El Tribunal Europeo de Derechos Humanos
The Daily Mail, un peri¨®dico brit¨¢nico de enorme circulaci¨®n y gran influencia, acaba de encontrar un nuevo drag¨®n europeo contra el que luchar. "Los eurojueces", chilla, "pisotean la soberan¨ªa del Reino Unido e insisten: Ten¨¦is que dejar votar a los presos". "Los asesinos y los violadores acuden al Tribunal Europeo de Derechos Humanos para obtener todas las garant¨ªas del Estado", se queja, a prop¨®sito de la noticia de un recurso presentado ante el Tribunal de Estrasburgo. En su desahogo, este Reino Unido iracundo llega a denunciar al primer ministro conservador, David Cameron, por no cumplir promesas que hizo en la oposici¨®n, cuando, seg¨²n nos dicen, "prometi¨® solemnemente... hacer algo sobre el problema de las leyes de derechos humanos del Tribunal Europeo, que se burlan de la justicia brit¨¢nica".
El organismo de Estrasburgo es el ¨²nico lugar al que ir cuando tus derechos han sido pisoteados
De todos los blancos que pod¨ªa escoger un ¨®rgano euroesc¨¦ptico, este es uno de los m¨¢s extra?os. El Tribunal de Estrasburgo no tiene nada que ver con la Uni¨®n Europea y sus bur¨®cratas de Bruselas, que es a lo que los brit¨¢nicos suelen referirse cuando lanzan diatribas contra "Europa". Forma parte del Consejo de Europa, a cuya creaci¨®n contribuy¨® Winston Churchill de manera fundamental y que es una organizaci¨®n casi totalmente intergubernamental, formada hoy por 47 Estados (solo Bielorrusia permanece al margen). La tarea del Tribunal es garantizar el respeto al Convenio Europeo de Derechos Humanos, una resonante declaraci¨®n de derechos y libertades elaborada tras 1945 y redactada en gran parte por un abogado brit¨¢nico, sir Oscar Dowson.
El Tribunal de Estrasburgo es el ¨²nico lugar al que cualquier persona de cualquiera de esos 47 pa¨ªses puede acudir, desde Portugal hasta Rusia y desde Noruega hasta Turqu¨ªa, cuando piensa que se han pisoteado sus derechos y no puede obtener las reparaciones necesarias en su propio pa¨ªs. Por ejemplo, en un caso visto el a?o pasado, el Tribunal dict¨® que el Estado turco no pod¨ªa obligar a nadie a revelar su religi¨®n en sus documentos de identidad. Los Estados no siempre cumplen las sentencias, pero a veces s¨ª. Como bien saben muchos hombres y mujeres perseguidos, mejor es eso que no tener ninguna instancia externa a la que recurrir. Con todos sus defectos, es lo m¨¢s parecido que tenemos a la materializaci¨®n del sue?o de Churchill de "un tribunal europeo... ante el que puedan presentarse los casos de violaciones de estos derechos para que el mundo civilizado los juzgue".
De hecho, bajo la presidencia brit¨¢nica del Consejo de Europa, que empezar¨¢ el pr¨®ximo mes de noviembre, est¨¢ previsto que la propia Uni¨®n Europea, que posee personalidad jur¨ªdica desde el Tratado de Lisboa, se incorpore como tal al Convenio y el Tribunal. Puede que parezca una cues
-ti¨®n t¨¦cnica y confusa, incluso teol¨®gica, y todav¨ªa quedan por resolver varios detalles, pero las posibles consecuencias son importantes. Si el cambio se produce como est¨¢ previsto, por primera vez, un individuo brit¨¢nico -o polaco, o italiano, o estonio- podr¨ªa presentar un recurso contra la propia UE ante este tribunal internacional independiente, supervisado por un ¨®rgano estrictamente intergubernamental. "?Bruselas pisotea nuestras libertades!", grita John Bull (el personaje que simboliza Inglaterra). Pues llevemos a los eur¨®cratas a los tribunales y pid¨¢mosles responsabilidades con arreglo a una carta de derechos redactada en gran parte por brit¨¢nicos. Lo normal ser¨ªa que un peri¨®dico tan patri¨®tico y amante de las libertades como The Daily Mail lo aprobase. Pero no. Son todo cosas de la maldita "Europa", y "Europa", por definici¨®n, es mala.
