"Me escond¨ª tras un biombo para no saludar a Franco"
Todav¨ªa lo recuerda como si fuera ayer. Suelta la botella de agua, se pone en pie y lo escenifica, con r¨¢pidos movimientos de manos y una mirada intensa, como si alcanzara a ver al mism¨ªsimo Francisco Franco entrando por la tranquila cafeter¨ªa, convertida ahora en aquella sala de exposiciones de Madrid de principios de los sesenta. "Yo cre¨ªa mucho en la democracia", relata Michael Rockland (Nueva York, 1935), exdiplom¨¢tico de la Embajada de Estados Unidos en Espa?a en ¨¦poca franquista. "Franco iba a saludar uno por uno a los asistentes que est¨¢bamos en fila. Yo me negaba. Cuando nadie mir¨®, di tres pasos hacia atr¨¢s y me escond¨ª tras un biombo para no saludarle. Nadie se dio cuenta", explica.
El exdiplom¨¢tico de EE UU cuenta su experiencia en la Espa?a de los sesenta
Profesor universitario y escritor con m¨¢s de una decena de libros, Rockland lleg¨® a Espa?a en 1963 como agregado cultural de la legaci¨®n estadounidense en Madrid. Una experiencia de cuatro a?os que narra con gracia y abundantes an¨¦cdotas en su m¨¢s reciente libro, Un diplom¨¢tico americano en la Espa?a de Franco (Biblioteca Javier Coy D'Estudis Nord-Americans). "Empec¨¦ a vivir cuando vine a este pa¨ªs", asegura el exdiplom¨¢tico, enamorado de Espa?a a pesar de "la momia" -"as¨ª llam¨¢bamos a Franco"- y de pasar esos a?os rodeado de vecinos nazis, amparados por Odessa, la red de colaboraci¨®n secreta para esconder a miembros de las SS en otros pa¨ªses, y ver a sus anchas a militares latinoamericanos como Juan Domingo Per¨®n o Fulgencio Batista. "Mis amigos en EE UU se enfadaron conmigo porque pensaban que me acercaba al fascismo, pero mi objetivo era buscar universitarios con inter¨¦s democr¨¢tico. Les ofrec¨ªa la posibilidad de viajar a EE UU con becas", cuenta en fluido castellano.
El tipo sencillo pero con fuertes convicciones que aparenta ser tiene toques de distinci¨®n en su risa contagiosa y sus buenos modales. Ha pedido una botella de agua, aunque dice que "no es necesario" invitarle a nada. Se emociona al recordar el d¨ªa m¨¢s feliz de su estancia en Espa?a: el 19 de septiembre de 1964. Fue cuando hizo de gu¨ªa de Martin Luther King Jr. en su ¨²nica visita a Espa?a -"y por sorpresa"-, despu¨¦s de ver al papa Pablo VI en el Vaticano. Rockland, que hizo su tesis sobre el boicoteo de autobuses de 1956 por los derechos civiles de los afroamericanos en Montgomery, lleg¨® tarde al aeropuerto y tuvo que buscar al l¨ªder activista por todo Madrid. "Llam¨¦ a 20 hoteles y en el ¨²ltimo le encontr¨¦", dice. "Cuando preguntaba por el doctor King, me dec¨ªan que no hab¨ªa ning¨²n doctor ni ning¨²n rey en el hotel. Al explicar qui¨¦n era, el recepcionista del Castellana Continental me dio una pista: 'Por aqu¨ª he visto un negro".
Luther King, que le abri¨® la puerta "en calzoncillos", recibi¨® ese d¨ªa a un pastor protestante espa?ol que, entusiasmado, le abraz¨® al verle. "Se qued¨® muy sorprendido. No conoc¨ªa la importancia de los caracter¨ªsticos abrazos espa?oles", explica Rockland. Luego fueron a visitar Madrid. "Compr¨® un cartel de torero y unas mu?ecas flamencas para sus hijas, paseamos por el Retiro y comimos en el Museo del Jam¨®n", cuenta. Y Martin Luther aprendi¨® una cosa, dos semanas antes de recibir el Nobel de la Paz: "Al irse, se despidi¨® d¨¢ndome un abrazo", dice Rockland, que lleva practicando este saludo unos 40 a?os, incluso para despedirse de este redactor.
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