El lugar escogido por los dioses
Partiendo de Atenas, una ruta por el Peloponeso y sus fabulosas ruinas. Despu¨¦s, los monasterios a¨¦reos de Meteora. Y de colof¨®n, un atardecer a todo color en la isla de Santorini
Algunas de las teor¨ªas econ¨®micas m¨¢s recientes tratan de probar que el bienestar de un pa¨ªs no se mide por su producto interior bruto o por sus vicisitudes financieras, sino por otros indicadores m¨¢s intangibles directamente ligados a la felicidad de las personas. Esto debe de tener algo de cierto porque la impresi¨®n general que el viajero se lleva de Grecia es mucho m¨¢s amable de lo que cabr¨ªa suponer de un Estado en bancarrota. El paisaje, la luz, la gastronom¨ªa y una cierta despreocupaci¨®n vital, que tiene sin duda gen¨¦tica mediterr¨¢nea, configuran la imagen de un pa¨ªs satisfecho y seductor.
Atenas
Atenas, una de las ciudades que la historia ha convertido en inmortal, es una capital ca¨®tica y gris¨¢cea. Sus calles, saturadas de tr¨¢fico y flanqueadas por edificios sin personalidad, se tejen con monoton¨ªa hasta el mar. Desde lo alto del monte Likabetos se puede tener una vista inigualable de Atenas en sus cuatro puntos cardinales. El panorama, m¨¢s all¨¢ de la fascinaci¨®n po¨¦tica que produce siempre una gran ciudad que se extiende hasta el horizonte y que bulle, es deslucido: una superficie rasa de azoteas de color cemento.
Desde el Likabetos se pueden distinguir tambi¨¦n con nitidez las joyas de la ciudad, sobre todo el monte de la Acr¨®polis, que visto desde la distancia tiene m¨¢s aura rom¨¢ntica que en la cercan¨ªa. Son ya varias las generaciones que no han podido contemplar el Parten¨®n, los Propileos o el Erectei¨®n libres de andamios y remiendos. Las perpetuas obras de restauraci¨®n, unidas a la algarab¨ªa tur¨ªstica del lugar, que es visitado continuamente por viajeros arribados en masa, hacen casi imposible encontrar la paz de esp¨ªritu necesaria para evocar a Pericles y reconstruir imaginariamente las estatuas de Fidias o el aliento de sabidur¨ªa que se respir¨® alguna vez en esa colina.
Desde la altura de la Acr¨®polis se puede divisar de nuevo el trazo de la ciudad y el detalle de algunas de sus ruinas menos c¨¦lebres: la puerta de Adriano, el Olimpi¨®n, el estadio o el ?gora. Todas ellas merecen una visita si el viajero dispone de tiempo, pero pueden igualmente desecharse si la prisa manda. Lo que no es razonable eludir es la visita al nuevo Museo de la Acr¨®polis, que est¨¢ al pie de la colina, y al barrio de Plaka, uno de los rincones emblem¨¢ticos de la ciudad.
El museo, obra del arquitecto Bernard Tschumi, guarda en su interior los originales de las cari¨¢tides del Erectei¨®n, algunas de las esculturas que Fidias cre¨® para el Parten¨®n y muchas otras piezas que, dispuestas con un discurso muse¨ªstico moderno, pedag¨®gico y atractivo, iluminadas preferentemente por la luz natural que el edificio recoge, ayudan al visitante a viajar a trav¨¦s del tiempo.
Plaka, que tambi¨¦n est¨¢ al pie de la Acr¨®polis, mantiene el aura de su fama, aunque, como casi todo en estos tiempos, ha perdido la inocencia y parte de su personalidad. Sigue conservando, sin embargo, rincones admirables y peque?os restaurantes que, a falta ya de pintoresquismo aut¨¦ntico, guardan el secreto de algunas recetas. Dar un paseo sin rumbo por sus calles y sentarse en alguna de las terrazas a tomar un refrigerio o a comer, sea en el d¨ªa o en la noche, es una de las rutinas obligadas para conocer Atenas.