Esto no quiere decir en absoluto que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos sea perfecto. Ni mucho menos. Tiene al menos tres grandes inconvenientes. Primero, un atasco escandaloso de casos, unos 140.000 recursos pendientes; necesita como sea un filtro mejor para eliminar los fr¨ªvolos y triviales. Segundo, al ser una organizaci¨®n intergubernamental, cuenta con un juez por cada Estado miembro -es decir, uno por Alemania y uno por San Marino, uno por Rusia y uno por Liechtenstein-, y algunos no son demasiado buenos. El principio de un juez por pa¨ªs es dif¨ªcil de cambiar, pero habr¨ªa que seleccionar mejor a los magistrados. (Por supuesto, puede darse el caso de que haya un mal juez de un Estado grande y uno bueno de uno peque?o).
La distinta calidad de los jueces y la diversidad de tradiciones legales y experiencias nacionales de las que proceden han contribuido a una jurisprudencia que incluso (o tal vez especialmente) los abogados de derechos humanos critican por su falta de coherencia. Por ejemplo, en algunos temas fundamentales como la libertad de expresi¨®n, el Tribunal de Estrasburgo ha dictado algunas sentencias brillantes y otras verdaderamente malas.
Todos estos defectos hacen que sea necesaria una reforma profunda del Tribunal. Y eso es precisamente lo que el ministro brit¨¢nico de justicia, Kenneth Clarke, famoso por su posici¨®n proeuropea, dice que quiere impulsar cuando el Reino Unido asuma la presidencia. De ¨¦l, al menos, no podr¨¢ sospechar nadie que sea hostil a Europa.
Mientras tanto, no tiene nada de malo que el Reino Unido redacte su propia carta de derechos nacional, siempre que sea compatible con el Convenio Europeo. Y esa es la tarea que se ha encargado a una comisi¨®n variopinta reci¨¦n creada por el Gobierno de coalici¨®n de liberales y conservadores: examinar formas de elaborar una carta de derechos brit¨¢nica que "incorpore y aumente todas nuestras obligaciones en virtud del Convenio Europeo".
Siempre que se cumpla ese requisito, me parece todav¨ªa mejor contar con una carta brit¨¢nica, redactada en en¨¦rgica prosa inglesa, con una referencia expl¨ªcita a la historia y las tradiciones del Reino Unido, que envuelva en la Uni¨®n Jack unos derechos que, en la pr¨¢ctica, ser¨¢n los mismos. Dada la hostilidad de muchos brit¨¢nicos a cualquier elemento legal o pol¨ªtico que incluya la palabra "europeo" (a diferencia del f¨²tbol europeo, el vino europeo y las segundas residencias en Europa, que adoran), esta v¨ªa contribuir¨ªa sin duda a que los brit¨¢nicos hicieran suyos esos derechos. Cuanto m¨¢s los asuman como propios y m¨¢s f¨¢cil les sea llevar un caso relacionado con ellos ante los tribunales nacionales, mejor. El Tribunal de Estrasburgo seguir¨¢ existiendo como ¨²ltimo recurso, que es lo que tiene que ser.
Reforma del Tribunal de Estrasburgo y elaboraci¨®n de una carta de derechos brit¨¢nica que sea totalmente compatible con el Convenio Europeo: esa es la forma de avanzar. Y quien mejor puede hacerlo es Ken Clarke, tan brit¨¢nico como el rosbif y tan europeo como el borgo?a m¨¢s intenso.
Timothy Garton Ash es catedr¨¢tico de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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