derrotado -m¨¢xime si viene de abajo- no le queda m¨¢s estatuto que el de mero resentido.
Pol¨ªtica del rebelde. Michel Onfray. Traducci¨®n de Marco Aurelio Galmarini. Anagrama. Barcelona, 2011. 328 p¨¢ginas. 19 euros. En defensa de las causas perdidas. Slavoj Zizek. Traducci¨®n de Francisco L¨®pez Mart¨ªn. Akal. Madrid, 2011. 480 p¨¢ginas. 32 euros.
Manuel Cruz, premio Espasa de Ensayo 2010 por Amo, luego existo, es editor del volumen colectivo Las personas del verbo (filos¨®fico), que editar¨¢ Herder.
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