La otra Atenas, la moderna, tiene su centro m¨¢s reconocible en la plaza Syntagma, donde se encuentra el Parlamento y la c¨¦lebre tumba al soldado desconocido custodiada por dos ezvones, soldados de la guardia Presidencial ataviados con un traje folcl¨®rico -polainas, faldita, boina y zapatones con borla- que ejercitan unos movimientos coreografiados muy del gusto de los turistas por lo anacr¨®nico. Cerca de all¨ª, en direcci¨®n a Plaka, est¨¢ la calle Pandrossou, de la que Gil de Biedma dijo: "Me acuerdo que de pronto am¨¦ la vida, / porque la calle ol¨ªa / a cocina y a cuero de zapatos". Ya no huele a ninguna de las dos cosas, pero sigue siendo, como entonces, una calle comercial ruidosa y atestada de paseantes en la que es posible realizar compras de cualquier tipo.
Antes de continuar el viaje es recomendable visitar el cabo de Suni¨®n, que se encuentra a 65 kil¨®metros al sur de Atenas. All¨ª se alzan las ruinas del templo de Poseid¨®n, desde donde se puede ver, a la hora del crep¨²sculo, una puesta de sol formidable: el mar Egeo encendido de rojo en el horizonte. Toda la leyenda rom¨¢ntica sobre este sitio es cierta. Se conciertan en ¨¦l la cultura, la religiosidad -incluso de los m¨¢s descre¨ªdos- y la belleza natural. Pero, como dec¨ªa Kostantin Kavafis, uno de los mayores poetas en lengua griega, lo mejor de ?taca no es llegar, sino el viaje que se ha recorrido para hacerlo. Mal har¨ªa el visitante si, de camino al cabo de Suni¨®n por la carretera que costea, desprecia el sinf¨ªn de tramos escarpados, de playas solitarias o de pe?ascos sobre el mar que componen el paisaje.
Corinto
La recomendaci¨®n anterior es v¨¢lida para todo el viaje a trav¨¦s de Grecia: el embrujo de tantos lugares de resonancias hist¨®ricas no debe ofuscar al viajero, pues en el camino encontrar¨¢ alicientes de igual o mayor belleza. El paisaje griego, monta?oso y lleno de luz, est¨¢ pintado con dos colores: el azul del mar, que es intenso y a veces doloroso para la retina, y un verde de gama muy amplia que no se limita, como el t¨®pico pretende, al oscuro olivo. Las carreteras son buenas, aunque la sinuosidad del trazado, forzada por la orograf¨ªa, demora los trayectos.
Corinto es la primera de las paradas. Se encuentra a pocos kil¨®metros de Atenas, justo en el istmo que enlaza la Grecia continental con la pen¨ªnsula del Peloponeso. Y su mayor atracci¨®n tiene que ver con esa circunstancia geogr¨¢fica: el canal de Corinto, que une el mar Egeo con el golfo de Corinto. En la antig¨¹edad, los barcos, arrastrados por bestias, eran transportados por tierra a lo largo de los seis kil¨®metros de anchura del istmo para evitar que tuvieran que dar la vuelta completa a la pen¨ªnsula. Hasta finales del siglo XIX no se ejecut¨® ese gran tajo, de ocho metros de profundidad, que comunica mar¨ªtimamente las dos partes. Desde unas pasarelas situadas al borde de la autov¨ªa, y con prudencia para quienes sufran de v¨¦rtigo, puede contemplarse en toda su dimensi¨®n ese prodigio de la ingenier¨ªa decimon¨®nica.
Es posible que en el futuro haya t¨¦cnicas hologr¨¢ficas que permitan a los turistas con menor sensibilidad arqueol¨®gica caminar entre las ruinas del pasado contemplando una reconstrucci¨®n virtual exacta de lo que fue el lugar. Mientras ese momento llega, quienes carecemos de la imaginaci¨®n reconstructiva necesaria vagamos entre las piedras con una mezcla de asombro y de perplejidad, tratando de ver una ciudad m¨¢s all¨¢ de la devastaci¨®n. Hay algo, sin embargo, que el paso de los siglos no ha cambiado: la disposici¨®n geogr¨¢fica, el emplazamiento. Y ah¨ª suele encontrarse una fascinaci¨®n constante. El lugar en el que se ubican las ciudades o los templos parecen escogidos por los mismos dioses.
