?Qu¨¦ lujo de culebr¨®n!
La vida se parece cada vez m¨¢s a un culebr¨®n confuso, valga la redundancia. Arnold Schwarzenegger, astuto actor de registros limitados y exgobernador de California, acaba de confesar p¨²blicamente que en 1997 tuvo un hijo con una empleada de su hogar, llamada Mildred Patricia Baena. Con anterioridad se hab¨ªa anunciado el fin del matrimonio de Arnold con Maria Shriver, sobrina de John Fitzgerald Kennedy. Puede decirse pues que, para el distinguido p¨²blico, el efecto antecedi¨® a la causa. El l¨ªo del se?orito con la asistenta es un t¨®pico de los relatos sical¨ªpticos europeos. Ya en el siglo XVIII era de mal gusto escandalizarse por los deslices dom¨¦sticos. Y en cuanto a Estados Unidos, un minuto de recuerdo emocionado a Thomas Jefferson. Arnie (as¨ª le conocen en Hollywood) ha desplegado todos los aspavientos p¨²blicos de congoja y sumisi¨®n necesarios para que las Oprah Winfrey de turno concedan el perd¨®n: contrici¨®n llorosa, desgarradores lamentos de culpa y recuerdo emocionado de sus cuatro hijos, traumatizados por el affaire con la sirvienta. Pero confiesa justo cuando estalla el caso de Strauss-Kahn. La fatal coincidencia crea el espejismo de que una horda de europeos faunescos (el exgobernador sigue siendo un europeo advenedizo insertado en el gold gotha kennediano) campan a sus anchas por la Uni¨®n.
Ahora bien, el culebr¨®n de Arnie no est¨¢ descifrado. Se conoce el argumento, pero no est¨¢ descrita la topograf¨ªa de los tortuosos meandros de conciencia que le llevaron a la confesi¨®n. ?Se enter¨® Maria, o Arnie, abrasado de remordimientos, se arroj¨® a los pies de ella mientras ped¨ªa clemencia? ?Por qu¨¦ tard¨® 10 a?os en confesar? ?Por su cargo de gobernador o porque quer¨ªa garantizar la pensi¨®n de su criada despu¨¦s de 20 a?os de trabajo?
Quiz¨¢ Arnie no pudo ocultarlo m¨¢s porque su v¨¢stago con Mildred hablaba como Terminator: No problemo y ?Sayonara, baby! Diamantes y mala conciencia, como en Dinast¨ªa, hijos secretos, como en Walter Scott, la criada que se pone las joyas de la se?ora a hurtadillas, como en los seriales radiof¨®nicos de los cincuenta. ?Qu¨¦ lujo de guion! Sirk o Minnelli hubieran tejido con ¨¦l obras maestras. Hoy se corre el riesgo de que lo estropee cualquier mal director.
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