Eso ocurre en Corinto. Desde las ruinas de su ciudad antigua -y m¨¢s a¨²n desde su acr¨®polis- se divisa un paisaje fabuloso, pero las ruinas en s¨ª no tienen el mejor lustre para el profano.
Micenas
El viajero apresurado puede seguir ruta hasta Micenas, a pocos kil¨®metros, donde encontrar¨¢, en un enclave igualmente admirable desde el que se controla la lejan¨ªa de todo el alrededor, piedras de historia -y consistencia- m¨¢s recia. Hay que advertir que en este t¨²nel del tiempo arqueol¨®gico corremos el riesgo de confundir la historia y creer que esa antigua Grecia que visitamos pertenece a la misma ¨¦poca. Entre el esplendor de Corinto o de Atenas y el de Micenas, sin embargo, hay m¨¢s de cinco siglos de distancia. Es como visitar el museo Guggenheim despu¨¦s de haber visitado el monasterio de El Escorial.
Micenas tiene varios lugares de atenci¨®n preferente. El primero, el tesoro de Atreo -o de Agamen¨®n-, que se encuentra a la izquierda de la carretera, antes de llegar a las ruinas de la ciudad propiamente dicha. Se trata de una tumba excavada en la roca, a la que se accede por un corredor descubierto construido con grandes bloques de piedra. El interior, que puede contemplarse en penumbra, tiene una c¨²pula impresionante.
Ya en la ciudad, lo primero que el viajero se encuentra es la rotunda puerta de los Leones, que da acceso al recinto amurallado. Justo despu¨¦s de atravesarla, a la derecha, est¨¢ el C¨ªrculo de las Tumbas Reales, donde fueron encontrados tesoros de oro que prueban la sangre azul de los enterrados. Y m¨¢s arriba, aunque desfigurado por la destrucci¨®n, el famoso palacio en el que seg¨²n la leyenda fue asesinado Agamen¨®n por Clitemnestra.
Sin pausa para el descanso, se debe seguir el viaje hacia el teatro de Epidauro, que se encuentra muy cerca. Este teatro tambi¨¦n posee una ubicaci¨®n geogr¨¢fica portentosa. Desde sus gradas se divisa un oleaje de monta?as arboladas hasta el horizonte. Es uno de los teatros mejor conservados de la antig¨¹edad y sigue us¨¢ndose para conciertos y representaciones. Tiene un aforo de 15.000 plazas, lo que lo emparenta m¨¢s con los estadios que con los teatros de nuestros d¨ªas. Y posee una cualidad asombrosa: su ac¨²stica. Cualquier palabra dicha a media voz en su escenario, abajo, puede entenderse con precisi¨®n en el alto de sus gradas.
Naupli¨®n, en la costa, a pocos kil¨®metros de Epidauro, es una ciudad perfecta para hacer noche antes de proseguir el viaje. Casi arrinconada contra el mar por las colinas de Acronauplia y Palamidi, que lucen fortalezas imponentes sobre la ciudad, Naupli¨®n tiene todos los atractivos de una pintoresca ciudad veraniega: calles monumentales bien conservadas, caf¨¦s llenos de vida, restaurantes agradables y esa paz marina que no es incompatible con el bullicio.
Olimpia
El siguiente destino es Olimpia, la gran Olimpia, que se encuentra al oeste atravesando toda la pen¨ªnsula del Peloponeso por unas carreteras monta?osas trazadas una vez m¨¢s sobre una naturaleza extraordinaria. En Olimpia estuvo una de las siete maravillas de la Antig¨¹edad, la estatua de Zeus esculpida por Fidias en marfil y oro. Su tama?o era gigantesco, pero no queda ning¨²n resto de ella. Del templo que la albergaba quedan solo ruinas paup¨¦rrimas. El estadio, el primero en el que se celebraron los Juegos Ol¨ªmpicos, es una gran superficie de hierba, desnivelada en los laterales de las gradas, que m¨¢s conducen al fetichismo cultural que al inter¨¦s: all¨ª comenz¨® todo, pero de aquello solo queda la memoria. El museo, cerca del recinto de las excavaciones, guarda entre sus piezas muchas de las esculturas de los t¨ªmpanos del templo de Zeus, que por su belleza y su gigantismo bien justifican la visita.
Delfos
La ¨²ltima etapa de la Grecia antigua ser¨¢ Delfos, de nuevo en la parte continental del pa¨ªs; y una vez m¨¢s tendremos duda, al llegar, de si ha sido m¨¢s valioso el destino que la ruta hacia ¨¦l. Delfos fue tambi¨¦n un lugar elegido por los dioses. Por el dios Apolo, en este caso. Hace muchos siglos se crey¨® que este punto era el centro del mundo. Sus ruinas est¨¢n alzadas en la pendiente del monte Parnaso, desde la que se contempla la inmensidad y desde la que las arboledas del paisaje parecen m¨¢s espirituales que bot¨¢nicas. Su or¨¢culo no tiene ya ecos, pero la visita sosegada de los restos de la ciudad -su templo, su teatro, su estadio en lo alto- sigue inspirando las mismas preguntas esenciales que la pitonisa, al parecer, respond¨ªa antiguamente: la enormidad del universo, la caducidad de todo.
Al salir de Delfos abandonamos la Grecia de la Antig¨¹edad para adentrarnos en la Grecia cristiana, que, aunque goza de menos fama, no defraudar¨¢ al viajero. A muy pocos kil¨®metros de all¨ª, escondido entre monta?as, est¨¢ el monasterio bizantino de Osios Louk¨¢s, que no suele formar parte de las rutas tur¨ªsticas. Aunque lo que tiene verdadero inter¨¦s art¨ªstico son las dos iglesias, con sus mosaicos, sus frescos y sus claroscuros de recogimiento, el monasterio entero es apacible y acogedor. No solo los dioses paganos sab¨ªan escoger sus aposentos: desde una explanada en la que los monjes sirven tentempi¨¦s a quien lo necesite, se divisa un valle verde y solitario en el que dan ganas de quedarse a vivir.
Meteora
Hasta los monasterios de Meteora, en el norte, hay un camino largo por carreteras que despu¨¦s de un tramo a¨²n monta?oso se abren de repente a la llanura inacabable. Meteora es un lugar de apariencia surrealista. Sobre la tierra se levantan unas moles rocosas verticales que en alg¨²n caso tienen la apariencia de tornados fosilizados. Parece un paisaje inveros¨ªmil, la geolog¨ªa de otro planeta. Pero sobre las cumbres de esas torres de roca, adem¨¢s, fueron construidos en el siglo XIV varios monasterios de retiro y oraci¨®n. Todo comenz¨® con unos ermita?os que viv¨ªan en cuevas altas para estar m¨¢s cerca de Dios. Despu¨¦s comenzaron a fundarse los monasterios, inaccesibles, aislados del mundo. Incluso hoy en d¨ªa, que ya han sido habilitadas escaleras y accesos, para llegar a ellos hay que gastar esfuerzo y sudor. Desde arriba, desde sus terrazas, el vac¨ªo cae a plomo.
Quedan en pie seis monasterios. Es posible visitar los seis, pero ello pondr¨¢ a prueba la forma f¨ªsica del viajero. Hay dos de visita inexcusable: el del Gran Meteoro -el m¨¢s grande- y el de Varlaam. En ambos, los frescos de sus iglesias, bien conservados, emocionan y asombran. A pesar de ese h¨®rror vacui que existe, la sensaci¨®n no es opresiva, sino extra?amente m¨ªstica. Ayuda al recogimiento. Incluso en la peque?a iglesia del monasterio de San Nikol¨¢s -que tambi¨¦n merece la visita, si el viajero lleva tiempo-, de techos bajos y espacios claustrof¨®bicos, los frescos que cubren toda la superficie de los muros parecen ensancharlos.
En el Gran Meteoro no puede dejar de verse el refectorio, que, a pesar de los aditamentos de que est¨¢ lleno, conserva a la perfecci¨®n la vaga soledad de la vida mon¨¢stica. En una sala cercana se guarda un osario y no cabe m¨¢s posibilidad, ante ella, que volver a meditar sobre la vida. Aquellas calaveras de monjes perfectamente alineadas en baldas pertenecieron hace siglos a hombres que, como Yorick (el buf¨®n de Hamlet), dieron brincos y rieron. Ahora no pueden ya re¨ªrse ni de su propia deformidad, pero los huecos de sus cr¨¢neos nos miran con fijeza.
Santorini
En las pantallas de los aviones que vuelan desde Atenas hacia Santorini se proyectan gr¨¢ficos tridimensionales que van indicando las islas que se pueden ver en ruta a derecha e izquierda. Las famosas islas del Egeo, que, desde el aire, parecen un desmigado de tierra en el azul afilado del mar. Cada una tiene su personalidad propia, pero todas comparten ese color casi virulento del agua.
Despu¨¦s de tanta Historia, Santorini es un lugar de descanso. Podemos ver ruinas -las excavaciones de Akrotiri o de la antigua Thira, una ciudad del siglo IX antes de Cristo construida en lo alto de una monta?a desde la que se ven todos los extremos de la isla-, pero lo que atrae all¨ª es la holganza. Hay que alojarse en Fira, la capital, o en ?a, en la punta norte. Las dos tienen esa arquitectura picassiana de blancos encalados en l¨ªneas curvas y quebradas con remates de azul. Cualquier alojamiento posee una piscina colgada sobre el mar con vistas al volc¨¢n que se alza frente a la isla.
En Santorini hay que ir sin rumbo -en un coche o en un quad bike alquilados-, tumbarse en alguna de las terrazas a tomar el sol y a mirar el mar, comer en los restaurantes t¨ªpicos -el Archipi¨¦lago y el Naoussa son imprescindibles-, dejar caer el sol hasta que se oscurece todo y tomar una copa en alguno de sus clubes. Es decir, vivir despreocupadamente. Como solo se vive en los pa¨ªses felices.
? Luisg¨¦ Mart¨ªn es autor de la novela Las manos cortadas (Alfaguara).
Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Iberia (www.iberia.com) vuela directo a Atenas desde Madrid. En junio, ida y vuelta, a partir 263 euros, todo incluido.
? Aegean Air (www.aegeanair.com). Directo a Atenas desde Madrid, desde 364 euros, precio final.
? Greco Tour (www.grecotour.com). Agencia de viajes de Madrid especializada en Grecia.
? En agencias especializadas como Un Mundo de Cruceros (www.unmundodecruceros.com) o Viajes El Corte Ingl¨¦s (www.viajeselcorteingles.com) tienen gran variedad de cruceros por el Mediterr¨¢neo y las islas Griegas.
Informaci¨®n
? Turismo de Grecia (915 48 48 89; www.visitgreece.gr)
? Oficina de turismo de Atenas (www.breathtakingathens.com).
Visitas en Atenas
? Museo de la Acr¨®polis (www.theacropolismuseum.gr). El nuevo Museo de la Acr¨®polis, un espectacular edificio proyectado por Bernard Tschumi que se inaugur¨® a finales de junio de 2009, alberga el resultado de las excavaciones llevadas a cabo en sus cercan¨ªas.
? Museo Arqueol¨®gico Nacional (www.namuseum.gr/wellcome-en.html). Aunque el museo de la Acr¨®polis le ha robado protagonismo, sigue albergando piezas maestras de la escultura cl¨¢sica, como el Poseid¨®n de bronce hallado en el cabo Artemision.
? Museo Bizantino (www.byzantinemuseum.gr).
? Museo de Arte Cicl¨¢dico (www.cycladic-m.gr). Sus fondos incluyen m¨¢s de trescientas estilizadas figuras procedentes de las islas del Egeo que han sido fuente de inspiraci¨®n para artistas contempor¨¢neos como Modigliani, Moore, Brancusi o Picasso.I. M.
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